Twain
Todos los años, al principio del verano, leo algún reportaje sobre los libros que piensan leer los actores o los políticos o los escritores durante las vacaciones. Pero luego llega septiembre y nadie investiga si leyeron realmente lo que prometieron que iban a leer ni si esos títulos han influido en su existencia. Es como si uno se fuera a Marte y nadie, a su regreso, le preguntara cómo le ha ido. Si alguien anuncia públicamente que va a leer el Ulises o el Quijote, los periodistas tienen la obligación de esperarlo a pie de avión para que relate la aventura ante las cámaras. A lo mejor es que se da por supuesto que se dicen esas cosas para quedar bien. Somos raros.
Pues bien, si me permiten una confesión personal, yo he leído este verano la autobiografía de Mark Twain. En realidad, aún no la he terminado porque me relamo al acabar cada capítulo, para que me dure más, pero quería celebrar la vuelta al cole con esta confidencia. Lo primero que hay que decir es que resulta sorprendente que no estuviera traducida, y, lo segundo, que menos mal que se le ha ocurrido a alguien (Espasa). Twain la escribió con la idea de que no se publicara antes de su muerte, para trabajar con libertad. "Estoy literalmente hablando desde la tumba", dice en el prólogo, "porque ya me habré muerto cuando el libro salga de la imprenta". Pero no se trata de un libro escandaloso, sino sincero en el sentido útil de la palabra. Y moderno. Pese a que murió en 1910 (había nacido en 1835), su escritura es jugosa y flexible como un tallo recién cortado. Uno se debate entre el placer de avanzar y la pena de llegar al final, como en la vida.
El mejor Twain, es decir, el más irónico, el más divertido, pero también el más triste y escéptico está en estas páginas. Sus reflexiones y anécdotas sobre el periodismo y la literatura de su época arrojan una curiosa luz sobre el periodismo y la literatura de la nuestra. Leerlo es como pasear por el campo sin prisas un día de verano, sorprendiéndose de la cantidad de insectos y de variedades vegetales que nos salen al paso. No hay una sola página que no contenga una sorpresa estilística, un acierto reflexivo, una mirada nueva sobre algún asunto viejo. Si les gusta Twain, no se lo pierdan.
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