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Reportaje:

El hombre que ganó a la jirafa, pero perdió con la cebra

Shawn Crawford, vencedor de los 200 metros en las selecciones olímpicas de EE UU, deja las bufonadas y se convierte en un gran velocista

Santiago Segurola

Quizá no lo sepa, pero Shawn Crawford ha llegado a un punto de su vida donde puede establecer algunas comparaciones con Jesse Owens, el mejor atleta de todos los tiempos, tanto por lo que fue en la pista como por lo que significó socialmente. No parece que a Crawford, tercero en los 100 (9,93s) y primero en los 200 (19,99s) en las pruebas de selección del equipo olímpico estadounidense, le interesen demasiado las cuestiones políticas. Hasta ahora se le conocía por sus astracanadas, el típico atleta de grandes condiciones naturales y ningún fervor por su trabajo. Si tenía alguna conexión con el mítico Owens era a través de una actividad poco gloriosa: se había ganado algunos dólares en carreras contra animales. Owens lo hizo tras conquistar cuatro medallas de oro, enfurecer a Hitler en los Juegos de 1936 y abandonar el atletismo, en aquellos días estrictamente amateur. Necesitaba dinero y lo consiguió compitiendo con caballos. A Crawford se le recuerda corriendo contra una jirafa y una cebra en un show de la cadena FOX, El hombre contra la bestia. Se emitió en enero. Crawford ganó a la jirafa y perdió con la cebra.

Al igual que hacía Jesse Owens, se ha ganado algunos dólares en carreras contra animales

Crawford era un velocista casi anónimo. Sólo los más fanáticos del mundillo de las pistas habían reparado en su indiscutible capacidad como velocista, capacidad nunca exprimida, desde luego. Después de una meritoria trayectoria en la sureña universidad de Clemson, despuntó en los Mundiales de 2001 con un tercer puesto en la final de 200 metros. Pero no fue mucho más allá. No tenía entrenador, ni lo pretendía, convencido de que nadie conocía su cuerpo mejor que él. Tampoco se ayudó de un agente, ni se distinguió por su dedicación al atletismo. Su técnica era infame en todos los aspectos. No conocía ninguno de los secretos de la salida, por ejemplo. Escuchaba el pistoletazo, se despegaba de los tacos como podía y se erguía en el primer metro, en contra de cualquier convención aerodinámica razonable. Naturalmente los 100 metros eran un problema. En la prueba de 200 tenía más distancia para corregir sus abrumadores defectos. Era evidente que no tenía mucho futuro como atleta, así que se ganaba la vida como podía. Corriendo contra animales, por ejemplo.

Aquella noche de enero, Crawford salió muy dolido de su derrota frente a la cebra y bastante molesto con el comportamiento de la jirafa: no iba recta. La carrera se disputó pasada la medianoche, a menos de 10 grados de temperatura, en una pista de University City, California. Crawford achaca su derrota al frío y a la pésima hora de competición. El atletismo no figuraba entre sus objetivos. Más conocido por sus bufonadas que por sus éxitos, alcanzó el cenit del absurdo una noche de verano de 2002, en Milán, escenario de una prueba de cierto prestigio. Crawford había acudido a una fiesta en la noche previa a la competición. Se gustó disfrazado con una máscara, al estilo de El fanstama de la Ópera. Se le ocurrió una idea genial: correr con la máscara. No sabía las consecuencias. Ante la sorpresa del personal, Crawford se ajustó el antifaz instantes antes de comenzar la carrera, se colocó en los tacos y salió. La perplejidad se transformó en un clamor de carcajadas cuando a Crawford se le desajustó la máscara, perdió la visión de la recta, se desorientó y acabó invadiendo las otras calles. Pareció lógico el paso siguiente: enfrentarse a una cebra.

Sin embargo, su parecido con Owens no se remitía sólo a este aspecto, llámese comercial, de su carrera. Crawford también es un hijo del profundo sur, del estado de Carolina del Sur, donde la vida no es sencilla para un muchacho nacido en la pobreza, criado por la abuela en medio de precariedades. "Corría más que nadie porque temía los cintazos de mi padre", ha dicho. En su etapa universitaria se ganó cierta fama como esperanza de las pruebas cortas. Pero no pasó de ahí. Sin entrenador, sin agente, sin disciplina, sin técnica, sin ganas, Crawford no despertaba ningún entusiasmo. Hasta que a principios de este año se enroló en la cuadra de Trevor Graham, ex entrenador de Marion Jones, y contrató a una agente, Kimberly Trammell. Estas novedades le han acercado un poco más a Owens. Ahora es un fantástico velocista, quizá el mejor del mundo en estos momentos, capaz de ganar tres medallas de oro en los próximos Juegos Olímpicos. El bufón de las pistas se ha convertido en una máquina de correr. Con un simple vistazo se observa que todavía está en una fase de aprendizaje. Todavía se le ven ciertas torpezas en la arrancada y un punto de desequilibrio en su manera de avanzar, con un extraño movimiento de brazos, pero se ha adecuado bien y pronto a las enseñanzas de Graham en la técnica de carrera. El resultado es un campeón en potencia y quizá el próximo recórdman del mundo. Así lo cree Graham, que no sólo le pronostica una marca cercana a 9,75 segundos, sino que está admirado por su capacidad de trabajo en los entrenamientos. De repente, Crawford quiere ser otro Owens, el Owens que asombró al mundo.

Shawn Crawford, durante las pruebas de 200 metros en las selecciones olímpicas de EE UU.
Shawn Crawford, durante las pruebas de 200 metros en las selecciones olímpicas de EE UU.REUTERS

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