De las emociones tóxicas
Ella siempre había llamado celos a la envidia, pero ahora se daba cuenta de que si bien tenían puntos en común, definían cosas diferentes. Para no depender de palabrasalacarta.com buscó envidia en el diccionario y allí se enteró del origen del vocablo (literalmente provenía de "en vista de") y simplificando definía "el deseo de poseer lo que otros tenían". Lo que tenían en común era que ambas junto al odio, el rencor y el deseo de venganza constituían un grupo de emociones a las que últimamente ella también llamaba tóxicas. Sentimientos y vivencias que siempre dañan más a quien las siente que a aquellos a quienes tienen como destinatarios.
La envidia seguramente por ser la más cotidiana había terminado siendo comprendida y aceptada con una irritante naturalidad.
No podemos ser del todo responsables de lo que sentimos porque nuestro aspecto emocional no está bajo nuestro control
Marta escribió en recuadro una sola palabra
ENVIDIA
Es difícil pensar en los sentimientos verdaderos como perjudiciales. Nuestras emociones forman parte de nuestra vida y no sería muy bueno renunciar a ninguna de nuestras capacidades. Lo "malo", por llamarlo de alguna forma, no son los sentimientos, sino en todo caso lo que yo decido hacer con ellos.
De hecho, a pesar de ser dueños inequívocos de cada uno de nuestros sentimientos y pasiones porque de alguna manera nos pertenecen y nos definen, no podemos ser del todo responsables de lo que sentimos porque nuestro aspecto emocional no está bajo nuestro control. Sin embargo somos absoluta y totalmente responsables de cómo actuamos a partir de ellos.
Si tomamos por caso la envidia nos encontramos con un sentimiento despreciado y criticado en algunos ámbitos, disimulado y escondido en otros, casi avalado en algunos en los que se habla de "la envidia sana". Una vez más la misma emoción puede ser usada como excusa para justificar la intención de dañar al prójimo o para ser el disparador que me anime a trabajar por algo mejor.
Puedo envidiar diciendo "si yo no tengo que tú no tengas", pero también puedo pensar "si tú pudiste, yo también puedo". Otra vez, como en el egoísmo, la maldad no está en lo que se siente, sino en la calidad de las personas.
En el barrio de casas bajas y pobres apareció Antonio con un imponente automóvil rojo, fabricado en Alemania, convertible y con señales claras de costar muchísimo dinero. El pequeño Pepe, que tenía 12 años y que conocía a Antonio de toda su vida, le preguntó cómo había conseguido semejante "joya".
-Me lo regaló mi hermano -contó el muchacho.
-¿Tanto dinero tiene tu hermano?
-No -siguió Antonio-, lo que pasa es que choqué con mi viejo auto, y él que sabe que yo adoro los autos, pidió un préstamo y me compró este. ¿Quieres dar una vuelta?
-Me encantaría -admitió Pepe.
El muchacho le abrió la puerta al niño y haciendo sonar un poco los neumáticos, arrancaron a un paseo que duró casi media hora.
Cuando el auto se detuvo Pepe estaba deslumbrado. Nunca había subido a un auto tan lujoso, tan cómodo, con tantos relojes y con un tapizado tan suave...
-¿Y te lo regaló tu hermano, pidiendo un préstamo? -preguntó, como para confirmar.
-Sí -respondió Antonio-, le llevará casi cinco años terminar de pagarlo.
-Qué envidia -dijo Pepe-, como me gustaría... cuando sea grande...
-Te gustaría tener un hermano que te regale un auto así -dijo Antonio poniendo en palabras lo que parecía obvio.
-No -dijo el pequeño Pepe-, me gustaría, cuando sea grande... llegar a ser como tu hermano.
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