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Crónica:Atenas 2004 | ATLETISMO: EXTRAORDINARIA VICTORIA DE UNA FIGURA EMERGENTE
Crónica
Texto informativo con interpretación

Wariner lidera el renacimiento

El alumno de Michael Johnson y Clyde Hart en los 400 metros ilumina la noche griega de una manera espléndida

Carlos Arribas

En la última recta, cuando el ácido láctico sube a más de 20 creando espasmos de dolor insoportables, tetaniza piernas y brazos, las convierte en garrotes, articulaciones secas que se mueven dolorosamente a cámara lenta, Jeremy Wariner -gafas de sol, un diamante en cada oreja capturando los reflejos de los focos del estadio- iluminó la noche ateniense como si un rayo surgiera por la calle 4. A su izquierda, Derrick Brew, el más veterano del terceto estadounidense, parecía una estatua, paralizado. A su derecha, Otis Harris, el otro miembro del país de las barras y las estrellas, parecía marchar hacia atrás. Entre los dos surgió Wariner, el más joven, 20 años, ágil, felino, feliz, cada zancada acercándole a la victoria, a una marca extraordinaria, a 44s pelados, un tiempo que recuerda al primer Michael Johnson, 37 centésimas menos que su mejor marca anterior, más de un segundo inferior a la marca con la que comenzó el año que cambió su vida y la del 400 mundial.

Jugaba al fútbol americano y hace un par de años se empeñó en mejorar su velocidad
Tiene 20 años, es ágil, felino, feliz, cada zancada le acercó a una marca extraordinaria, a 44s

Se acabaron, así, de una forma espléndida y juvenil, los años más negros del 400, en otros tiempos, los tiempos de Michael Johnson, de Lee Evans, una de las pruebas cumbre del atletismo, pero sometida desde la retirada del expreso de Waco a la tiranía de horrísonas figuras, como los gigantes inarticulados Moncur, Schultz y Haughton que triunfaron en Edmonton 2001, o a la dictadura de la química, simbolizada por Jerome Young, campeón en París 2003, positivo en varias ocasiones. Wariner le ha devuelto el rostro humano, agradable, sensato, a una prueba que había perdido el alma.

Se acabaron los malos tiempos, y no casualmente, gracias a un alumno de Baylor (Waco, Tejas), la universidad en la que se hizo grande Michael Johnson, a un protegido de Clyde Hart, el técnico que acompañó a Johnson toda su carrera, a un admirador de Johnson, quien de vez en cuando se pasa por la pista de entrenamiento de la universidad para contarles historias, secretos, para darles consejos. Es como si la historia reconociera, colocando a Wariner en Tejas, la deuda que tiene con Johnson, aún récordman mundial de 200 y 400 metros.

Wariner jugaba al fútbol americano y hace un par de años le llegó a Hart junto a un compañero porque quería entrenarse con él para mejorar su velocidad. En dos sesiones Hart, veterano curioso, ansiosos, aún esperando la llegada de un nuevo mirlo blanco para dar sentido a su carrera, se dio cuenta de que tenía entre las manos a un diamante en bruto; a la tercera le convenció de que se dejara de fútbol, que lo suyo era el atletismo. No muy alto, 1,82 metros, no muy musculado, con una mentalidad única, con una ética de trabajo que a Hart le recuerda la de Johnson, Wariner era una mina. Sobre él, Hart, quien reconoce que sigue aprendiendo cada día, que es mejor técnico aún que en sus tiempos con Johnson, puso en práctica todos sus métodos, su idea de la fuerza como algo que se gana corriendo, no en el gimnasio con pesas, su idea de que toda progresión necesita tiempo, sus entrenamientos primero a velocidad lenta con poco reposo entre medias, después a alta velocidad con más descanso. Era un programa de puesta a punto y una prueba de madurez. Si la superaba, sería válido. La superó con nota. Hart se quedó admirado. "He tenido atletas duros, todos han destacado por su capacidad para estar centrados, algunos eran lo que yo llamo guerreros. Michael Johnson tenía esa capacidad, no desperdiciaba energía preocupado por la competición. Jeremy es igual", dijo Hart.

Antes de viajar a Atenas, Hart le dijo a Wariner que para ganar el oro tendría que bajar a 44s o a 43s altos incluso. Le dijo también lo que quería de él, cómo debía ser la carrera perfecta. Unos primeros 200 metros rápidos -Johnson solía cubrirlos en 21s justos, Wariner, que no es tan rápido, lo hacía en 21,4s-, un tercer hectómetro clave, en el que el trabajo de brazos en la curva compensara el inicio del descenso de velocidad, mantuviera la aceleración contra la gravedad -Wariner, en los trials en que se ganó la plaza lo cubrió en 10,86s-, y unos últimos 100 metros agónicos, de luchar por la supervivencia, de desacelerar menos que los demás -Wariner llegó a Atenas con 12,04s en el último tramo. Después le puso un objetivo: 44,00s, objetivo oro. Le dijo lo que quería, que bajara a 21,3s los primeros 200, que mejorara un poquito el tercer 100 y, sobre todo, que bajara de 12s en los últimos. Aún no hay resultados fraccionados, pero, si no clavó el consejo, Wariner se acercó muchísimo.

El 44,00s que le valió el oro en Atenas coloca a Wariner en el octavo lugar de todos los tiempos, tras los monstruos sagrados sobre los que aún reina el gran Michael Johnson, su inspiración.

Jeremy Wariner levanta los brazos para celebrar su victoria, secundado por Otis Harris, a la izquierda, y Derrick Brew.
Jeremy Wariner levanta los brazos para celebrar su victoria, secundado por Otis Harris, a la izquierda, y Derrick Brew.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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