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Elecciones Europeas
Columna
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Salir de la derrota

Pasado mañana, jueves, los presidentes de Gobierno de los 25 países miembros de la UE más el presidente de la República francesa, Jacques Chirac, están citados en Bruselas para una reunión del Consejo Europeo en la que deberán concertarse sobre el Tratado Constitucional que nos aguarda. Comparecerán derrotados casi en su totalidad. Desde luego, ese será el caso de Chirac, del alemán Gerhard Schröder, del británico Anthony Blair, del italiano Silvio Berlusconi, del irlandés Bertie Ahern, del portugués José Manuel Durão Barroso, del danés Anders Fogh Rasmussen y del belga Guy Verhofstadt entre otros. Apenas el español José Luis Rodríguez Zapatero, el griego Costas Karamanlis, el sueco Goran Person, el finlandés Matti Vanhanen y el luxemburgés Jean Claude Junker llegarán sin el estigma de los vencidos porque también en los recién llegados, como Polonia, Chequia, Hungría, Eslovaquia, Letonia, Estonia y por ahí adelante, la oposición se ha impuesto en los resultados a los titulares del poder.

Esperemos que ese estado de ánimo, nacido de la derrota generalizada, favorezca los acuerdos pendientes para que la UE promueva la reforma institucional reclamada por la ampliación de 15 a 25 consumada el 1º de mayo y permita avances, por ejemplo, en el ámbito de la ciudadanía, de la política exterior y de seguridad común y de la defensa. Sólo así Europa podrá desempeñar el papel en la escena internacional que por todas partes le reclaman. Los índices de participación, que enseguida serán materia de escándalo, superan los registrados por ejemplo en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de las que nadie se avergüenza. Pero aquí los abstencionistas vienen a ser el reflejo de la desatención pública hacia un Parlamento y unas instituciones en cuyas manos hemos depositado muchas de las normas básicas por las que nos regimos. Nada como una derrota para favorecer la lucidez.

Otra cosa es que guste mucho en áreas de la ilustración crítica ese ejercicio de flagelación masoquista, empeñado siempre en denunciar el supuesto déficit democrático de la UE. Pero hay argumentos contundentes para rebatir que esa acusación tenga bases reales porque al final cada uno de los que se sientan en el Consejo viene avalado por los votos del electorado de su país de origen y a los del Parlamento Europeo acabamos de elegirlos el domingo. El déficit más grave es el de los medios de comunicación. Primero, porque entre tantos diarios como se editan dentro de las fronteras geográficas de la UE ninguno puede llamarse europeo si atendemos a dos criterios esenciales: que tenga una difusión significativa en todos y cada uno de los países miembros y que refleje e interrogue a la realidad informativa a partir de una weltanchaung en verdad europea, es decir, más allá de los apriorismos y las solicitaciones con denominación de origen meramente nacional. Y otro tanto puede decirse de las cadenas de radio y televisión.

En la práctica son medios de propiedad y orientación norteamericana, como el Herald Tribune y la cadena de televisión CNN, los que más se acercan a la definición anterior de medios europeos por su ámbito de difusión y por derivar de una cierta idea de Europa, la misma que se hacen las grandes multinacionales cuando deciden saltar a este lado del Atlántico. De la misma manera que como ha demostrado Alan Riding en alguna de sus columnas en The New York Times la única producción cinematográfica que se exhibe de modo suficiente en el circuito de la UE es la de las major americanas. Las cintas de los países miembros apenas traspasan el área del propio país que las abandera salvo para participar en festivales o ilustrar al público de los cineclubes.

En cuanto al escrutinio de las urnas españolas del domingo, ni han avalado el maximalismo del peor Oreja empeñado en hacer lema de la mentira ajena, después de tanta mentira propia, ni dejarán de estimular al Gobierno de los socialistas de Rodríguez Zapatero para cuyos errores o descoordinaciones es absurdo esperar indulgencia alguna. Que cada uno de los portavoces haya elegido para hacerse la foto de la noche electoral la referencia comparativa que más le favorece, no debería servir para endulzar la derrota ni para extrapolar la victoria porque cuanto antes se extraigan las consecuencias que sus dimensiones reclaman, mejor.

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