De la medalla a la cárcel
Tamara Crow, bronce ayer con EE UU gracias a un permiso judicial, deberá ir tres meses a la cárcel tras los Juegos, culpable del homicidio involuntario de su novio y un niño de 12 años tras un accidente de tráfico
Será la reclusa más laureada de la cárcel. La estadounidense Tamara Crow, que ayer ganó con Estados Unidos la medalla de bronce por equipos en natación sincronizada, se la debe a su calidad y a los jueces de la piscina que dejaron a España por detrás pero, sobre todo, al juez civil que la ha permitido estar en los Juegos. Cuando vuelva a California tendrá que ir a la cárcel a pasar los tres meses a que fue condenada por homicidio involuntario. Del podio a prisión, un paso explosivo y polémico desde el principio de su trágico caso.
Crow, de 27 años, profesora de educación fisica y socorrista, estudió también Comunicación y Sociología en la Universidad de Berkeley. No muy alta, con 1,60 metros y apenas 48 kilos de peso, se decidió por la sincronizada, modalidad de la natación que iba más a sus características físicas que la de carrera, y en la que Estados Unidos era hace años la reina absoluta junto con Canadá antes de ceder ante Rusia y Japón, y en el pasado Preolímpico, no aquí, a España.
Nacida en San Luis (Missouri), sede de los Juegos Olímpicos de 2004, Tamara es descendiente de un general que hizo la Guerra de Secesión, y entró en su guerra particular el 16 de febrero de 2003 cuando iba en coche con su novio, Cody Tatro y llevaba a un niño de 12 años, Brett Slinger, al que daba clases. Conducía de regreso a Walnut, donde vive, desde la estación de esquí de Sierra Nevada, cuando perdió el control del automóvil bajo una intensa nevada y se fue a estrellar contra un árbol. Su novio y el niño murieron, y Tamara se rompió un brazo y sufrió daños en la espalda de los que se recuperaría. Pero aparte del terrible y trágico accidente las cosas se fueron complicando. No iba a ser un caso especial.
La policía que investigó el accidente descubrió que la noche anterior, hasta altas horas de la madrugada, Tamara y su novio habían estado bebiendo y bailando. Despertaron al niño muy temprano porque debían regresar y la resaca lo estropeó todo. Cody pidió a Tamara que condujera y aunque no dio positivo en el control de alcoholemia las cervezas de la noche anterior y el sueño llevaron a la tragedia.
El juicio se celebró en enero pasado y Crow fue acusada de dos homicidios involuntarios. Durante la vista declaró que iba muy despacio, a 60 kilómetros por hora, pero el empleado de una gasolinera que los vio pasar momentos antes de que se salieran de la carretera declaró que iban mucho más deprisa. Fue condenada a 90 días de cárcel, tres días más de libertad vigilada y a pagar una indemnización a los padres del niño de 32.755 dólares, unos 27.000 euros. Sin embargo, el juez decidió que no ingresara en prisión y aplazó el cumplimiento de la sentencia hasta después de los Juegos. El Comité Olímpico Estadounidense (USOC) estuvo de acuerdo porque "no se vulneraba ninguna de sus normas internas al tratarse de un caso tan especial". Así, Tamara pudo seguir con los duros entrenamientos junto a sus compañeras, de 6 a ocho horas diarias, seis días a la semana para intentar ganar la medalla olímpica. Había sido cuarta en los Mundiales 2001 de Fukuoka y ya tercera en la Copa del Mundode Zurich de 2003.
La polémica se abrió en todo el país y aún no ha terminado. ¿Era justo que participara con lo que había sucedido? Devon Slinger, el padre del niño fallecido, llegó a declarar: "No fue un accidente cualquiera. Murieron dos personas, una de ellas mi hijo. No creo que se haya pagado suficiente lo que ha pasado. Con esta decisión, además, ni siquiera se interrumpe el sueño olímpico de la señorita Crow. El de mi hijo, que jugaba al béisbol en Stanford y soñaba con llegar a algún equipo de las Grandes Ligas, sí".
El juez permitió que la sentencia se empiece a cumplir como muy tarde, en octubre. Tamara, que fue suplente en el equipo el primer día de la rutina técnica, fue ya ayer titular en la libre final y a los acordes de la música del Señor de los Anillos para llevarse la medalla por delante del homenaje a Dalí español. No hubiera tenido sentido otra cosa a estas alturas ni para ella, ni para el USOC, ni para los jueces de la piscina, ni para el juez californiano. Para muchos otros no. Los padres de Brett, entusiastas del deporte y que le llevaron junto a su hermano Kyle a los pasados Juegos de Invierno de Salt Lake City, en 2002, prometieron esta vez no ver la televisión ni los periódicos para no enterarse de lo que sucedía en Atenas.
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