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¿Socialismo de los ciudadanos?

Manuel Escudero

Disiento de quienes piensan que el pasado cónclave socialista no ha tenido contenido político y de ideas. Merece particular interés detenerse en el concepto central presentado por Rodríguez Zapatero en su discurso de clausura del 36º Congreso del PSOE: el "socialismo de los ciudadanos".

Este concepto, bastante novedoso, ¿fue sencillamente un recurso de marketing feliz, como redondo broche de oro? ¿O fue, más bien, un embrión de un nuevo intento innovador para actualizar el pensamiento socialista?

Yo quiero pensar que se trata más de lo segundo que de lo primero. Lo digo porque, efectivamente, o el socialismo del siglo XXI es de los ciudadanos o no conseguirá en cuanto a renovación algo que vaya más allá de los magros resultados y el corto recorrido que ha tenido la Tercera Vía de Blair.

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La piedra de toque, el único fundamento posible para repensar el socialismo en clave ciudadana, consiste en que hoy nos encontramos con un gran sector electoral compuesto por "nuevos ciudadanos". Se trata, por un lado, de ciudadanos que, debido a las transformaciones sociales producidas por el Estado de bienestar, están mucho mejor formados que en el pasado. Que, por ello, tienen una autonomía moral mucho más desarrollada. Y que, en consecuencia, miran con criterio propio a la política, son mucho menos manipulables y tienen otros intereses de agenda pública aparte de los suministrados por la política.

Pero hay otro fenómeno que también ha hecho de ellos "nuevos ciudadanos". La humanidad ha dado un salto enorme de reflexividad con la creación de las redes virtuales. Todos nos informamos de todo al mismo tiempo en todo el mundo, y todos tenemos acceso a los mismos análisis globales. Debido a ello, ha aumentado la capacidad preventiva de la estirpe humana, su habilidad para ser consciente de las consecuencias de sus propios actos. Y por ello se tejen con rapidez estados de conciencia muy compartidos por millones de ciudadanos a escala global.

De este modo ha surgido y se ha afianzado, en esa encrucijada global a la que hacía referencia hace unos días en este periódico el teórico del cosmopolitismo, David Held, una nueva conciencia difusa pero inequívoca, que se cimenta en tres creencias: la adhesión y defensa de los derechos humanos, la adhesión y defensa de una reorientación ecológica a escala planetaria y la convicción de que la globalización económica tiene que progresar en paralelo a la justicia social en todo el mundo. Estos principios ya son universales, en el sentido de que son profesados de modo activo por millones de personas, por encima de las fronteras.

De resultas de ello han surgido redes difusas de movilización ante lesiones flagrantes a estos principios. Y han surgido, país a país, nuevas organizaciones cívico-políticas nutridas por esos nuevos ciudadanos activos. Porque, no nos engañemos, las nuevas ONG, una gran parte de ellas al menos, no son organizaciones puramente sociales y ciudadanas: contienen muy a menudo una carga política indudable, un programa político más o menos desarrollado y sustentado en esos principios.

De ser cierto lo dicho hasta aquí, nos encontramos, inopinadamente, ante un nuevo sujeto político, que ya no es un sujeto colectivo como antaño lo era la clase obrera en bloque, sino que está formado por millones de ciudadanos individuales y moralmente autónomos, conectados de un modo muy desesctructurado a través de redes, con potencial de intervención en la agenda pública, tanto a escala global como al interior de los países.

Estos ciudadanos activos, que quieren ser tratados de tú a tú por la política tradicional, demandan, inequívocamente, unas nuevas reglas de juego: a la política le piden un nuevo contrato político, y a las empresas les piden un nuevo contrato social. Es por ello por lo que ha surgido, como un poderoso movimiento que irá creciendo en el futuro, el nuevo movimiento de responsabilidad social de las empresas.

¿En qué consiste ese nuevo contrato político que demandan los nuevos ciudadanos? Creo que tiene dos componentes.

El primero es la petición a los partidos políticos tradicionales para que, de una vez, dejen de lado la "realpolitik" y aumenten su carga de "reformismo utópico", cogiendo por los cuernos la necesidad de más multilateralismo, de más voz para los países menos beneficiados por la globalización, de una nueva arquitectura mundial basada en el diálogo pacífico, en la convergencia económica y el progreso social compartido. Es decir, la petición de que los partidos políticos abran espacios de actuación más allá de su dinámica electoral cortoplacista.

La segunda petición es, sin duda, la de una democracia representativa más genuina: en la que no todo sea dar el voto; en la que los ciudadanos sean más genuinamente representados, en la que tengan mayores posibilidades de control de quienes los representan; en la que haya más deliberación con la gente, más participación de la gente en la agenda pública, menos barreras de entrada, menos profesionalización de la política y menos distancia entre políticos y ciudadanos.

Hay que ser conscientes de la novedad teórica que implica este planteamiento. Por un lado, porque sugiere un nuevo sujeto como motor del progreso en el mundo actual: los ciudadanos activos. En segundo lugar, porque va mucho más allá de las tesis formuladas por los modernos teóricos de la democracia y el republicanismo: pues éstos se han referido hasta la fecha al perfeccionamiento institucional de la democracia, pero aquí se habla de una nueva fuerza social que sería el motor de ese perfeccionamiento.

Hay que ser también conscientes de los retos que supone interpretar el concepto del "socialismo de los ciudadanos" como núcleo central de una nueva teoría que repiensa el socialismo en el siglo XXI. Retos teóricos, sin duda, como el de la consistencia que pudiera tener ese nuevo sujeto. Y retos prácticos para la política tradicional tanto en el terreno internacional como en el de la construcción de una democracia representativa mucho más ciudadana en cada país. Por ejemplo, de ser cierta la reflexión que aquí se hace, los partidos de la izquierda habrían de aumentar mucho el grado de competencia y transparencia en su funcionamiento interno, y el episodio de la abolición de las listas abiertas dentro del PSOE no sería sino eso, un episodio en un partido que, sin embargo, en el largo plazo está condenado a la búsqueda de mecanismos que hagan más cívica la vida de los partidos políticos.

Por último, habría que ser conscientes de los potenciales beneficios de construir una nueva teoría y estrategia política basada en el concepto de un "socialismo ciudadano": el socialismo no se ha adaptado aún a la época de la globalización; la Tercera Vía de Blair ha terminado contra las cuerdas en los desiertos de Irak. Y, como alternativa, un socialismo que refuerce los rasgos radicales de sus convicciones democráticas, que ofrezca un nuevo contrato político a los nuevos ciudadanos y que sea la avanzadilla de "otro mundo posible", puede ofrecer respuestas a muchos de los grandes problemas del siglo XXI.

Manuel Escudero es profesor de Macroeconomía y Análisis Político Internacional. Instituto de Empresa

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