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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Gira, gira, gira

Marcos Ordóñez

Uno. Marsupilami. Iris, de Philippe Decouflé, en el Nacional. ¡Al fin! Ésta es la danza que a mí me gusta: enérgica, antisolemne, sin postalitas ni tiempos muertos, multiplicándose en historias y en imágenes en vez de dar vueltas en torno a una sola y famélica idea igual que un burro alrededor de un palo. Danza como juego, no como sermón. Sin mensajes de baratillo, sin "reflexiones": cada vez que leo que un espectáculo de danza "reflexiona" sobre algo, sé que se me va a desencajar la mandíbula de aburrimiento. Iris se creó en Japón, con doce bailarines franceses, chinos y japoneses, pero aquí nadie vende "puentes culturales", "mestizajes", o cualquiera de esos palabros que utilizan los políticos para colocarnos la nada embotellada. Aquí, felizmente, no hay "sostenibilidad" sino puro vértigo, porque las influencias de Decouflé y su tropa no son nada ortodoxas: Buster Keaton saltando sobre montañas, mares y desiertos en Sherlock Jr., Fred Astaire subiéndose por las paredes en Bodas reales. Bailarines como gimnastas sonámbulos, danza comestible y bebestible: músculos de goma, volatines maravillosos, acrobacias que, como en los mejores circos, parecen brotar sin esfuerzo aparente, sin gritar el subtextazo del "más difícil todavía", con la música ardiente de Claire Touzi pegada a la piel: música en directo, orgánica, creada especialmente para el montaje, en vez de encadenar grandes éxitos de chill out. Decouflé es un mago de la estirpe de Lepage, que hace malabarismos con los géneros -danza, circo, cabaret, comedia musical- y con los efectos especiales. ¿Iris, un caleidoscopio viviente? Desde luego, pero también un origami: bailarines proyectados, doblados y desdoblados, como flores de papel en continuo movimiento. Aquí hay toneladas de tecnología que, milagro, no apabullan, y apuran hasta la última posibilidad del vídeo: una gran sencillez conceptual al servicio de la magia. Grandes, grandísimos medios, para atrapar lo microscópico, aumentar los gestos fugaces y crear realidades paralelas. Bailarines vistos desde abajo, desde arriba (¡vértigo, vértigo!), reducidos a silueta; juegos constantes entre la realidad de la pantalla y la del escenario, como si cada quien bailara con su sombra, al otro lado del espejo. En una escena majestuosa, Claire Touzi canta Gloomy Sunday como si estuviera en la taberna de Jack El Tuerto, y las nubes de la pantalla se desparraman en humo por el escenario: un cielo duplicado en el que los bailarines parecen flotar como en la nada gris de un domingo de tormenta. Todo gira en Iris hacia direcciones inesperadas, como espirales de ADN o como la cola del Marsupilami. Sí: Decouflé, que siempre quiso bailar como Spirou se movía, ha conseguido que Iris se cimbree gozosamente, como la cola del Marsupilami. Uno de los espectáculos más hermosos y logrados del Fórum.

Dos. Zarandeados. En El País Semanal venía el otro día una foto extraordinaria de Carlos Saura: un tiovivo en el desierto madrileño de Reina Victoria, en el invierno de 1954. Un árbol mecánico con las ramas secas. O amputadas, como muñones. Un tiovivo en invierno es un tiomuerto. Hay un grito oculto en esa foto: el crujido del tiovivo parado en seco, cerrado por defunción de los caballos. Ése es el grito que La Zaranda ha desovillado, como una madeja de alambre de espino entre las manos, durante poco más de una hora, una hora que cubre un viaje a ninguna parte de cuarenta o cincuenta años. No es Fellini. No es Kantor. Siguen haciendo El Rey Lear con la voz del Piyayo, sin saber -o sin proclamar- que hacen El Rey Lear. Es Aldecoa en teatro, el Aldecoa cantor de la épica de los oficios humildes, de las urracas que cruzan la carretera y el seguir de pobres. Ni sombra de lo que fuimos es una función épica. El tiovivo no gira, son ellos los que giran alrededor, como polillas negándose a aceptar que la luz ya se ha apagado: pedazo metáfora. Con sus cantilenas etílico-hipnóticas: "Ezto ez azí, ezto ez azí". "Vaya panorama". "Palante, palante... pero ¿dónde es palante?". El Rey que muere es el dueño del tiovivo, un Rambal del pobre, un Juntacadáveres con la caseta de las entradas como ataúd portátil. Su bufón es mudo: viste traje arrugado, camisa Suybalén, y un megáfono de hojalata en la cabeza a guisa de capirote. La hija es una echadora de cartas abocada al paro: difícil trabajo el de adivinar el futuro cuando el futuro se ha gastado. Y hay un clown y un augusto con los pantalones manchados de vino y los zapatos llenos de tierra, que van a repartirse, con muy mala virgen, los despojos, los estandartes raídos, las herrumbrosas lanzas del monarca. Hay un momento salvajemente lírico, quizá el más conmovedor de todo su teatro, que te parte el corazón con la fuerza de unas tenazas: cuando el viejo rey queda solo, abrazado a su caballito de infancia bajo la luz de ceniza inminente, y el tiovivo empieza a girar hacia atrás, hacia el pasado remotísimo, mientras crepita un pasodoble desde un viejo disco de piedra. La Zaranda: "Teatro Inestable de Andalucía la Baja", se autoproclaman, siguen autoproclamándose. Que siguen, ea. No conozco una inestabilidad más empecinada: desde 1978 lleva girando su carrusel. Fluctuat Nec Mergitur podría ser su lema, porque esta gente sabe latín. Latín de Valle rezado por Risitas y Peíto, que en paz descanse. Teatro en blanco y negro, con fulguraciones de sepia y anilina, por fuerza deslumbrante en un mundo de chillones colores televisivos. La Zaranda ha estado en el Festival de Sitges y ha sido lo más auténticamente moderno, por furioso y esencial, que pasó por allí. Una pura obra de arte, un espectáculo perfecto, con todo en su punto y en su sitio: la emoción, el humor, el sol negro, las imágenes, el delirio, los silencios. No sé dónde estuvieron antes ni dónde estarán mañana. Acaba la función y no salen a saludar, porque ya no están ahí. Giran. Siguen girando, de Buenos Aires a Caen. Pero no han pisado, que yo sepa, nuestras "grandes capitales" del teatro. ¡Qué pena y qué vergüenza más grande!

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