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Reportaje:

Jaulas de oro para occidentales en Arabia Saudí

La élite de trabajadores extranjeros destinados en el reino vive aislada y protegida en urbanizaciones especiales

Ángeles Espinosa

El guardia de seguridad busca el nombre en la lista y pide una identificación con foto. Los invitados firman su entrada y reciben una tarjeta de visitante. No se trata del acceso a un edificio oficial ni a una gran empresa. Dentro, dos centenares de personas bailan o charlan con una cerveza de fabricación casera en la mano. Nada extraordinario si no fuera porque estamos en Arabia Saudí, donde la música y el alcohol están prohibidos, y la disco party de esta noche de jueves es tan clandestina como las ceremonias religiosas ajenas al islam. Pero la numerosa colonia extranjera que vive en el Reino del Desierto necesita alguna distracción durante el fin de semana musulmán.

"Estas fiestas son uno de los pocos desahogos que tenemos", asegura N. Z., una europea con larga experiencia en el país. "Antes había casi todas las semanas, pero ahora no sé qué va a pasar". "Antes" significa antes de la oleada de atentados terroristas de la pasada primavera. "Desde entonces todos intentamos pasar lo más desapercibidos posible, mucha gente se ha ido y tanto las fiestas como las reuniones sociales en las embajadas han disminuido".

Toleradas bajo la norma no escrita de que lo que sucede tras los muros de su casa es cosa de cada cual, las fiestas exigen discreción. Por eso unos días antes hay que enviar por fax el nombre y el número de pasaporte al compound donde vaya a celebrarse. Los compounds son las urbanizaciones donde viven los expats, un término inglés que designa a los extranjeros que no son propiamente inmigrantes. Es decir, los técnicos y asesores de alto nivel -en general, europeos y americanos, pero también libaneses o australianos- que constituyen un pequeño porcentaje de los 8,8 millones de trabajadores forasteros, la mayoría asiáticos, de Arabia Saudí.

Oasis o guetos para occidentales y occidentalizados, en los compounds las mujeres pueden pasearse sin las obligatorias abayas (las túnicas negras hasta los pies con las que se ocultan las formas femeninas), olvidarse de la segregación de sexos que impera en la vida pública, e incluso bañarse en la piscina con amigos. Tras los bloques de cemento y los alambres de espino que desde los atentados del año pasado protegen esos recintos, el paisaje es parecido al escenario de la película Las mujeres perfectas. A mayor o menor escala, todos ofrecen unas casas espléndidas, rodeadas de jardines cuidadísimos, y un centro social con supermercado, joyería, restaurante, piscina, gimnasio y guardería infantil.

"Las casas están amuebladas; sólo he traído algunos adornos y el menaje", explica E. E., mientras muestra el espectacular salón en dos alturas de su vivienda en una pequeña urbanización de un centenar de chalets. Las estancias son lujosamente espaciosas. "Pero lo mejor es el servicio de asistencia; si se te funde una bombilla o falla el aire acondicionado, llamas al encargado y te soluciona cualquier imprevisto", añade esta española que acaba de instalarse en Riad en el momento en que muchos han decidido marcharse. "Sí, cuando yo llegué a principios de año, el compound estaba ocupado al 80%, durante el verano cayó al 20% y ahora ronda el 50%", admite su marido.

"No ha habido un éxodo", estima, sin embargo, Barrie Peach, de la Embajada del Reino Unido. "En junio tuvimos ese temor, pero al concluir el verano no se ha concretado y la mayoría está regresando", añade. Peach calcula la actual colonia británica en 25.000 personas (los norteamericanos son unos 35.000). Lo que está por ver es el impacto a largo plazo. De momento, está cambiando la fisonomía de los expats. "Antes tres cuartas partes eran familias, ahora la mayoría de los nuevos incorporados son más jóvenes y están solteros o no traen a las familias con ellos", apunta Peach. Una pista: el Colegio Británico, que al concluir el pasado curso tenía 700 alumnos, acaba de iniciar el año escolar con 600.

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"Todo está concebido para que los compounds sean autosuficientes y no necesitemos desplazarnos fuera", resume E. E. mientras continúa la visita a la cocina, la zona de lavandería y el patio trasero. Da la impresión de que se quiere evitar la interacción con la población local. "No creo que sea tanto eso como que en la mentalidad saudí las mujeres deben permanecer en casa, por lo que necesitan este tipo de facilidades y espacios más amplios", opina la anfitriona. Aun así, la sensación de confinamiento es inevitable para muchas esposas de expats, acostumbradas a una vida más activa en sus países de origen.

