Morente pone luz en la mina del cante
"¡Maestro!", "¡Hermoso!", "¡Morente!". El Mercado de La Unión parecía venirse abajo la noche del martes. Aficionados flamencos y morentianos celebraban así la actuación del cantaor, broche de las jornadas que el certamen le dedicó.
Válgame Dios, tío Rufino, las vueltas que el mundo da". Enrique Morente (Granada, 1942) recurrió a la letra de una taranta para explicar cómo había cambiado su vida en los últimos años. El Festival Internacional del Cante de las Minas cumple su 44ª edición y en su primera andadura el cantaor trató, sin conseguirlo, de ser incluido en las listas de los aspirantes a la Lámpara Minera con la que se premia cada año el cante, el toque y el baile: "Aprenda y vuelva el año que viene", contó que le respondieron entonces.
El premio supone un aval importante, pero Morente no necesitó ese toque de suerte para abrirse camino. El martes por la tarde, convertido en una de las figuras indiscutibles del flamenco, aparcaba su Mercedes en el antiguo Mercado de La Unión (Murcia). Recibía el homenaje del festival -"No me gusta esa palabra, huele a ciprés, prefiero jornadas dedicadas"- y presentaba Minerico, un concierto en honor del mundo de los mineros y a los cantes de madrugá que entonaban camino del trabajo. Las canteras se cerraron hace años y la sierra minera se levanta como un paisaje lunar donde sobresalen la tierra rojiza y las palmeras: "Ahora vamos a tener que ir a África a buscar diamantes", afirma con su peculiar sentido del humor. A juicio de este artista, la taranta es una de las tonalidades que mejor expresa el cante de las minas y por eso ha elegido ese palo como estrella de Minerico. No interpretó temas nuevos. Hizo un balance de su carrera, en la que se cuentan al menos 18 discos publicados, y su concierto no se pareció a ninguno anterior. "Siempre me han sorprendido esos artistas a los que todo les sale perfecto y pueden repetir lo mismo en todas las ciudades", aclara este cantaor cuya inquietud creadora le ha llevado a experimentar sobre la renovación de las formas de expresión flamenca desde el rock de Lagartija Nick a Las Voces Búlgaras. "Las etiquetas de fusión, innovación o mestizaje se gastan y ya no sabes cómo llamarle a lo que es tu forma de vida. Al flamenco le ha venido muy bien la gente que ha hecho cosas atrevidas", añade el cantaor, que proyecta grabar un disco el próximo otoño con el guitarrista norteamericano Pat Metheny sobre la poesía de Luis Cernuda. "El paso del tiempo me da igual. Me gusta la mezcla del arte antiguo con lo actual, como cuando se rehabilita un edificio y se mantiene el sabor de lo añejo dotándolo de todas las comodidades".
Su primer bis 'a capella' con los músicos en pie y los tres cantaores turnándose en los versos enloquece a sus seguidores
Gafas de sol, pantalón oscuro y camisa y playeras blancas. Apenas avanza unos pasos y ya se acercan al cantaor los primeros seguidores: "Enrique ¿me firmas estos discos?", "Enrique, que he venido con el niño, que es guitarrista, desde Barcelona y no tenemos entradas para el concierto porque están agotadas"... Y Enrique atiende a todos con la naturalidad del que está acostumbrado a mezclarse con la gente.
Su esposa, la bailaora Aurora Carbonell, el menor de sus tres hijos y otros miembros de la familia han viajado también desde Granada para acompañarle. A él le gusta "echar a la vanidad a patadas", pero durante dos días catedráticos, críticos y periodistas han impartido conferencias sobre la figura de este cantaor.
Estaba previsto que se acercara también hasta esta localidad murciana su hija Estrella Morente y su pequeño de dos años, pero el reciente embarazo de la cantante no aconsejaba el desplazamiento. Pese a las ausencias, la familia aplaudió sentada en primera fila cuando el cantaor recogió la placa y la lámpara minera que le entregó el alcalde de la ciudad. A duras penas, Morente consigue escaparse del Museo Minero donde se realiza el acto. "Tengo que actuar dentro de una hora y tengo que tomarme un yogur y un bocadillo de atún", cuenta a modo de disculpa antes de salir corriendo para el Mercado, donde sus seguidores hacen cola esperando que se abran las puertas.
La expectación se ve correspondida nada más empezar un concierto que pasó de las dos horas. No se trata de un público entregado, y Morente, que conoce bien la plaza, ha elegido con cuidado el repertorio, arropado por un grupo musical simétrico: dos guitarras, dos cajones y dos palmeros que también le apoyan en las voces. Empieza por lo más jondo a base de tarantos, cartageneras y otros palos para, a medida que avanzaba el espectáculo, ir soltándose el pelo y dotar de un aire más heterodoxo, e incluso cercano a los sonidos del pop -al grupo se suma el bajo eléctrico del cubano Alain Pérez y la guitarra del Niño Josele-, con algunas de las composiciones de El pequeño reloj, su nuevo disco. Recupera la voz de García Lorca, León Felipe y Bécquer y el silencio se puede cortar. "Los poetas, como muchos aficionados al flamenco, son grandes charlatanes", aseguraba el músico antes de subir al escenario.
Morente se atreve con un fragmento de Claro de luna de Beethoven, amaga con un estribillo en inglés del Summertime de Gershwin y se desmelena por alegrías. Todo ello con unos textos socialmente comprometidos: "Los niños siempre son inocentes". Para entonces el Mercado se viene abajo: "¡Morente!", "¡Maestro!", "¡Hermoso!". El público se rinde ante el cantaor, 40 años después de haberlo rechazado como concursante. Su primer bis a capella, con todos los músicos en pie rodeando el micrófono y los tres cantaores turnándose en los versos con el único acompañamiento de las palmas, enloquece a sus seguidores. Detalles como éste demuestran la grandeza de un cantaor que, a lo largo de su trayectoria profesional, ha desmentido ese cante que dice: "Los raíles del tren me hacen llorar, lo mismo el uno que el otro si se alargan no se pueden juntar". En su figura, el raíl de la ortodoxia, que domina pero que le encorseta, se une al de la innovación de los sonidos tradicionales.
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