Psicotrópico
Organizar una ceremonia de inauguración en Atenas puede parecer complicado pero, en el fondo, se parece a bautizar un restaurante griego. El asunto acaba limitándose a una condensación simbólica que transmita unos potentes referentes universales. ¿Para qué sirven los clásicos?, se preguntan los sabios. Pues para disponer de materia prima si te toca montar un pollo así o ponerle nombre a los platos de cocina griega de tu restaurante. Ayer se manosearon homéricas recetas clásicas y, como guarnición, aros olímpicos y el Mediterráneo entendido como cuna de civilización receptora de fuegos tridimensionales y no como pringosa cloaca tóxica. Lo de inaugurar en viernes 13 ha sido tan comentado que no vale la pena abundar en el tema, aunque sí resulta alarmante organizar pruebas coincidiendo con el calor más sofocante del año, una idea de bombero pirómano. Y esta vez no le pueden echar la culpa a la tradición: los JJ OO de Atenas 1896 se celebraron entre el 6 y el 15 de abril, unos días climatológicamente más adecuados y con menos riesgo de deshidratación o síncope.
Aquella ceremonia fue menos espectacular que la de ayer, que contó con escenas psicotrópicas de deconstrucción espacial. Y eso que el programa de 1896 prometía: música militar interpretada por sociedades filarmónicas y desfile de banderas de las ciudades inscritas. Lo de las banderas sigue vigente. Allí están los atletas, orgullosos de ser abanderados de su país (un país relativo, como demuestra la presencia del chino He Zhi Wen como español). Lo de abanderado me hace pensar en la marca de calzoncillos que suelo llevar y, a juzgar por el nulo impacto que producen en mi entorno íntimo, deseo que los auténticos abanderados triunfen más que yo. Entre las banderas, predominan los estados sobre los países y quizá sería el momento de crear una para los súbditos del país del Dopaje.
La ceremonia, pues, tuvo momentos de cursilería y un aire transcendente entre onírico y alucinado sobre el legado mitológico. El terreno había sido abonado para la referencia clásica y, en los informativos de TVE, habíamos visto a María Escario con, al fondo, la Acrópolis iluminada.
Lo de iluminar las partes nobles de la ciudad tampoco es novedad. El programa de 1896 también incluía este detalle, primer paso para convertir la histórica colina en el plató y, de paso, en el nombre más apropiado para un restaurante griego. En cuanto al Caballo de Troya, los centauros y los alados, tanto sirven para bautizar un virus informático o un chupito de retzina como para convertirse en elemento escenográfico de primer orden. En resumen: pese a que la locución, sobria, corría a cargo de José Angel de la Casa y María Escario, eché de menos los siempre fascinantes comentarios de Michel.
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