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Reportaje:

El último adiós a la señora Yé

La comunidad china de Madrid despide con un funeral de tres días a una mujer que veló y cuidó a sus compatriotas

Soledad Alcaide

Una larga cola de familiares y amigos, vestidos de blanco y negro, algunos con una cinta en la cabeza de color blanco, que es el símbolo del luto en China; otros, con un retal negro prendido sobre la manga, rodeaba ayer por la mañana el recinto del tanatorio de la M-30 para despedirse de la señora Yé Yangcui, de 76 años, que falleció el pasado martes en Madrid de cáncer de colon.

Desde entonces, una gran representación de la comunidad china de Madrid -unas 13.800 personas, según el padrón municipal a 1 de enero de 2004- se ha turnado para acompañar a la señora Yé noche y día, durante tres largas jornadas. A ellos se han sumado conocidos y familiares venidos de China, Holanda, Bélgica, Francia e Italia, entre otros países. Pero también españoles, como Manuel Martínez, amigo de los Yé desde que llegó hace más de 20 años.

La familia contrató la sala más grande del tanatorio y se gastó más de 48.000 euros sólo en flores

Cuenta que la fallecida pertenecía a una familia muy respetada y querida en su comunidad -son dueños de la cadena de restaurantes Dong Feng y también tienen negocios en la industrial textil y en la importación de productos alimenticios orientales-, porque aprovechó su holgura económica para ayudar a otros compatriotas a instalarse en España o a montar sus negocios. Eso explica, según él y varias personas más que corroboran su versión, que tanta gente se haya congregado en el tanatorio.

"Son muy buenas personas. Ayudan mucho a los emigrantes chinos y todo el mundo está acordándose de eso, por eso hay tanta gente", explicó Ángel, un chino afincado en España hace 20 años, por lo que adoptó un nombre español, amigo de los dos hijos varones de la fallecida, Luis y Min. Además, ésta tenía otras dos hijas, Cristina y Margarita. Toda la familia tiene la nacionalidad española desde hace tiempo y, por tanto, adoptaron nombres españoles. Los hijos, junto al padre y los nietos, vestidos con túnicas de riguroso blanco y con cintas en la cabeza, recibían a los amigos y familiares junto al féretro. En los tres días no se despegaron de su lado.

"Es un entierro de lujo. En China se hace así siempre, pero en este caso es por agradecimiento, porque fue una mujer que ayudaba a todo el mundo. Le traemos flores, porque otra cosa no podemos, ella tenía de todo", explicó Weifen, una sobrina nieta.

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El ritual chino obliga a tirar la casa por la ventana para despedir a sus muertos y el despliegue de flores era inusual en el tanatorio. "Hemos tenido otros entierros de chinos, pero éste nos ha desbordado", comentó un portavoz del recinto, quien explicó que la familia había contratado la sala más grande, de 150 metros, y llevaba gastados más de 48.000 euros en flores y coronas.

"Las hijas decían que aunque tuvieran que vender la casa, querían el mejor entierro para su madre", aseguró María José Bustos, amiga de uno de los hijos.

Tras la ceremonia en el oratorio, en la que cinco amigos de la familia recordaron a la señora Yé, todos los asistentes se trasladan al cementerio de la Almudena. La comitiva, encabezada por cuatro coches llenos de coronas a los que les seguía el féretro, la formaban más de 14 mercedes con crespones negros, que llevaban a los familiares más allegados. Detrás, varios coches más y dos autobuses con el resto de asistentes, en larga caravana por una M-30 atascada por el tráfico del viernes por la tarde.

Al llegar al cementerio se formó una nueva comitiva: delante los hijos, uno con un retrato de la madre y el otro con una cesta con velas; luego, los familiares más allegados y 30 amigos vestidos de impecable traje y corbata negros, que portaban el féretro. Detrás, el resto de asistentes.

El ritual siguió con la familia arrodillada y llorando ante el féretro. Luego, la tradición exigía que los más allegados dieran tres vueltas hacia un lado y otras tres hacia el otro, alrededor del féretro. Eran las cuatro y media y algunos empezaban a acusar las tres jornadas sin descanso y el fuerte sol sobre la cabeza, medio desmayados. Al final, todos se acercaron al hueco abierto en la tierra. Había varios centenares de personas, muchas portando coronas de flores. El día antes, la familia había pedido al cementerio que no se celebraran otros entierros en el lugar, para evitar que su rito pudiera molestar. Allí, junto al féretro, depositaron todas las pertenencias de la señora Yé, incluidas sus joyas, guardadas en una bolsa de viaje, fruta y las cenizas de los billetes quemados para que pudieran servirle en la otra vida. Ayer había que festejar el comienzo de otra etapa para ella. Por eso, tras el entierro, todos se trasladaron a uno de los restaurantes de la familia, para tomar una comida tradicional.

De luto en blanco y negro

La familia Yé recibió durante tres días a todo el que quiso presentarle sus respetos. Para ello, había que hacer rigurosa cola entre las coronas, entrar a una sala decorada con más flores y, por último, pasar ante una fila formada por los nietos, luego por las nueras, las hijas, los hijos y, finalmente, el viudo, sentado en una silla, ya dentro de la sala del tanatorio donde se había instalado el féretro, rodeado de nuevos ramos.

Una vez allí, un maestro de ceremonias indicaba en chino y español, según la persona que entraba, lo que había que hacer: primero, tres inclinaciones de cabeza ante la fallecida; luego, una más a la familia. Todos los que entraron eran grabados en vídeo, como se hizo con todos los pasos del ritual funerario.

Pero antes de llegar a ese punto, había que pasar también la inspección del atuendo. En China, el blanco es el color del luto. También se utiliza el negro y los colores más claros. Pero lo que está absolutamente prohibido es ir de rojo a un funeral, porque representa la alegría. El atuendo inadecuado impedía la entrada, como le ocurrió a la reportera, vestida del color prohibido.

Sin embargo, la impecable organización del entierro había previsto todo. La familia ya había preparado varias montañas de cajas con camisas y corbatas, que debían lucir todos los hombres durante el entierro. Al que entraba de color, se le entregaba una camisa. Lo mismo hicieron con la periodista.

No fue la única previsión. También facilitaban los crespones, las bandas blancas para la cabeza y, sobre todo, agua mineral, que se amontonaba en cajas y cajas junto a la puerta de la sala del tanatorio para el que la quisiera.

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Sobre la firma

Soledad Alcaide
Defensora del Lector. Antes fue jefa de sección de Reportajes y Madrid (2021-2022), de Redes Sociales y Newsletters (2018-2021) y subdirectora de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS (2014-2018). Es licenciada en Derecho por la UAM y tiene un máster de Periodismo UAM-EL PAÍS y otro de Transformación Digital de ISDI Digital Talent. 

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