El compound también se ocupa de eso. Diversas actividades sociales tratan de llenar su tiempo. Cada mañana un minibús les acerca a alguno de los zocos o de los numerosos centros comerciales de la ciudad. Por las tardes se organizan clases de aeróbic, muestras de cocina y concursos para los niños. "El único entretenimiento es salir de compras o a comer fuera", coinciden varias entrevistadas que ya han recorrido todas las tiendas habidas y por haber. Superada una primera fase consumista, las más inquietas se apuntan a cursos de árabe o de lenguas extranjeras. Otras ejercen ellas mismas de profesoras de su lengua nativa.

"Más allá de mejorar mi inglés, la clase me sirve para entrar en contacto con mujeres saudíes, a las que de otra manera tendría difícil acceso", señala A. O., una socióloga que está aprovechando el destino de su marido para empaparse de una cultura tan difícil de entender como fascinante. Pero para quien no tenga estas inclinaciones culturales o una gran disciplina vital, el compound se puede convertir, como el país en sí, en una jaula de oro.

Para el libanés M. F., esas difíciles condiciones de vida, más que la seguridad, están en la raíz de que muchas familias se estén yendo. "La seguridad les está sirviendo de pretexto", defiende. Y es que las posibilidades de fallecer en uno de los frecuentes accidentes de tráfico de las carreteras saudíes son mucho mayores que de hacerlo en un atentado terrorista. Pero el ingeniero británico Chris Maybury subraya el cambio. Cuando él empezó a viajar a Riad en los años setenta, éste era un país "muy, muy seguro", lo que compensaba las limitaciones de la libertad personal.

Ahora Maybury, que vive en una pequeña urbanización del centro sin especial vigilancia, ha dejado de ir a los zocos y detenerse a charlar con la gente como solía. "Nunca salgo de casa a la misma hora, ni vengo al trabajo por el mismo camino; además, me fijo mucho en los ocupantes de los coches vecinos cuando estoy parado ante un semáforo. Supongo que he asumido que corro un riesgo y que puedo ser un objetivo en cualquier momento", admite sin hacer un mundo de ello. Como asegura M. F., "todos estamos aquí para hacer dinero y el que no le guste tiene las puertas abiertas".

Mientras tanto, los jueves por la noche, la comunidad extranjera seguirá tratando de romper la monotonía con un poco de música disco y cerveza de fabricación casera. Tratarán de olvidar por unas horas que en el exterior del compound tanquetas militares con las ametralladoras montadas les protegen de quienes ven su comportamiento como una perversión intolerable.

Saudíes inspeccionan la urbanización de Riad en la que explotó un coche bomba en mayo de 2003.
Saudíes inspeccionan la urbanización de Riad en la que explotó un coche bomba en mayo de 2003.AFP

Barreras culturales

La revista Villas Rosas, bajo cuyo nombre se gestionan cuatro compounds en Riad, anunciaba en uno de sus últimos números lecciones de español con Carmen y de piano con Lee. También ofrecía servicios de limpieza y taxi, y daba la bienvenida a los últimos incorporados a la gran familia de las urbanizaciones. Publicaciones similares se reparten cada mes en la treintena de recintos que albergan a los occidentales en la capital.

Su objetivo es hacer la vida más fácil a una población que reconoce que Arabia Saudí "es un país hostil para los extranjeros". Unas normas sociales a años luz de las que acostumbran estos inmigrantes de lujo, una comunidad cerrada sobre sí misma para preservar sus tradiciones y, sobre todo, la omnipresencia de una interpretación absolutamente rigorista del islam, llenan de contenido la expresión "choque cultural". La adaptación se hace especialmente difícil para las mujeres de, que no pueden ni siquiera conducir. Sólo un puñado de extranjeras trabajan como enfermeras o como profesoras.

Sin embargo, E. E. ha descubierto la forma de derribar barreras: los niños. "Los saudíes adoran a los niños", cuenta. "El primer día de clase de inglés me vino a esperar mi marido con mi hija y al día siguiente una de las saudíes de mi curso me trajo chocolatinas para la niña. Confío en que sea el principio de una amistad".

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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