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Columna
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Escalofrío

Juan Cruz

Lo que dijo anteayer el ex presidente Aznar ante sus alumnos en la Universidad de Georgetown produce escalofríos, no tanto por su sustancia, que es escasa, sino por su mala índole, que es inmensa. Lo que dice el que fue líder político del Estado español es equivalente a lo que se dice en las tabernas para explicar la oscuridad de la historia. A veces eso mismo -los moros nos invadieron, fueron expulsados, a qué vienen ahora- se afirma dando un puñetazo sobre la mesa, con el riesgo de hacerse añicos la muñeca y desperdigando, además, las fichas del dominó. En este lenguaje tabernario, que ya usa Aznar en otros idiomas -en alemán dijo hace días que el PSOE "es el partido del odio"-, se pueden decir cosas que quedan impunes. No tienen otra trascendencia que la discusión entre vapores. Y el vapor es un atenuante. Pero Aznar no ha hecho estas referencias al pasado y al presente de nuestra historia en una taberna, donde se hubiera disculpado su falta de rigor, sino en una universidad norteamericana y en un momento delicado de nuestra relación con la historia del mundo.

Él no es historiador, de modo que sus asesores han debido decirle lo que dijo en inglés. Y como si hubiera desempolvado su antiguo disfraz de Cid Campeador, le dio la vuelta a la historia y se aposentó en un argumento extraordinario, para excusarse: Al Qaeda no atacó España porque él y su Gobierno metieran a este país en la guerra de Irak, sino porque moros perversos como Osama Bin Laden no olvidan aún que sus parientes fueron expulsados de nuestro suelo hace siglos. Y se han vengado de nosotros tan tarde, fíjense cuánto han esperado, estos moros están invadidos por un odio incesante.

Nos dijo -"le aseguro a usted"- que en Irak había armas de destrucción masiva. No las había. Ahora ha relacionado el suceso terrible del 11 de marzo con la venganza por la remota expulsión de los moros. "Le aseguro a usted". Como si estuviera jugando a los chinos mientras busca argumentos para ganarle la batalla a un contrincante que le ganó en una discusión de barra, esgrime cualquier cosa con tal de ocultar con vapores su relación con las responsabilidades de su historia. La seguridad con la que acompaña su discurso autosatisfecho produce un escalofrío que ya parece el subrayado de su firma.

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