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Columna
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Juego de encajes

Joan Subirats

Empezamos un nuevo curso político con los temas de siempre, multiplicados por los años que hace que hablamos de ellos. El resultado es de una complejidad que no invita en exceso al optimismo. Me refiero a las tortuosas relaciones entre territorio, política e instituciones. Si empezamos por lo importante, tenemos pendiente decidir cuál es el peso de los municipios y sus diversas combinaciones territoriales en las políticas que más significación tienen en el bienestar y la cohesión social de los catalanes. Educación, sanidad, servicios sociales son temas cruciales en la vida de las personas, y cada día existe un mayor consenso entre especialistas y técnicos que sin aproximar la capacidad de decisión al lugar específico donde ocurren cosas, será muy difícil avanzar en la mejora real de esas políticas. Los de educación estrenan lics, personas especializadas en lengua, interculturalidad y cohesión social que han de contribuir a que las escuelas puedan ejercer mejor su innegable labor de inclusión, pero, ¿pueden desarrollar su labor dependiendo sólo de Via Augusta (sede del departamento)? ¿No deberían conectar e interactuar con la labor de los municipios al respecto? La llamada "ley de barrios" debe desplegarse en el territorio, y ello exige asimismo la compleja labor de articular consejerías y municipios para conseguir la ambiciosa y necesaria integralidad en la transformación de esos barrios que el mismo preámbulo de la ley postulaba. Todo ello es importante, pero estamos tanbién pendientes de cuáles serán las delimitaciones territoriales e institucionales que permitan superar el micromunicipalismo catalán para articular mejor los servicios y, al mismo tiempo, respetar la voluntad de ser de cada municipio por pequeño que este sea.

Las primeras escaramuzas entre diputaciones y Gobierno de la Generalitat sobre el futuro del mapa institucional catalán señalan que no será posible abordar la necesaria reforma del espacio provincial y local con el único parámetro de la eficiencia como vara de medir. Las diputaciones representan un poder sólido que ha tejido una red de conexiones y servicios con los municipios ante la cual es mejor pensárselo dos veces antes que seguir con la facilidad con que un lápiz se mueve por encima de cualquier mapa. Probablemente cuatro provincias son pocas, y más de 50 comarcas son demasiadas para según qué cosas. Pero si bien sumar tres nuevas provincias puede ser útil a efecto de equilibrio territorial, no creo que acabe resolviendo el problema del espacio supramunicipal con la subsiguiente descentralización de políticas y prestación de servicios, cada vez más necesaria.

La próxima convocatoria-invitación (matiz Matas) para avanzar en la creación de una eurorregión en el arco mediterráneo nos indica que conviene no dejarse atar por fronteras ni viejos prejuicios cuando se trata de ejercer influencia, facilitar flujos, gestionar redes y diseñar estrategias conjuntas. Es este el nuevo lenguaje de la governance, más útil para los nuevos tiempos que la retórica del gobierno y sus competencias, fronteras, soberanías y jerarquías. La coexistencia de las dos lógicas es clave para entender la foma de operar en Europa. Mientras la Comisión lanza el llamado "libro blanco de la governanza" con propuestas innovadoras sobre cómo entender y ejercer las labores políticas de gobierno en el siglo XXI, los estados siguen con su libro de siempre en el que por mucho que la realidad les diga que la política tradicional cada día cuenta menos en gobernar la vida económica y social, ellos se sienten seguros con sus banderas, sus jerarquías, sus fronteras y sus embajadores. La mal llamada Constitución europea se ha convertido en un mejunje extraño en el que sobresale la voluntad de los estados para tan sólo aceptar los cambios mínimos que les permitan seguir representando su papel. La propuesta de la eurorregión se sitúa en otro terreno, mezclando niveles de gobierno, cruzando fronteras y situando la perspectiva de trabajo conjunta en otra dimensión. El problema es que esa nueva lógica deberá coexistir con las fuertes resistencias de quienes se sienten desplazados fuera de la comodidad estatal clásica.

No muy distinto es el escenario en el que deberíamos situar el debate sobre el nuevo Estatut y la reforma del estado de las autonomías. Una de las formas de presentar lo que Cataluña plantea sería su voluntad de ejercer de verdad governance en su espacio, desplegando sus alas en Europa y el mundo, aunque sea a costa de respetar la formalidad que marca la vieja política, y aceptar ritualmente el velo jerárquico que la tradición estatal exige. El problema es que estos 25 años nos han hecho adultos y conocemos bien los límites de nuestros vecinos. Lo que parece que ocurre es que les estamos dando una nueva (¿última?) oportunidad para que podamos sentirnos un poco más cómodos en el espacio común.

Y al final deberemos decir algo también sobre ese timorato proyecto de Europa llamado pomposamente constitución. Y me temo que no podemos decir muchas cosas buenas a poco que uno lea con atención lo que el texto propone y sepa algo del largo y costoso proceso de construcción europea. Precisamente ese es el mayor argumento de los que apuntan a votar sí. Nos recuerdan que lo importante no es tener más o menos entusiasmo hacia el nuevo texto, sino persistir en la tenacidad europeísta y en el europtimismo testarudo. Falta ver si logran convencer a aquellos que pensamos que precisamente si defiendes una Europa más potente, más respetuosa con la pluralidad y las diferencias, más capaz de presentar al mundo formas distintas de ejercer poder y de mejorar la convivencia y la cohesión social, quizás ha llegado la hora de mandar un mensaje a la dirigencia que repasen sus deberes y traten de hacerlo mejor.

Empezamos, en definitiva, un nuevo curso político con viejos temas y nuevos escenarios. Se nos complica la cosa y deberemos ser capaces de aprovechar la ocasión, no para que todo encaje y seamos finalmente felices, sino para que alguna cosa encaje un poco mejor y seamos un poco menos infelices. De ilusión también se vive, y más cuando empieza el curso y todos nos proponemos tantas nuevas cosas y acabar viejos temas pendientes.

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