Paco Mancebo sale a la luz
El ciclista abulense se proclama campeón de España con un tremendo y angustioso ataque en la subida final a Cabárceno
Paco Mancebo hace de tripas corazón y acepta su puesto a la sombra en el ciclismo español. Antes, no, antes se picaba. Leía los periódicos las vísperas de las grandes carreras, buscaba en títulos, subtítulos, ladillos y textos, y le costaba encontrarse. Era, como mucho, un añadido más después de los grandes favoritos, un nombre que se da por si acaso. Lo sentía y se quejaba. Una queja interior que encontraba a duras penas la calma: él no podía hacer nada más en estos tiempos de brillos fáciles y fulgurantes; él sólo podía ofrecer su cuerpo retorcido sobre la bicicleta, su trabajo, su sufrimiento, valores de poca venta, de menos glamour. Finalmente, se econtró a gusto en la sombra. Se acerca el Tour, la gente habla de Iban Mayo y él se suma al coro, no recuerda a todo el mundo que ha quedado ya tres veces entre los 10 primeros y que fue el mejor joven en 2000, sino que prefiere recordar lo bueno que era Mayo ya de amateur, cuando le ganó la Vuelta a Navarra. "Y si no hablan de mí, mejor", dice. "Así les pillo a todos de sorpresa en el Tour".
El problema es que ahora, después de lo de ayer, esa presencia inadvertida será imposible. Un maillot de campeón de España le delatará. Llegando a Cabárceno, en Cantabria, un zoo enorme, en una subida tremenda, un repecho corto, de apenas kilómetro y medio, y duro, con algunos tramos por encima del 10%, Paco Mancebo salió a la luz.
"Este Paco no es el mismo que el de los últimos años", decía hace poco su amigo, confidente y compañero en el Baleares-Banesto Pablo Lastras. "Ahora se le ve más alegre, más libre. Feliz. Antes, se paraba de repente en mitad de un entrenamiento, 'son las 12', decía, 'me toca', y se ponía a comer algo. Y lo mismo hacía con la cena y el desayuno. Con todo. Estaba siempre inquieto, preocupado por no hacer las cosas tal y como le habían mandado. Estaba cansado después de 180 kilómetros, y no podía más, pero seguía, aunque le sentara mal. 'Hoy tocan 200 y 200 hago', decía. Pero este año, no, este año ha aprendido a escuchar a su cuerpo, a no ser tan rígido consigo mismo, tan inflexible. Quizás algo tenga que ver que se ha casado".
Quizás, sí, quizás a Paco Mancebo, de 28 años, de Navaluenga (Ávila), camino de Gredos, junto al pantano del Burguillo, y casa de invierno en Isla Cristina (Huelva), y carreteras de entrenamiento solitarias por el sur de Portugal, le ha llegado la madurez con el matrimonio, aunque llevaba viviendo con Luisa desde los 16 años.
Mancebo fue el niño mimado de José Miguel Echávarri en el Banesto, que quería ver en él al heredero de Ángel Arroyo, el Salvaje del Barraco. Llegaron los años de las exageraciones y Paco Mancebo seguía siempre en el mismo sitio. Una figura sufriente con un desarrollo descomunal aguantándolo todo en todos los grandes puertos. Pasó de gran promesa a ciclista limitado, sin chispa, en el argot de los entendidos, en menos de nada. Y ahí, a gusto en la sombra, empezó a sentirse mejor.
Hasta que volvió a entrar en acción Lastras.Ayer, en carrera, a mitad de los 228 kilómetros del campeonato español, Lastras se juntó un momento con la banda de su equipo, miró a Mancebo a los ojos y le dijo: "Hoy la tenemos que liar". Dicho y hecho. El gran Pablo inmediatamente organizó una fuga. En su persecución el pelotón se desgastó, los equipos fueron mermando, llegaron agotados al pie del repecho final. Fue cuando cazaron a Lastras, cuando los grandes favoritos, los hombres más en forma, los Vicioso, Perdiguero, Valverde, Etxebarria, empezaron a asomarse, a controlarse con el rabillo, a jugar a racanear. Saltó Lara. Luego Mancebo. Un ataque angustioso, a cámara lenta. "Creo que he batido el récord de cadencia, pero de poca cadencia", dijo Mancebo. "En un momento subí a 52 pedaladas por minuto. Debía de ir con el 17. Luego empezaron a dolerme las piernas y subí un par de dientes y llegué a 60 por minuto". Y aunque todos, los grandes nombres, y también Heras y Luis Pérez, le tenían controlado y parecía que en cuanto quisieran acabarían con él, Mancebo siguió aguantando el dolor. Siguió abriendo camino. Pasó a Lara como una exhalación. Se volvió y no vio a nadie. Todos habían sucumbido. Ninguno había sido capaz de resistir el dolor tanto como él.
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