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Columna
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Verano y tristeza

Se ha dejado muchos asuntos pendientes, pero ya no aguantaba más. Así es que el viernes cogió el coche, una maleta y el ordenador portátil, y se hizo cuatro horas de autovía, hasta su pequeño bungalow, donde confía en concluir, con algo de sosiego, un libro de compromiso. Su bungalow está a cinco minutos del mar, entre viejos olivos, higueras y altos muros vegetales. Aún contempla muy de mañana un rebaño de cabras que pasa a pocos metros de su jardín hacia el herbazal. Le inquieta, sin embargo, el campo de golf, sus urbanizaciones e infraestructuras, que crecen, entre el siniestro ruido de las excavadoras, las grúas y los camiones, al otro lado de su cada vez más reducido universo, y con qué voracidad, con qué exigencias de agua, como si de pronto todos fueran golfistas o los golfistas unidos del mundo trataran de aniquilarlo: el campo de golf es la tierra prometida. ¿Prometida a quién, por quién? El lunes mismo reinició la redacción de su libro, pero a las dos horas lo dejó: estaba abatido, acalorado y confuso. indignado, también. Indignado por la desidia y los errores cometidos con los militares víctimas del accidente del Yak-42, en Turquía, y la desesperación de sus familiares, más aún después de conocer los últimos informes revelados recientemente acerca de los aviones utilizados para el transporte, y de sus tripulaciones. Un año después, nadie asumía responsabilidad alguna, sino que, muy por el contrario, se lanzaban balones fuera, con la mayor desfachatez. Indignado por la falta de asistencia letrada que sufren los inmigrantes. Indignado por ese terrorismo doméstico o de género, que causa estragos cada día entre las mujeres mayoritariamente. Indignado por el atentado del 11-M y sus penumbras. Cerró el ordenador. Y salió de su bungalow hacia la tabernita del irlandés, por un camino de herradura y olivos. Allí solía comer. El irlandés le sirvió una cerveza y un bocadillo, como casi siempre. Miró el pan tierno del bocadillo y se espeluznó: un tipo había tratado de meter a su compañera en el horno de una tahona. Entonces, le pegó la tristeza.

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