Meritorio Madrid
Un formidable tiro libre de Beckham da la victoria al equipo blanco en una noche de abucheos a los jugadores
Algunos mitos se vienen abajo ante la evidencia de la realidad. Camacho, que siempre se preció de ser un hombre comprometido con los códigos del fútbol, dejó a su equipo abandonado en una noche que comenzó con un juicio sumarísimo a los jugadores. Lejos de someterse al duro trago de un partido que se antojaba complicado por muchas razones, a Camacho le entraron las prisas y no dirigió a su equipo frente a Osasuna. No pudo esperar 48 horas para marcharse. Su proclamado madridismo no le alcanzó para soportar con los jugadores y con el presidente la censura de los aficionados. No tuvo el gesto de ayudar a los futbolistas aunque sólo fuera por los viejos códigos del juego, por las leyes que se generan entre el equipo y su entrenador, cualquiera que sea la relación entre ambas partes. Camacho hizo todo lo contrario. Alentó implícitamente la reacción de la hinchada, que primero cargó contra el equipo y luego contra determinados jugadores, Roberto Carlos a la cabeza. El Madrid llegó desprotegido a este encuentro, pero salió ganador después de ofrecer el más meritorio de los partidos en las peores condiciones posibles.
REAL MADRID 1 - OSASUNA 0
Real Madrid: Casillas; Mejía, Raúl Bravo, Helguera, Roberto Carlos; Celades, Beckham; Figo, Raúl (Jotha, m. 88), Solari (Morientes, m. 11); y Ronaldo (Owen, m. 80).
Osasuna: Sanzol; Expósito, Cuellar, Josetxo, Corrales; Valdo (Muñoz, m. 62), Puñal (Ortiz, m. 67), Pablo García, Moha (Delporte, m. 72); Aloisi y Milosevic.
Gol: 1-0. M. 60. Beckham, de falta directa pegada al poste derecho tras falta de Josetxo a Ronaldo.
Árbitro: Ramírez Domínguez. Amonestó a Expósito, Aloisi, Josetxo y Beckham.
Unos 65.000 espectadores en el Santiago Bernabéu.
La noche tuvo un carácter extraño. La hinchada estuvo más preocupada de castigar al Madrid que de ayudarlo, como si de repente se hubiera apoderado del club un sentimiento autodestructivo. No era fácil jugar en esas condiciones. En realidad, al Madrid no le resulta fácil jugar desde hace tiempo. El equipo funciona mal, con problemas estructurales por el envejecimiento de las estrellas, por una falta de equilibrio en zonas capitales del campo y por la curiosa relación que mantienen algunos futbolistas con su profesión. Demasiadas lacras para este Madrid, que además llegaba al encuentro en medio de enormes convulsiones y con varias bajas en la alineación. Era un equipo diezmado en todos los aspectos. La afición respondió con dureza. Abucheó a los jugadores en el comienzo del encuentro y luego designó culpables. Roberto Carlos fue el más castigado por la hinchada. Debió de resultar muy duro para un jugador que ha hecho profesión de la demagogia con los aficionados. Es lo que suele ocurrir con los populistas de medio pelo.
En medio de un clima que presagiaba derrota, el Madrid tuvo entereza para sobreponerse a la tensión. Jugó mal, por supuesto, pero tuvo cierta firmeza. Sólo concedió una ocasión de gol a un rival que le machacó en la anterior temporada y no le faltaron oportunidades ante Sanzol, magnífico en todas sus intervenciones. No faltó un tiro al palo de Raúl y un par de remates que se escaparon por un palmo. En este sentido, el Madrid estuvo por encima de las expectativas. Su arranque no prometió nada bueno. Durante media hora trasteó con Osasuna sin que ocurriera nada. Lo único raro fue la timidez del equipo navarro, que pareció invadido por el mismo estupor que el Madrid. Lejos de aprovecharse del delicado estado de su rival, Osasuna participó de la misma mediocridad que el Madrid en la media hora inicial del encuentro. La lesión de Solari añadió más problemas a un equipo que necesitaba alguna buena noticia. No le llegaban desde la grada, no se intuían en el campo.
Todo giró en una jugada intempestiva en la que se produjeron tres remates sucesivos, uno de Roberto Carlos, un exquisito remate a la escuadra de Raúl y una volea de Celades que desvió Sanzol. En un partido donde no ocurría nada, ese fogonazo sacó al Madrid de sus miserias. Sin apenas juego, pero con determinación, logró llegar con alguna frecuencia al área de Osasuna. El público no tuvo más remedio que bajar el ruido y aceptar la entereza de los jugadores. Hubo algunos especialmente distinguidos. Helguera actuó con firmeza y atención, Celades tuvo un protagonismo inesperado en el medio campo, Figo funcionó con energía y Raúl fue ejemplar. Tras la lesión de Solari, Raúl se desplazó a la banda izquierda, desde donde comenzó a irradiar el único juego que se vio en toda la noche. A su alrededor se generó algo parecido a un sentido colectivo, a pequeñas asociaciones, a la posibilidad de abrir brecha en la defensa de Osasuna. Dos incursiones de Ronaldo en el segundo tiempo aliviaron todavía más el panorama del Madrid, que tapaba con ocasiones los defectos de su fútbol. La victoria era posible. Así fue. Beckham, que había cumplido un papel muy discreto, hizo valer aquello que le ha distinguido como futbolista: su prodigioso pie. Embocó de manera sublime un tiro libre que cobró altura, superó la barrera y comenzó una curva descendente con un efecto que llevó la pelota a la red, junto al palo izquierdo, sin posibilidad alguna para Sanzol. Los jugadores celebraron el tanto sin estridencias, pero con un entusiasmo sincero, apiñados en el campo. Un equipo que tantas veces ha dado sensación de insolidario, se sintió por primera vez unido en mucho tiempo. Todos los jugadores supieron muy bien lo que valía ese gol en la desprotegida noche que les había preparado su entrenador.
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