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Crónica:Ciencia recreativa
Crónica
Texto informativo con interpretación

La nota al margen (2)

Javier Sampedro

Leslie Orgel respondió ayer: "He rebotado tu correo a Christof Koch en Cal Tech. Él debería saber algo sobre el último manuscrito de Francis Crick. Atentamente, Leslie". Orgel tiene razón. Si Francis Crick dedicó su último día de vida a corregir un manuscrito sobre la relación entre la consciencia humana y el claustro, esa enigmática región del cerebro, el que tiene que saber algo es Christof Koch, el neurocientífico que más de cerca ha colaborado con Crick en los últimos 20 años. Koch, investigador del Instituto Tecnológico de California (Caltech), en Pasadena, es coautor del último trabajo que publicó Crick, Un marco para la consciencia (Nature Neuroscience, febrero de 2003), y acaba de exponer las teorías que él y Crick han desarrollado en los últimos años en un libro excepcional, The Quest for Consciousness (Roberts & Company, 2004).

Bingo. Koch explica en un correo: "Bueno, es un artículo conjunto sobre el claustro, una oscura estructura sepultada debajo del córtex cerebral. Yo mismo acabaré el artículo y lo mandaré a una revista científica revisada por pares. El manuscrito trata sobre el claustro y su posible conexión con nuestras ideas sobre la consciencia".

Koch confirma que, durante el último mes de su vida, Francis Crick se concentró por completo en la teoría del claustro. Pero la idea ya se le había ocurrido 10 años antes. Crick pensaba que el claustro está en una posición inmejorable para ejercer algún tipo de coordinación global de todos los módulos del córtex cerebral, los circuitos especializados que ven, oyen, sienten y calculan, pero cada uno por su lado. El claustro, sepultado en el centro de la cabeza, pero muy bien comunicado con todo el córtex que le rodea mediante una tupida y compleja red de puentes neuronales, era para Crick el órgano cerebral capaz de unificar las computaciones aisladas de los especialistas del córtex en una escena unitaria: la sustancia de la consciencia. Algo así leeremos cuando Koch acabe el artículo, el último Crick & Koch de las bibliografías del futuro.

¿Y qué hay del experimento de Jerome Redoute, el neurólogo de Lyón que apuntaba al claustro como la principal región cerebral que subyace a la excitación masculina? O Crick se equivoca, o se equivoca Redoute, o el fenómeno es una evidencia más de que los hombres piensan con... el claustro, por si andábamos escasos de pruebas. El cerebro, de todos modos, es de una complejidad cósmica, y por todo lo que sabemos es posible que en el claustro quepan la consciencia humana, el sexo viril y varios otros de los órganos favoritos de Woody Allen.

En diciembre pasado se fundó el Centro Crick-Jacobs de Biología Computacional y Teórica, en el seno del Instituto Salk de California, donde Crick llevaba trabajando sobre la consciencia desde los años setenta. El primer director del centro es Terrence Sejnowski, un pionero en la simulación por computador de las operaciones de la mente.

Sejnowski está reclutando a genetistas y científicos de la computación para poner orden en el incesante flujo de datos sobre las redes de genes, proteínas y neuronas del cerebro. Su objetivo último es generar modelos teóricos para explicar cómo funciona la mente humana. Las teorías serán después sometidas a prueba por los neurocientíficos experimentales del Instituto Salk. Es el método de Crick: digerir toda la información, deducir (o imaginar) la forma abstracta del problema, formular una teoría capaz de llenar esa forma y persuadir al del laboratorio de al lado para que la confirme experimentalmente, si no es mucha molestia.

Crick tuvo siempre muy presente que ese procedimiento fue la clave para descifrar el lenguaje secreto de los genes en los años cincuenta. Y, en contra de lo que suele pensarse, sus teorías sobre la consciencia humana estaban ya muy avanzadas. Mañana las conoceremos. La solución puede estar muy cerca.

LUIS F. SANZ

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