Tramposos
Que los Juegos de Atenas hayan apostado tan firmemente por combatir las trampas no deja en muy buen lugar las ediciones anteriores. ¿Acaso los récords del pasado se consiguieron bajo los efectos de sustancias prohibidas? Las autoridades arremeten contra ese búlgaro sobornado para favorecer determinada candidatura y lo convierten en un caso ejemplar. Por otro lado, se amenaza a los participantes con controles sorpresa para asegurar la limpieza química de las pruebas. Y, sin embargo, la figura del tramposo es clave para el desarrollo narrativo de cualquier historia. Cuando se supo que el jamaico-canadiense Ben Johnson había tomado algo más que Actimel para ganarle a Carl Lewis, muchos se rasgaron las vestiduras, pero lo cierto es que aquella carrera de 100 metros lisos fue memorable, aunque quizá me lo pareció por culpa de los cubatas que me había tomado.
Entre los tramposos existen dos leyes fundamentales. Si te pillan con las manos en la masa, tienes dos posibilidades a) negar la evidencia y decirle al inspector "Cariño, no es lo que parece" y b) arrepentirte en caso de que no puedas negar la evidencia. Negar la evidencia tiene sus riesgos, ya que puede que existan documentos obtenidos con cámara oculta en los que se te ve con los pantalones bajados. Arrepentirte, en cambio, consiste en soportar con cara de buen chico las sanciones que te caigan y, una vez cumplida la condena, volver a las andadas. El tramposo tiene su lado positivo (si me permiten este adjetivo en semejante contexto): estimula el talento y las facultades de los que, sin ayudas suplementarias, consiguen superarlos. Ganar a otros en igualdad de condiciones está bien, pero ganar a atletas que hacen trampas es la repera. Lo malo del dopaje, además, es que ni siquiera garantiza el éxito. El ciclismo ha demostrado que casi nunca ganan los que se dopan. Existen varios libros en los que personas relacionadas con el ciclismo (Bruno Roussel, Christophe Bassons, Willy Voet) confiesan sus devaneos con EPO, hormonas de crecimiento, corticoides, anabolizantes, nandrolona, creatina y esteroides. Pues bien: pasarán a la historia más por sus proezas químicas que por sus hazañas físicas. Sin tramposos, la competición puede parecer más justa pero quizá sea más aburrida, ya que elimina la presencia, siempre estimulante, del villano.
Hace unos días, el presidente del COI dijo que estaba empezando a pensar como los tramposos. A buenas horas. Su enemigo, en cambio, no pierde ni un minuto pensando como los buenos y mientras las autoridades empiezan a intervenir, los diseñadores de lo prohibido perfeccionan sus futuras pociones mágicas, capaces de superar todos los controles. Por cierto: un corredor de 110 metros vallas que gana su carrera habiendo tomado sustancias prohibidas no detectadas por los controles, ¿es una redundancia?
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