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Reportaje:Atenas 2004 | MOUNTAIN BIKE: LA CARRERA SOÑADA DE 'JOHNNY PISTOLAS'

"No he merecido ser campeón olímpico"

Hermida, el ciclista políglota, rechazó los intérpretes y transmitió un borbotón de sensaciones entre la melancolía y la ironía

Carlos Arribas

"Nunca he tenido un ídolo deportivo. Nunca hasta ahora. Desde hoy mi ídolo es José Antonio Hermida", dijo Guillermo de Portugal, el seleccionador español de mountain bike.

José Antonio Hermida e Iván Raña nacieron deportivamente a la vez, casi siameses, hace cuatro años en Sidney. Dos jóvenes muy espabilados, de los mejores del mundo, practicantes de dos deportes muy jóvenes, el mountain bike y el triatlón, decididos a acabar con el orden establecido. Con todos los órdenes. Eran, son, los radicales libres del deporte español, elementos sanos, pero peligrosos para los organismos oxidables. En los Juegos australianos, Hermida terminó cuarto en su carrera, Raña, quinto en el triatlón. Los dos se juraron que en Atenas, cuatro años más tarde, serían por lo menos campeones olímpicos, si no más. El jueves por la mañana, Hermida sufrió ante el televisor viendo a su colega Iván chocar contra su sueño, despertarse de una pesadilla. Ayer, para redimirse, Raña se colgó la chapa de aguador oficial, se subió casi de madrugada a lo más alto del circuito, entre pinos y piñotes, embriagador, balsámico, olor a resina, polvo metiéndose por todos los poros, polvareda en los ojos, las narices, los oídos, pegándose al sudor, y se puso a pasarle bidones de agua fresquitos a Hermida, o power gel, energético. Disfrutó como un niño, libre. Después se sentó entre los periodistas durante la conferencia de prensa. Durante el show de Hermida, el políglota, el hombre más emocionado del mundo. El deportista más sensible, más divertido.

"Estar detrás de Absalon, mi amigo, mi compañero de entrenamientos, también de cervezas, es un honor"
El triatleta Iván Raña se subió, casi de madrugada, a lo más alto del circuito para pasarle bidones de agua
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Un subidón de adrenalina

Después de hacer un poco el vaina, cruce de gestos, disparos de pistolas, pulgares up, guiños y sonrisas, de punta a punta de la sala con Raña, después de que el tímido y dulce Julien Absalon, el ganador, transmitiera sus sensaciones al tendido, agarró el micrófono Hermida. "Dejadme solo", les dijo, torero, a los intérpretes de la organización olímpica. "Hablaré en español, francés e inglés". Después, también atendió en catalán a la prensa de su comunidad. Y tal como iba la cosa, sonrisitas, alegrías, cachondeos, para aquel que no conociera a Hermida, un ser antes que nada emotivo y sentimental, apasionado, aquello amenazaba con despendolarse a lo tonto. Pero habló Hermida. Las lágrimas empezaron a saltársele de los ojos. La voz empezó a quebrársele y todos los asistentes se callaron, hipnotizados, reclamaron pañuelos para sacarse los mocos, para limpiarse las mejillas. Habló Hermida en tres idiomas y dijo: "Me pasan ahora tantas cosas por la cabeza, emociones, entrenamientos, sacrificios, sufrimiento... Ha sido la carrera soñada. Me ha recordado a Sidney. Me ha pasado por la cabeza que también por una caída podía haber perdido el podio, pero he aguantado como un titán para lograr algo por lo que he trabajado ni más ni menos que los demás. Estar detrás de Absalon, mi amigo, mi compañero de entrenamientos a veces, también de cervezas, es un honor. Estoy donde merezco. No merezco ser campeón olímpico porque he tenido un error, he pasado una crisis, me he desconcentrado y me he caído. Un campeón olímpico no puede cometer errores. ¡Jopé!, es increíble, yo que pensé que estaba preparado para éste momento y no puedo". Así lo declamó en español, y en inglés y en francés (también se arregla en italiano). Y como veía que el auditorio se le iba por el lado sentimental, enseguida, inteligentemente, maestro de la comedia melancólica, dio un volantazo. "Y ahora también en griego", dijo, serio como un ajo, sus ojos verdes transmitiendo credibilidad, su tez pálida apoyando la moción. "Que no, que no sé griego", rompió a reír enseguida. "Pero si me dejáis cuatro años, en los próximos Juegos también hablo griego". O chino, que toca Pekín.

Un radical libre en su salsa, una corona de olivo y una cresta de mohicano. En el Olimpo. "Y ahora lo único que quiero es un bombón helado, que llevo dos años sin tomarme uno, y gastarme una pasta en telefonear a mi familia, a mis queridos, y hablar y hablar, y luego a cenar jamón de Jabugo a la Casa de España...". Segundos después, era imposible hablar por el móvil en el monte Párnitha. Congestión, decía la pantalla.

Hermida se deja caer al suelo tras cruzar la meta como medalla de plata.
Hermida se deja caer al suelo tras cruzar la meta como medalla de plata.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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