Sacha Distel, superviviente del sueño de un 'star-system' europeo
Sacha Distel había nacido en París en 1933. Su adolescencia y juventud coincidieron con las ganas de olvidar el trauma de la Segunda Guerra Mundial y de hacer oídos sordos a quienes reescribían el pasado francés para hacerlo glorioso. Sacha Distel quería divertirse, y se embarcó como guitarrista, apenas cumplidos los 17, en la orquesta de su tío, Ray Ventura, y fue así como se encontró de gira por Reino Unido, Alemania y EE UU, rasgando las cuerdas para Martial Solal o el gran Lionel Hampton. Tocaba para gente que veía la vida como una inacabable sucesión de fiestas nocturnas.
Buen mozo y buen músico, el joven Distel se hace famoso pronto tanto por la lista de sus éxitos como crooner -era el término que se empleaba en la época para cantantes como Frank Sinatra- como por la lista de sus amores.
Atraído por el jazz, dotado de un sentido del ritmo muy seguro, los primeros éxitos de Distel tienen que ver con lo que hacen sus modelos americanos. Enseguida se dará cuenta, sin embargo, que Saint Germain des Pres podía dar la gloria a la larga, pero en las cavas del Barrio Latino no estaban las multitudes que habían de comprar sus discos. Los jerséis de cuello alto y pantalones de pana dan paso al esmoquin de terciopelo, los pequeños locales cargados de humo se transforman en estudios de televisión. Sacha Distel canta en París, Madrid, Roma o Atenas, siempre delante de las cámaras de blanco y negro, una y otra vez, aquello de "peras, manzanas y scoubidoua!", mientras las niñatas y los niñatos de la época trenzan hilos de plástico para colgarlos del llavero de la primera vespa, del primer seiscientos o, más modestamente, del simple plumier.
Dejar la guitarra para empuñar el micro supone también dejar el conjunto para ser solista. El éxito, dicen, le llegó por casualidad, cantando ante los soldados franceses en Argelia, en 1958, pero resulta difícil creer en el azar en alguien que sabía tan bien lo que buscaba.
Son años de Domenico Modugno, de José Guardiola, de Nana Moskouri, una época en la que los nombres de Brigitte Bardot, Sofia Loren o Marcello Mastroianni bastaban para poner en pie películas que circulaban por toda Europa, en los que los mitos nacionales franceses o italianos se exportaban sin que hiciera falta hablar de "excepción cultural". Sacha Distel quiso ser -y lo fue durante un tiempo- "el cantante que las enamora", y entre ellas, precisamente la ya citada Brigitte Bardot. Pero el tiempo no pasa en balde, ni para él ni para su público, eminentemente femenino. La belle vie, Le soleil de ma vie, Mon beau chapeau o Toute la pluie tombe sur moi son hoy temas olvidados, aunque durante la década de los sesenta los tarareaba medio mundo, entre otras razones, porque Sacha Distel tenía un show que llevaba su nombre en la televisión francesa y que se mantuvo en antena durante diez años. En la actualidad, el artista estaba casado con una antigua campeona de esquí, y qué más entrañable, al fin y al cabo, que el viejo castigador, ese Distel de 71 años que doce meses atrás presentó aún un último álbum totalmente jazzy, haya fallecido en casa de sus suegros, que se ocupaban de él desde que la enfermedad se había agravado.-
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