Eurocracia
Afrontamos el resultado de una contienda electoral de la que ha de salir el reparto del poder en Europa. Una Europa a veinticinco países y 454 millones de habitantes regidos por un orden común. Estamos en un hervidero de tensiones internacionales por las que las certezas que íntimamente deseamos se nos tornan desazones.
Los ciudadanos valencianos, absortos en otras contiendas de escaso calado, no percibimos que el mundo se nos escapa de las manos. No sabemos a ciencia cierta quién mandará finalmente en Europa y la solución a ese enigma no provendrá exactamente de la composición del próximo Parlamento Europeo. De su talante saldrá la nueva Constitución europea y se marcará un nuevo hito en la no dilatada historia de la construcción europea. Pasar en 150 años de las uniones nacionales a la consolidación de unidades supranacionales es un avance que está cambiando el mundo.
La Comunidad Valenciana era en 1957 -cuando se firmó el Tratado de Roma- una zona geopolítica sin configurar que abanderaba el movimiento europeísta en España. Quizá fue su factor más sintomático de rebeldía ante un régimen autocrático del que el resto de Europa no quería saber nada. No es casual que fuera en 1957 cuando se produjo una determinada primavera de Valencia, cuando los intereses económicos autóctonos comprendieron que nunca podrían avanzar, mientras los comportamientos dictatoriales bloquearan cualquier intento de aproximación hacia los mercados europeos.
Ante la reflexión sobre el futuro aparecía el marco europeo como condición necesaria de progreso. Ese tira y afloja se prolongó casi a lo largo de 20 años, en una primera etapa, hasta que se conformó el nuevo orden democrático con la promulgación de la Constitución española de 1978. Tuvieron que pasar ocho años más hasta que se produjo la integración del Reino de España en la Comunidad Europea.
La causa de la libertad ha estado siempre vinculada al proceso de unidad europea. Por creer en Europa como concepto, muchos españoles fueron perseguidos, encarcelados y censurados. Éste es el precio que hay que pagar para que los principios aparezcan en un primer plano. Éstos confirman la importancia de resistir los combates de la ignominia cuando son incuestionables los atributos de la razón y la fuerza de los hechos que marcan por dónde va el mundo.
Hubo un tiempo en que ser progresista en la Comunidad Valenciana iba ligado a la defensa del movimiento europeo. Por eso resulta anacrónico el tono elemental en que ha quedado el debate político de la campaña para el Parlamento Europeo que estamos viviendo. Creer en Europa, en la concepción de la Unión Europea hacia la que caminamos, es un compromiso.
Quien manda en esta realidad sociopolítica europea es importante y, más decisivo todavía, es el legado cultural que se transmita a las nuevas generaciones.
Ha sido muy oportuna la celebración del sexagésimo aniversario del desembarco de Normandía, el 6 de julio de 1944. Omaha Beach y el resto de escenarios donde se produjo la invasión aliada en Francia no fueron una anécdota sino el punto álgido en la historia de una Europa ancestral que necesitó ser liberada mediado el siglo XX.
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