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Columna
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Barcos, zapatos, creencias

"Internacionalización", "globalización", "mundialización", son conceptos utilizados para nombrar el nuevo estadio de un viejo proceso que supera los límites de la economía: el histórico encuentro entre las distintas regiones del mundo y sus desiguales resultados. Siglos de conflictiva relación han generado una auténtica economía-mundo capitalista, con perdedores y ganadores: la imagen Norte-Sur resume esta situación. La globalización dibuja el nuevo escenario para la acumulación de capital, escenario que supera a la acumulación a escala nacional característica de la etapa de formación de mercados interiores. Esta acumulación a escala mundial es el hábitat de las empresas transnacionales, en torno a cuya actuación se internacionaliza la economía. La internacionalización afecta a todo el conjunto del capital: al ciclo del capital-mercancía, basado en la expansión del comercio internacional; al ciclo del capital-dinero, cuya máxima expresión es la exportación de capitales y la inversión directa en el extranjero; y al ciclo del capital productivo, cuyo fundamento se encuentra en la posibilidad de fragmentar los procesos productivos en busca de mayores rentabilidades del capital.

El pensamiento económico dominante da por hecho que el problema económico al que se enfrenta cualquier nación moderna es, esencialmente, el de competir en los mercados mundiales. Todo se orienta, aparentemente, a ese objetivo. Del mismo parece depender su bienestar, su desarrollo económico, su nivel de empleo. Por ello, cualquier esfuerzo, cualquier sacrificio es pequeño si viene exigido por la competitividad internacional. Esta es la tesis mantenida por los líderes políticos, por los grandes empresarios, por las instituciones internacionales. La retórica competitiva se ha convertido en una útil estrategia política; es sumamente útil a la hora de justificar determinadas decisiones de política económica. Si prácticamente todo -empleos, salarios, bienestar- depende de la competitividad internacional, no hay "sacrificio" que no se deba hacer para mantenerla. Y todo ello, además, por culpa de un "enemigo exterior": la causa de nuestros males será Japón (una sociedad rara, donde la gente trabaja hasta la extenuación), Corea (sin democracia, sin derechos, con bajos salarios), etc. El recurso a la globalización permite al capital reconquistar todo el poder negociador del que fue despojado durante los años Cincuenta y Sesenta, desempeñando un papel clave en la configuración no sólo de la economía, sino también de la sociedad en su conjunto, recurriendo al poder que tienen para privar a la sociedad de los recursos materiales (capital, impuestos, puestos de trabajo) imprescindibles para su desarrollo.

Todo se ve afectado por la competencia global. Todo: barcos, zapatos, creencias. La llamada Iglesia de la Cienciología se instala en Madrid apoyada en su enorme capacidad económica y en el impacto mediático de algunos de sus más famosos seguidores, introduciendo así un producto foráneo más como competidor en el cada vez más disparatado mercado cosmovisional. En Elche arden los almacenes de los vendedores de zapatos chinos cuyos precios ridículamente bajos compiten con el calzado de fabricación casera. En Sestao, Ferrol, o Puerto Real los trabajadores de Izar luchan contra la armada invencible coreana, pero dado que Corea está muy lejos (no es como lo de los chinos en Elche) lo que arde es el mobiliario urbano de esas mismas ciudades mientras amenazan con hacer arder, políticamente hablando, al Gobierno de Zapatero. Lo que viene de fuera -barcos, zapatos, creencias- se vuelve amenaza para lo de aquí. Y ante esa amenaza la respuesta no reconoce límite ninguno.

Fue en los años Ochenta cuando se acuñó el concepto de "radicalismo de astilleros" para referirse a las protestas de las grandes empresas públicas en proceso de reconversión. Con la intención de frenar ese radicalismo Rodríguez Zapatero ha hecho una solemne promesa que le costará cumplir. Antes de prometer nada, antes incluso de anunciar ningún cierre, más le hubiera valido haber informado en profundidad sobre la situación real del Grupo Izar, las razones de su crisis, las posibles alternativas de actuación, la manera en que otros países han resuelto situaciones parecidas, etc. Esa sí hubiera sido una foto importante. No la de Vogue.

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