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Columna
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Sirenas

A. robó y mató a su vecina en Benimàmet para comprar estupefacientes. J. acuchilló a su madre en Las Palmas, ciego de crak. Trescientos toxicómanos han sido testaferros en Alicante en una estafa relacionada con viviendas. Estamos familiarizados con los crímenes derivados de las drogas, y ahora surge un tipo delictivo de guante blanco que utiliza a quienes las "necesitan" para urdir operaciones más sofisticadas que el tirón a la vieja o el atraco con navajita plateá. Como paisaje al fondo, siempre el debate sobre si la venta libre de sustancias hoy sólo suministradas por el mercado negro acabaría con la vertiente penal del problema, concediendo un cierto respiro social.

Pero quienes trabajan con las adicciones desde una perspectiva de salud pública, por muy progresista que sea, se horrorizan ante la posibilidad de la legalización, convencidos de que dispararía el consumo hasta niveles paralelos a los del alcohol, y además enviaría a niños y jóvenes el erróneo mensaje de que engancharse no tiene consecuencias graves, cuando en realidad resultan tan devastadoras (sin "ley seca" China produjo millones de opiómanos en el siglo XIX)

Figura a ratos patética y a veces odiosa. Víctimas y verdugos. Iniciados por placer, por sufrimiento, por frustración, por aburrimiento..., por ignorancia. Sometidos a impulsos autodestructivos, o incapaces de escapar a la fuerza de atracción que acaba convirtiéndose en pesada condena... Lejos de la visión romántica del prohibido prohibir, la triste realidad es que buena parte de los adictos devienen egoístas, indolentes, escapistas, mentirosos y manipuladores. No es que roben, sableen o alimenten y encubran mafias. Es que en su caída libre acaban arrastrando a quienes se encuentran más cerca.

El problema es cómo romper ese círculo infernal sin mediar la voluntad del "prisionero", o resultando ésta tan quebradiza ¿Son justas y eficaces las medidas impositivas? El psiquiatra Luis Rojas Marcos no cuestiona la necesidad de una intervención social benévola y protectora. Y nos recuerda que también el elogiado Ulises, honor y gloria de los aqueos, suplicó que le ataran para no perecer ahogado por el canto seductor de las sirenas.

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