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Crónica:VUELTA 2004 | Segunda victoria del italiano
Crónica
Texto informativo con interpretación

Como estaba previsto, Petacchi

El 'sprinter' se impone en una etapa de nervios, enganchones, caídas y estrés

Carlos Arribas

El pelotón, tomado desde arriba, 200 espaldas coloreadas, encerrado en la carretera estrecha ocupada a todo lo ancho, parece un rebaño de ovejas, una masa ordenada de animales guiados por el instinto que sólo ven el suelo que pisan, que sufren los olores de los de delante, que no saben de dónde vienen, a dónde van. Encajonados. Una lata de sardinas que se mueve a 20 kilómetros por hora contra el viento de cara sobre una cinta de asfalto áspero, entre tierras ricas, negras, buen cereal cosechado hace meses. En un desierto. El Moncayo, al Oeste, una presencia oscura, oculta entre brumas y bajas nubes negras. Una fábrica de viento, de nervios, de estrés, en un pelotón aún espeluznado por el recuerdo del loco del día anterior, un británico de 26 años, R. W. J. P., con su maillot, su culotte y su mountain bike, cubierto de polvo y sudor, que con una mano tiró una piedra de cinco kilos al paso de los corredores y con la otra -según algunos testigos, aunque la Guardia Civil no lo confirma-, armada de una cámara de vídeo, quiso grabar la catástrofe que no se produjo.

Bueno, breve, da cuatro pedaladas tremendas que le llevan al podio, a la estadística

La imagen es engañosa. El pelotón no es un rebaño, es un hormiguero. Doscientas hormigas especializadas que organizan y desorganizan decenas de corrientes internas que fluyen de arriba abajo, de abajo arriba, a las que se enganchan, como el padre de Nemo camino de Sidney, los líderes que quieren colocarse en cabeza, los gregarios que bajan a por agua y suben cargados. Corrientes que, de repente, sólo precedidas de un frenazo, una imprecación, se cortan. En el tramo más estrecho, en las largas rectas del Jalón, las corrientes se organizan por las cunetas, entre hierbajos, donde es probable el pinchazo, donde es segura la caída, el enganchón -se cayó Hamilton, se golpeó fuerte en el codo, la rodilla, la cadera: ya es más peligroso.

En lo ancho, girando hacia la fábrica de Opel, el viento incansable sopla de costado. Eusebio Unzue, el planificador, estaba esperando el momento. La noche anterior recorrió el terreno. Pocas horas antes, sus avanzados le habían informado. Todo estaba preparado. La corriente se acelera. Los de Unzue, los del Baleares, irrumpen con fuerza por un lateral. Es el momento del abanico. De meter cuneta. De provocar el corte. No. Fue el momento de que Menchov, su líder, atrapara un bache, rompiera la bicicleta, se quedara tirado. La corriente se reorganiza. La lucha no es por ganar ahora, es por la supervivencia. Nadie para.

Llegando a Zaragoza sopla el viento de cara. Matthew White, que es australiano y, por tanto peculiar, poco apto para un hormiguero, elige la corriente solitaria. Deja la autovía y se larga por la vía de servicio. Totalmente solo. Sobreexcitado. Sin nadie que le corte el viento, sin nadie a rueda. El sofoco le dura 500 metros. Un sprint interminable contra un pelotón sin alma que rueda, inalcanzable, paralelo, por su izquierda. Cuando encuentra un hueco en la mediana, un suspiro de alivio, el empujón, el aplauso y la carcajada del gran Txente García Costa. El pelotón ya piensa en otra historia.

A Santiago Botero le habían prometido los de su equipo, el T-Mobile, que en la Vuelta llevaría galones, que pensara en la clasificación general. Pero allí estaba, a tres kilómetros de la llegada, su gran carcasa plantándole cara al viento, organizando la corriente final, la que debería llegar a su jefe, Zabel, a la victoria. "En cuanto se han enterado de que cambio de equipo

[Botero se irá en 2005 al Phonak], me han dicho que a trabajar, que nada de general", dice el colombiano. Después de Botero, que suda un minuto, llegan, impetuosos, organizados, soberbios, los del Fassa Bortolo. Han esperado hasta el final para aparecer, para organizarle el camino real, la vía imperial a su Petacchi, al que nunca falla, al sprinter que busca su décima etapa en la Vuelta, el segundo libro para su biblioteca 2004 -ayer tocaba Gracián, el de lo bueno y lo breve: descripción de un sprinter, claro-, su tercera victoria en Zaragoza. Petacchi dice que está cansado y que no siente las piernas, pero sus chicos le lanzan igual, le dejan contra el viento, por delante de Zabel y Freire, los que logran remontar una de cada diez veces, y él, bueno, breve, da cuatro pedaladas tremendas que le llevan al podio, a la estadística.

Las corrientes también chocan. Detrás de la meta, Koldo Gil, despistado, choca con Zabel, frustrado, que vuelve a por un maillot. El alemán, maleducado, le insulta. Espeluznados hasta después de terminar. Pobres ciclistas.

Alessandro Petacchi (a la derecha) alcanza la meta antes que Erik Zabel (en medio) y Óscar Freire.
Alessandro Petacchi (a la derecha) alcanza la meta antes que Erik Zabel (en medio) y Óscar Freire.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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