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VISTO / OÍDO
Columna
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Otra vez el velo

Muchas mujeres musulmanas llevan velo sobre la cabeza. No las obligan padres o hermanos: son musulmanas. Muchos hombres llevan también la cabeza cubierta. Turbante, fez, o el mantelito para mesa de cocina que llevan Arafat y los reyes, emires, príncipes, o lo que sean. Está todo en el Libro: los judíos van cubiertos, el número que va desde bonetes a tiaras entre los católicos es enorme: y las monjas tienen modelitos de todas clases. En mi infancia era difícil que una mujer saliera en España sin algo en la cabeza. Y muchos hombres. Antropólogos creen que hay ritos arcaicos de aislamiento del cielo y de la tierra: alfombras, calzado, monturas; palios y sombrillas. Creo que era Marañón el que habló de la tricopsicosis, o neurosis de más o menos pelo, más notable en los hombres calvos, o en la tendencia femenina a depilarse sobacos y monte de Venus. He vivido en un país musulmán, y hay musulmanas que respetan toda clase de velos y trajes informes, y otras que visten de europeas, incluso audaces, sin dejar de creer en su religión. He asistido en Egipto a una rebelión de jóvenes educados en Londres, en París y en Estados Unidos, que decidieron volver a la tradición y ponerse ellas el traje talar y los velos, y ellos el turbante y dejarse la barba: por repulsa a Occidente maltratador. Es una mezcla de tradición, religión y pudor. He visto musulmanas en el agua de la playa de Tánger sin más que un camisón transparente: pero con velo en la cara. Todavía hay españolas que ante ciertas situaciones se llevan la mano a la boca para taparla.

No escribo para defender ninguna religión: me parecen todas ellas culpables y ligadas con el poder por la fuerza y con el trabajo por nada. Sólo digo que las muchachas a las que en Francia se prohíbe usar el velo sobre la cabeza no están forzadas por nadie: es su religión la que les impone una manera de vestir. Prohibírsela es impedirles una libertad que no afecta a su trabajo y su aprendizaje; en nombre de una "liberté" que todos aceptamos y defendemos, no se prohíbe lo inofensivo; y menos se impide asistir a los centros de enseñanza donde quizá aprenderán que toda religión es lesiva para la libertad. Una república no puede impedir a nadie el acceso a la enseñanza (algunas se ponen peluca para engañar a los profesores: es una estupidez tan grande como la de la ley francesa, y como el apoyo del feminismo extremista; es una discriminación).

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