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Reportaje:Atenas 2004 | ATLETISMO: SIN PODIO ESTA VEZ EN LOS 20 KILÓMETROS MARCHA Y LOS 100 METROS VALLAS

"Mi cuerpo dijo 'basta"

María Vasco, bronce en Sidney, debe conformarse con ser séptima en una prueba ganada por Atanasía Tsulémeka, una griega sin historial

Carlos Arribas

La marcha es la disciplina de la memoria; de las historias repetidas, los mismos personajes, las mismas situaciones, resoluciones dramáticas diferentes... Hasta las calles desoladas de los alrededores del estadio olímpico de Atenas, soleadas ma non troppo, barridas por el agradable viento del norte, el meltemi, que se lleva la contaminación, la suciedad, hacia el mar, llegaban ayer, pronto por la mañana, los recuerdos de cuatro, de siete años antes, agarrados a la memoria de las competidoras.

María Vasco ganó la medalla de bronce en Sidney 2000 porque en los últimos cuatro kilómetros los jueces descalificaron a las tres primeras por marcha irregular, por correr.

Cuatro años después, los tiempos han cambiado. María, madura, emocionalmente satisfecha, "orgullosa" de sí misma, autosuficiente, quería refrendar su nuevo ser ganando un metal por las bravas en sus 20 kilómetros.

"Nada de ir de atrás adelante, recogiendo cadáveres al final. Nada de esperar descalificaciones", prometió María, a quien el uso de los tópicos le permite expresarse con rapidez y precisión. "A mí ya no me acojona nadie. Voy a poner toda la carne en el asador. Llego con los deberes hechos. Voy a ir a por todas", recitó.

Salió con todas, se puso entre las primeras, intentó resguardarse del viento que se la llevaba -una pluma móvil, que dice la ópera, María: 45 kilos-, reclamó a gritos cubitos de hielo para debajo de su gorra blanca, sudó, sufrió. Aguantó hasta el kilómetro 17.

"Ahí el cuerpo me dijo: 'María, hasta aquí hemos llegado", explicó luego, aparentando placidez, delatada por sus ojos claros enrojecidos de habérselos restregado, de haber llorado; "pero, bueno, no ha podido ser". "Yo venía preparada. Así es el atletismo. Ha sido el mejor año de mi carrera deportiva, aunque no haya habido medalla. Ahora me tomaré unas merecidas vacaciones", continuó recitando.

María terminó la séptima. No hubo descalificaciones, aunque pudo haberlas habido. Los jueces, dicen, ya no quieren escándalos, como el de Sidney, que pongan en peligro incluso el propio mantenimiento de la marcha, cuestionada, en el programa olímpico.

Jane Saville, australiana de Sidney, pidió una pistola para dispararse un tiro en la boca cuando, entrando ya en el estadio de su ciudad natal, yendo la primera, a tan sólo 150 metros del oro, fue descalificada.

Después reflexionó Jane. Aceptó el veredicto de los jueces. Decidió que, antes que morir, más valía curarse de la decepción ganando una medalla en Atenas. Así que, entrenada por su marido, el ciclista Matt White (Cofidis), aquél que en pleno calentamiento para el prólogo del último Tour de Francia se rompió la clavícula y no pudo siquiera tomar la salida-, Jane se preparó a conciencia y, cuando María se dobló, ella aguantó. Terminó de bronce. La plata se la levantó una rusa con historia.

Olimpiada Ivanova, la del apropiado nombre, había ganado precisamente la plata en los Campeonatos del Mundo de la capital griega, predestinada, hace siete años, para ser desposeída de ella poco después por dar positivo en el control antidopaje por el anabolizante estanozolol -ese esteroide de la edad de piedra, según dicen los expertos, que le costó el oro de los 100 metros de Seúl al canadiense Ben Johnson hace 16 años y que aún sigue de moda: a la lanzadora de peso rusa Irina Korzhanenko, que se había consagrado aparentemente en Olimpia, también la han cazado por el estanozolol.

Durante los dos años de suspensión, Ivanova alcanzó el cinturón negro de yudo, siguió trabajándose la marcha y en 2001 avisó ganando los Mundiales canadienses de Edmonton. Pero ayer no pudo conseguir el oro porque se lo impidió una griega.

Atanasía -significa inmortalidad- Tsulémeka cuenta sólo 22 años de edad. Apenas tiene memoria histórica de la marcha. No tiene estados de ánimo. No entraba, tampoco, en los recuerdos, en los temores, de ninguna competidora. Pero fue ella la que, potente, voladora, técnicamente atrasada, dio el tirón violento que hundió a María Vasco, que dejó sin resuello a Olimpiada Ivanova y Jane Saville, que resolvió la cuestión. Después, cuando se le acercó la rusa, a un kilómetro, sin miedo a los jueces, volvió a dejarla plantada.

Ganó Atanasía y, en su alegría por un título inesperado, no dudó en ser políticamente incorrecta en el más alto grado: dedicó su victoria a Kostas Kenteris y Ekaterini Thánou, los dos campeones helenos que, sospechosos de dopaje, se vieron forzados a renunciar a los Juegos antes de que el Comité Olímpico Internacional los echase. Incluso se atrevió a calificarlos de "dos inocentes perseguidos".

María Vasca, al final, sentada en la pista del estadio, como otras marchadoras, para descansar.
María Vasca, al final, sentada en la pista del estadio, como otras marchadoras, para descansar.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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