El Niño y Eto'o, las dos panteras
La pantera blanca se llama Fernando. Su estampa es en sí misma una revelación profesional: tiene el cuerpo estriado que distingue a gatos y mediofondistas, gente nacida para la alta competición en cuyo apurado repertorio cuentan más las neuronas que el fuelle. Su secreto no consiste en sostener un ritmo asfixiante, sino en cambiarlo violentamente para ganar la posición: cargan los nervios de electricidad, encajan las mandíbulas en un gesto imperceptible, clavan la zarpa de apoyo, se transforman en materia inflamable y ganan el metro decisivo en un solo golpe de riñón.
Está claro que en su frenético mundo animal el éxito no pasa tanto por la velocidad como por la sorpresa, pero nunca sabremos si el llamado Niño es un producto de la evolución o una simple expresión del entusiasmo; si sólo es un felino de última generación o el verdadero retrato de un superviviente. Aunque su porte atlético parece una manifestación de su naturaleza, su carrera se incubó en el barrio, un laberinto de voces y tipos en el que los muchachos se atreven a soñar en voz alta por si alguien quiere escucharlos. Convertido en la gran esperanza rojiblanca por razones de necesidad, consiguió eludir todas las amenazas del mercado del músculo: la fatiga de la hipertensión, el vértigo de la duda y la modorra del éxito. Y ahí está ahora, afilándose los dientes en la línea de fondo.
La otra pantera se llama Samuel y tiene la biografía corta de un muchacho impaciente. Recién llegado de Camerún, fichó por el Madrid, fue prestado al Leganés, empezó a merodear por la periferia del fútbol y de la ciudad con un permanente gruñido de desconfianza, y de pronto había abierto sus ojos de iluminado, empezaba a quemar la hierba con su exótico fútbol de filigrana y ponía a pensar a sus colegas más sagaces. Christian Karembeu, por ejemplo, fue su primer admirador incondicional.
-De todo lo que he visto por aquí, grande y pequeño, me quedo con Sami Eto'o, este regateador loco que siempre se empeña en infiltrarse por las rendijas del parqué- dijo.
Luego se vio atrapado en la tradicional maraña de cesiones, concesiones y comisiones. A falta de amigos de toda confianza, decidió buscarse un enemigo de toda garantía. Cuando quisimos darnos cuenta, había dado un peligroso sentido a su vida: de ahora en adelante jugaría para vengarse del Real Madrid.
Mañana, Fernando y Sami, las dos panteras, se deslizarán por los cubiles del Manzanares, cruzarán esas miradas oblicuas de cazador que cortan el aire como una navaja barbera y marcarán su territorio en los confines del campo.
Separados por noventa metros de aire enrarecido nos brindarán el primer duelo de fieras del balón.
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