El final remite al principio
Portugal afronta una ocasión histórica ante una intachable Grecia, la única que, en el partido inaugural, ha logrado derrotarle
Aunque el programa de partido invita a pensar en un amistoso veraniego en la romántica Lisboa, Portugal y Grecia se juegan hoy el título de campeón de la Eurocopa. Una final inédita y sorprendente que desde la abundancia se mira con un cierto distanciamiento por no llamarle desprecio, como si fuera un accidente del juego, provocado simplemente porque los grandes futbolistas dimitieron a destiempo. Las selecciones se han plegado al fin y al cabo a la tendencia de los clubes, y si el Oporto es el rey de Europa y el Once Caldas colombiano de América, razón de más para que se dé una final entre portugueses y griegos.
Llegados a tal extremo, y puestos a diferenciar entre uno y otro equipo, a Portugal le corresponde llevar la bandera del fútbol y defenderla frente a Grecia, tomada justamente como la representante del antifútbol, sin que la diferencia entre ambas se pueda medir a base de goles. Si hasta ahora a los portugueses les estaban permitidas muchas cosas, como la posibilidad de caer eliminados en un mal día de cuartos o semifinales, esta noche el país y cuantos representan la esencia del juego y han sido víctimas de Grecia les exige la victoria.
A favor del anfitrión, condición que fue decisiva en España-64, Italia-68 y Francia-84, juega sobre todo el factor campo. Portugal no pierde en Lisboa, ni en el Alvalade ni en el Da Luz, desde hace 17 años. Derrotada en el partido inaugural en Oporto por la misma Grecia, ha encadenado 29 encuentros sin perder en la capital.
De alguna manera, se dice que el mundo del fútbol va hoy con Portugal, por lo que significa, por la deuda que tiene con la generación de Eusebio, tercera en el Mundial de 1966, y la de Chalana, semifinalista en el Europeo de 1984, por representar a la República Checa, a Francia, a España, tal que fuera la fuerza del bien frente a la del mal, encarnada por Grecia. Ninguna otra selección se defiende como Grecia, y además le está permitido por sus recursos. Desde una falsa posición de inferioridad, se ha ganado el derecho a combatir como le viene en gana, animada para que acabe con el favorito de turno. El suyo ha sido un torneo intachable. En cada partido ha aparecido como un equipo indescifrable e insuperable que se impone por dimisión del rival. Ha sido justamente la única selección que ha derrotado a Portugal y aspira a cerrar el campeonato con una nueva victoria. La mayoría de datos la sitúan en inferioridad frente a la anfitriona, pero hay dos trascendentes que le ponen por encima: ha recibido menos goles (5 contra 4) y pese a rematar la mitad de veces (96 contra 43), su porcentaje de acierto es mayor. A falta de ariete, Scolari confía en la velocidad de sus extremos y la paciencia de sus medios, mientras Rehhagel se encomienda a la máquina de matar que es su equipo.
El seleccionador griego siempre dio con la alineación y acertó en los cambios. Incluso su derrota frente a Rusia, la única, fue considerada como una victoria porque la diferencia de goles le permitió acceder a los cuartos de final. Para hoy se le presenta un serio problema como es el de sustituir al sancionado Karagounis. Y Portugal tampoco será la misma del partido inaugural, puesto que Scolari ha cambiado la defensa y, sobre todo, juegan Ricardo Carvalho, Deco y Cristiano Ronaldo, que no fueron titulares contra los griegos en su primer enfrentamiento.
Uno y otro equipo evitan referirse al partido de Oporto y prefieren visualizar un nuevo encuentro, cosa lógica ante dos entrenadores intervencionistas como Rehhagel y Scolari, ya campeón del mundo con Brasil y aspirante ahora a serlo de Europa con Portugal. Uno de los dos será el primer seleccionador extranjero en ganar el torneo europeo desde su fundación (1960) puesto que hasta ahora el técnico campeón era de la misma nacionalidad que el equipo vencedor.
Las apuestas, como siempre que ganó Grecia, están a favor del otro equipo, en este caso Portugal, que sabe que no tendría peor escarnio que perder el primer título de su historia contra Grecia. La de hoy es una final de mínimos porque el programa es el mismo que el de la inauguración. El último partido remite al primero como si entremedias no hubiera pasado nada que valga la pena.
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