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Columna
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Matar al padre

En esta miniserie dedicada a los enigmas del 13-J, dudé si merecía la pena desollar el rabo. Me refiero a comentar el último traspié de los andalucistas, los de Rojas-Marcos. (Esta vez, el líder ni siquiera ha obtenido un escaño, el suyo, con lo que le habrá costado). Pero como dicen que hasta el rabo todo es toro, y uno tiene su pundonor profesional, pues en fin, rematemos la faena. Vaya por delante mi admiración sin límites a los que siguen fieles a esa idea, el andalucismo histórico como causa política, pese a todas las evidencias en contrario. Nunca sabremos por qué al misterioso notario de Coria le dio un día por pensar que los andaluces alguna vez fuimos "lo que fuimos", y no sólo eso, sino que queramos "volver a serlo" (¡). Lo más cierto de este buen hombre es que él solito se metió en la boca del lobo -la familia de su mujer- y que por ahí le buscaron la ruina. Pero no hay que extrañarse de esos fervores. Cualquier religión de masas cree en cosas mucho más estrambóticas. Y sin salirnos del tiesto, muchos vascos de hoy todavía se sienten protoiberos de antaño, como algunos andaluces se consideran tardomoriscos de hogaño. Cada cual con su cruz.

Algo más de explicación sí tiene que otro día cualquiera Alejandro Rojas-Marcos, buscando en qué diferenciarse netamente de Felipe González, su verdadera bestia negra, se acordó de pronto del notario de Coria y pensó: este es mi hombre; recóndito, como un pensador inescrutable, paternalista como un buen padre, y mártir, por si fuera poco. Qué más quiero. Y se puso manos a la obra. Desempolvó insignias y banderas y empezó a caminar airoso por la senda de las guerras perdidas de antemano. Tiene su mérito, no crean.

Tras in-númeras derrotas, esta última del Parlamento europeo ha sido como una cornada en toda la femoral. "Se la estaba buscando", murmura la afición. En efecto, el toro de la indiferencia lo elevó por lo aires, y cuando ya bajaba... pues eso. Pobre hombre. Y todavía con un hilo de voz, camino de la enfermería, dijo aquello tan célebre: "Pues no pienso suicidarme".

Lo malo de la política, cuando se te acaba la cuerda, es que o te suicidas o te matan. No hay términos medios. Desde un punto de vista estrictamente freudiano -y raro es que Luis Rojas-Marcos, buen psiquiatra, no se lo haya advertido a su hermano mayor-, matar al padre, si el padre no se baja del trono, es un rito inevitable. Incluso cuando se tiene la llave de la despensa, o con más motivo. Y que toda demora volverá ese momento más cruel. "¿Tu quoque?, le dirá Alejandro, con el último resuello, a su más íntimo, Antonio Ortega, como César a Bruto antes de desplomarse. Los otros cuchillos ni siquiera pasarán a la historia. Son meros instrumentos de la trama. Algunos ya se revuelven contra Bruto y proclaman sus debilidades por las esquinas, con inicuos circunloquios: "Cada vez nos preocupa más el deterioro personal de Antonio Ortega", dice uno, que tira la piedra y esconde la mano. Deberían tener cuidado, no sea que se cumpla a rajatabla aquel tremendo dictamen de Antonio Machado, que los veía venir: "Un andaluz andalucista es un español de segunda, y un andaluz de tercera".

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