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Elecciones Europeas

Guadiana Borrell

El cabeza de lista del PSOE ha reaparecido como vencedor en una carrera en la que por primera vez no ha sido un 'outsider'

El dirigente socialista que en 1998 encarriló su incipiente, y fallida, candidatura a la Presidencia del Gobierno desmarcándose de la dirección de su partido -por estar muy identificada con el pasado reciente- no sólo ha visto ahora satisfecha su aspiración de ser un cabeza de lista nacional sino que ha logrado la victoria plenamente integrado en la estructura del PSOE, con la que siempre había hecho vida paralela. La campaña con la que ganó las primarias hace cinco años fue un revulsivo para un PSOE acomplejado por los escándalos que le llevaron a la derrota en 1996. Ahora, en cambio, la campaña que ha encabezado José Borrell no ha sido ni deslumbrante ni movilizadora, pero se ha beneficiado de la ola que llevó al PSOE a la victoria hace tres meses, y del respaldo al inmediato cumplimiento de una de sus principales promesas electorales.

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Borrell, que en su larga trayectoria como gobernante acreditó ser un gestor muy competente pero dio varias muestras muy visibles de inflexibilidad, ha sabido en los últimos años superar la frustración de sus máximas aspiraciones -la candidatura a la presidencia del Gobierno y el liderazgo del PSOE-, y ha cambiado radicalmente de ocupación. Con la fuerza de voluntad que forjó en su infancia y juventud para obtener las notas que le permitieron recibir becas para todos sus estudios, este doctor en Ciencias Económicas e ingeniero aeronáutico que como secretario de Estado de Hacienda lideró la política de cumplimiento de las obligaciones fiscales, y fue ministro de Obras Públicas y Transportes durante cinco años, decidió al comienzo de la pasada legislatura dedicarse a los asuntos relacionados con la construcción de Europa. En mayo de 2000 fue elegido presidente de la Comisión Mixta para la Unión Europea, y en febrero de 2002, representante español en la Convención para la reforma de la UE.

Borrell había sufrido en 1999 el mayor revés de su carrera política. Un año después de haber logrado una amplia e ilusionante victoria en las primarias (en su provincia, Lleida, le votó el 93% de los militantes del PSOE), trascendió que dos colaboradores suyos, y amigos -Ernesto de Aguiar, ex director general para la Coordinación de las Haciendas Territoriales, y Josep Maria Huguet, ex jefe de la Inspección de Hacienda de Barcelona- habían recibido en cuentas de Suiza pagos, algunos de ellos de Javier de la Rosa, por asesoramiento para evadir impuestos, según testificó el abogado Juan José Folchi.

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Borrell dimitió como candidato socialista a la Presidencia del Gobierno. "No se trata de mantener la carrera a cualquier precio, y creo que el cumplimiento estricto de la legalidad no basta", declaró en alusión a que se sentía dañado por la grave traición de sus colaboradores, aunque él no hubiera incurrido en ninguna irregularidad.

En ese momento, a un año de las elecciones generales, no había conseguido convertirse -sobre todo tras su intervención en el debate parlamentario sobre el estado de la nación- en un líder indiscutible y suficientemente respaldado como para poder ganar en 2000 al presidente del Gobierno José María Aznar. Pero la forma en que reaccionó en un asunto que ponía a prueba su coherencia con valores que defendía acrecentó su dignidad política. Y representó un fuerte contraste con las reacciones de gobernantes populares que rehuían en aquel momento asumir responsabilidades que les pudieran corresponder por irregularidades en su comportamiento o en el de colaboradores suyos.

Ese episodio zanjó las expectativas de Borrell para un puesto de la máxima responsabilidad, pero le dejó indemne, y con prestigio ético, para ocupar en el futuro otros cargos de representación. Dotado de gran capacidad -y orgullo- intelectual, unida a una cierta inseguridad personal, Borrell ha acreditado que puede explicar de forma didáctica asuntos de gran complejidad, pero también deslizarse hacia lo frondoso en una explicación fácil. Siempre ha sido muy trabajador, austero y un político hecho a sí mismo -con un carácter tan voluntarioso como complejo-, que siempre ha conectado directamente con los votantes, dentro y fuera de su partido.

Con 57 años, separado, con dos hijos y compañero sentimental de la ministra Cristina Narbona, la campaña de las elecciones europeas tenía para él la ventaja de que se desarrollaba en un territorio por el que ha transitado en los últimos años, y donde podía defender criterios con los que siempre se ha sentido muy identificado: que la educación, la sanidad o la inmigración no son mercancías sino derechos, y que Europa no es sólo un gran mercado sino un espacio de convivencia e integración, que requiere políticas de cohesión social y territorial.

SCIAMMARELLA

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