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Reportaje:Atenas 2004 | GIMNASIA: LO POSITIVO Y LO NEGATIVO

El nuevo Fernández Ochoa

Gervasio Deferr, oro en salto, ha demostrado una inmensa calidad de competidor en la que corren paralelas su capacidad mental y la física

La sinceridad, por bandera. Gervasio Deferr es de esos tipos a los que se les acepta como son o se les detesta. Con 19 años, el gimnasta ya se puso los Juegos por montera gracias a un desparpajo insólito. Ha vuelto a hacerlo. Es de un pragmatismo extraordinario y en cuatro años que ha tenido para madurar disfrutando de su éxito ha sufrido el doble. Pero lo ha superado. Su físico extraordinario para suelo y salto, con piernas potentísimas y centro de gravedad muy bajo (1,67 metros y 66 kilos) le ayuda muchísimo. Pero, al igual que Rafael Martínez, quinto en el concurso múltiple con sólo 20 años, tiene una enorme capacidad mental que le catapulta mucho más.

Gervi es el Paco Fernández Ochoa del siglo XXI. El esquiador madrileño de Cercedilla ganó la única medalla de oro de la historia alpina española en el eslalon de Sapporo 72. Era uno de los mejores de la época, de forma muy similar a lo que le sucede ahora al gimnasta. ¿Por qué ganó? ¿Casualidad? ¿Fortuna? Sin duda, porque tenía calidad. Pero, además, porque era y es un personaje genial, mentalmente extraordinario, incluidos sus defectos. Capaz de una hazaña así sin arredrarse ante rivales importantes, creyéndose que podía ganar a cualquiera. Y eran tiempos en que los españoles no parecían tener dos brazos o dos piernas como los grandes.

Corren tiempos modernos, con los mejores métodos, pero Gervi también es el gran competidor nato por excelencia. "Estoy triste porque, después de lo mal que lo he pasado, fallar yo me duele más que te ganen o que los jueces te puntúen mal. Yo he perdido la final", dijo el domingo, tras quedar cuarto en suelo, su aparato maldito desde Sidney. Fueron declaraciones muchos minutos después de tener el error en la segunda diagonal. Pasó por la zona mixta como una exhalación y fue sólo un momento a llorar al vestuario y quizá a pegar algún puñetazo contra las paredes. "Lo de hoy me costó lágrimas ayer", recordó tras ganar el oro en salto el lunes.

Pero el día antes, cabreado, demostró su solidaridad con la gente del equipo, como se le ha visto en todo el torneo olímpico. Cogió un cartel con el nombre de Víctor, su compañero Cano, y se fue a animarle a la grada en su final de caballo con arcos. Luego, volvió, se disculpó y repitió lo que había dicho el primer día del concurso por equipos, cuando se metió en las dos finales de suelo y salto: "Para mí, el hecho de haber podido venir aquí era ya un reto, suficiente, y estoy orgulloso". Pero estaba entre triste y decepcionado porque, aunque opina que un cuarto puesto no le dolió más que si hubiese sido un quinto o un sexto, no volvía a saltar a la fama ni podía reivindicar tanta carga emocional acumulada en los últimos dos años como pudo hacerlo con el oro.

Tampoco daba mucho por el triunfo en salto, como en Sidney, pero el gran competidor resurgió de todas sus cenizas. Tenía mucho por ganar para sus reivindicaciones, pero no le tembló el pulso. Necesitaba clavar al menos uno de los dos saltos de dificultad de partida 9,90, más que sus rivales, porque algunos tenían dos de 10 o uno de 9,90 y otro de 10. Y falló la salida del primero. Más difícil todavía. A cualquiera le habría temblado todo y, de hecho, le pasó al rumano Dragulescu, que sí clavó el primero, pero se quedó corto en la recepción del segundo y se fue fuera del tapiz y al bronce. Pero a Gervi, no. Demostró que su capacidad de concentración mental es paralela o incluso superior a la física.

No sólo lo confirmó en la prueba, sino con su esfuerzo de preparación, cuando se fue de Barcelona, dejó a su familia, su novia y sus amigos, y trabajó duramente en Madrid con la selección. No había podido ir a los Mundiales de Anaheim 2003 por unos problemas de espalda. Sus enésimos problemas. Había perdido muchas cosas. En 2002, la medalla de plata de los Mundiales de Debrecen (Hungría) por su cana al aire y dar positivo con hachís. Después, a su hermanastro en un accidente de coche. Por el medio, muchas críticas sobre su proceloso futuro. Nunca se sabe lo que le deparará, pero Deferr ha confirmado la regla de que rectificar es de sabios y ganar lo que ha ganado él de genios. Simpatías y filosofías aparte.

Gervasio Deferr, en su salto hacia el oro.
Gervasio Deferr, en su salto hacia el oro.REUTERS

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