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Columna
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Brebajes

A quienes nos creció el bozo cometiendo mil diabluras por descampados, o comiendo fruta temprana en huerto ajeno al salir de la escuela, el suceso nos ha dejado perplejos. Sabíamos que debíamos tener cuidado con el matorro, con la herba pudent, porque nos lo indicaban las personas de mayor edad. Pero si por entonces nos dicen que contiene hiosciamina, atropina y escopolamina, que pueden ser muy tóxicas cuando se elabora un brebaje con la hierba de marras, la explicación habría caído con toda seguridad en vacío: esos vocablos pertenecían en aquella época a una extraña lengua en tierra de infieles. Perplejidad, desconcierto. La misma perplejidad y el mismo desconcierto vital que el de esos jóvenes de entre veinte y treinta años, y de distintas nacionalidades europeas, que probaron el brebaje de herba pudent en el valencianísimo barrio de El Carmen; un brebaje que dilata pupilas, altera el estómago y destroza las arterias, como acabamos de enterarnos; un brebaje que ofrecía de forma gratuita un muchachote danés a quienes intentan mediante momentáneas alucinaciones superar el tedio de la vida. Y es conveniente que la sangre joven disfrute su edad florida, porque el tiempo se desliza con pie ligero. Aunque no es conveniente, y con brebajes, apretar el acelerador de ese tiempo para acabar en coma y en cuidados intensivos. Claro que los días que vivimos son confusos y desconcertados.

Desconcierto, aquí en tierras valencianas como en otros rincones de la geografía europea, por la escasa participación e interés en la elecciones que se celebraron el domingo pasado. Confusión generalizada, antes y durante la campaña electoral, sobre lo que estaba en juego en esas elecciones europeas. Perplejidad más que absoluta cuando escuchábamos, con respeto y atención, la valoración de los resultados electorales que el presidente de la Generalitat, y de todos los valencianos realizó en la televisión autonómica: Europa y los europeos brillaron por su ausencia. Y desde que nos creció el bozo, Europa y la unión de los europeos fue siempre más que una batallita de votos entre romanos y cartagineses. Nos quedó en el paladar del europeísmo, como ideología y convicción, el gusto desagradable de un brebaje.

El mismo gusto desagradable, pero también europeo, que nos recuerda el paladar cada vez que el problema de la autopista y sus peajes en las comarcas norteñas valencianas pasa de un estado latente a otro patente. Estos últimos días de tantos brebajes, ha solicitado el alcalde conservador de Castellón liberar de peaje, aunque sea parcialmente, la autopista. En verano aumenta la circulación y con ella el malhumor. La oposición socialdemócrata le responde al munícipe principal que tuvo ocho años para liberalizar del peaje a la autopista. Está también claro que el tiempo se desliza ligero, porque hace ya tres lustros que se habló de ampliar los carriles de la autopista y de liberalizarla de peaje en el tramo que discurre por La Plana. Y aquella solicitud o reivindicación ciudadana se quedó en el olvido. En vez de tres carriles en cada dirección de la autopista y la liberación de su peaje, nos dieron brebajes: desvíos por donde Nules, por donde Castellón, por donde Vila-real y por donde el lucero del alba; nos dieron la bebida de sabor desagradable como fue la prolongación de la concesión de la autopista hasta el 2019. Nos dieron lo que quisieron y no lo que queríamos los valencianos de La Plana, como dio lo que quiso el danés y no lo que buscaron los intoxicados.

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