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Reportaje:Eurocopa 2004 | PORTUGAL

El fútbol se defiende de los excesos

El mercado se agita por el éxito de las pequeñas naciones y el fracaso de las grandes estrellas comerciales

Santiago Segurola

Como los organismos que emplean mecanismos de autodefensa para combatir las infecciones, el fútbol ha empleado su sistema inmulógico para rechazar ciertos excesos de los últimos tiempos o, al menos, para defender cuestiones básicas que estaban desacreditadas. Parecía que el fútbol se dirigía irremediablemente al culto del becerro de oro, ahora denominado imperio del mercado. En este paisaje, los clubes son grandes parques temáticos donde los aficionados sólo tienen la condición de consumidores y los futbolistas abandonan su prioridad esencial, jugar y representar con la máxima determinación a su equipo, para convertirse en simples reclamos publicitarios. En la escala de obligaciones de una gran estrella, de Beckham o de todos los aspirantes a Beckham que circulan por las Ligas europeas, el fútbol es un asunto poco relevante. Sus vínculos con las necesidades del equipo, con las exigencias profesionales, con el fervor competitivo, están cada vez más deteriorados. Una derrota es menos importante que la grabación de un anuncio, aberración consentida por los clubes, que permiten o alientan un inoportuno calendario comercial a sus jugadores que choca frontalmente con los intereses deportivos de la institución. En realidad, algunos clubes también han invertido el orden de valores. Su prioridad es el éxito comercial. Si eso significa el fracaso deportivo, no importa: Beckham es un gran jugador porque ha conquistado el mercado asiático. No produce juego, ni goles, ni nada que se lo parezca. Produce dinero: gran futbolista.

Una derrota es menos importante que grabar un anuncio, aberración consentida por los clubes

Cuando lo secundario se convierte en decisivo y lo esencial en irrelevante, hay un problema. Es indudable que continuará la santificación del fútbol disney. El mercado está aquí para quedarse. El negocio es demasiado goloso. Pero, al menos, hay signos de resistencia, surgidos espontáneamente del propio fútbol, de algo parecido a su sistema inmunológico. Esta temporada ha ofrecido datos reveladores de la resistencia a la infección mercantil. Dos equipos de perfil bajo, Oporto y Mónaco, disputaron inesperadamente la final de la Copa de Europa. ¿Qué les caracterizaba? Ninguna pretensión comercial, un trabajo sólido en el plano futbolístico -fichajes baratos, rastreo de desconocidos jugadores jóvenes, sentido colectivo del juego, autoridad indiscutible de los entrenadores (Mourinho y Deschamps) en ambos clubes- y una dedicación absoluta a los viejos valores: el éxito deportivo. El triunfo en sus respectivos campeonatos del Valencia, el Werder Bremen y hasta el Arsenal -modelo muy alejado del Manchester United y no digamos del Chelsea que pretende Abramovich- significan una señal en la misma dirección.

Quedaba por saber el veredicto de la Eurocopa. La respuesta ha sido clamorosa. El mercado asiste preocupado al fracaso de sus iconos y al éxito arrollador de las pequeñas naciones. El mercado se preocupa tanto por el hundimiento de Beckham, Zidane, Raúl o Totti como por la ausencia de nuevos iconos. No sólo es el campeonato de la República Checa, Portugal, Grecia y Holanda -todos juntos tienen menos población que Alemania-, sino el torneo de lo colectivo, de los jugadores que ponen por delante los viejos valores del juego sobre los intereses egoístas. De lo básico, en definitiva. Y, claro, el mercado se agita porque gana el fútbol -excepto Rooney, ni tan siquiera se puede hablar de potenciales estrellas comerciales- y no sus viejas prima donnas, cuya credibilidad es nula. Se lo ha hecho saber el fútbol. El de toda la vida. El que se juega en el campo y no en la virtualidad de los anuncios.

Nedved, seguido de Poborsky, en el entrenamiento de ayer de la República Checa.
Nedved, seguido de Poborsky, en el entrenamiento de ayer de la República Checa.EFE

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