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Columna
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Las derrotas del pensamiento

Las "boludeces", sin duda, traspasan el Atlántico. Una puede estar en la ciudad de Rosario, a casi 400 kilómetros de Buenos Aires, o en Córdoba, a más de 700, y tener los mismos debates, pelear con los mismos tópicos, enfrentarse al mismo pensamiento dogmático que tendría en plena plaza de Catalunya. "¿Qué le ha pasado a la izquierda? ¿Qué nos ha pasado?". La pregunta me la formula un descendiente de republicanos españoles exiliados en el interior argentino. En esta zona del interior, la presencia republicana española es notable y emotiva. Lo vivo en Paraná, capital de Entre Ríos: Enrique Pereira, amigo personal del coronel republicano Galán, me regala una litografía de la Generalitat de 1938. Me dice: "Este símbolo hace más de 60 años que esperaba, en Paraná, volver a Cataluña. Hoy te la entrego para que retorne a casa". Y una siente una especie de punzón ardiente que atraviesa tiempos y memorias, y se clava directamente en esa zona del pensamiento donde habita el corazón. La gente buena siempre te sorprende por los rincones del mundo, como si fuera un regalo inesperado e inmerecido.

Hablaba de las "boludeces". Muchos de los tópicos, prejuicios e incluso mentiras que recorren la espina dorsal del pensamiento europeo y que connotan parte de la ideología reaccionaria que pace tranquilamente por los campos fértiles de la izquierda reaccionaria se repiten por estas tierras australes como si fueran un clon de la estupidez. "La izquierda reaccionaria...", brillante expresión de Horacio Vázquez Rial. Conversamos sobre derechos fundamentales, Oriente Próximo, la cuestión palestina y su derivada terrorista, Atocha, y como si fuera una especie de calcomanía planetaria, se repite casi todo lo esperable: noto preocupación por derechos fundamentales, pero sólo si son vulnerados por israelíes o americanos. Nadie sitúa, por ejemplo, en ningún mapa mental ese lindo Gobierno despótico, sanguinario y fanático que actúa y mata en Sudán desde hace 10 años. La CNN no llega a según qué cavernas, aunque se haya sobrepasado el límite del millón de muertos en 10 años de guerra fundamentalista islámica contra el cristianismo y el animismo del sur.

Hablan de Abu Graid y, con toda la razón democrática, me indigno y se indignan. Pero tanto como callan, otorgan o, sencillamente, les importa tres rábanos lo que ocurre en las cárceles de Siria, Arabia Saudí o directamente Irán. Criminalizan hasta el delirio a Israel, país que encarna la maldad en estado puro en casi todos los pensamientos del pensamiento de izquierda colectivo. Y en el proceso de criminalización, acaban estando más cerca, aunque sea por paternalismo acrítico o, directamente, por inhibición, de cualquiera de las dictaduras despóticas teocráticas de la zona, dictaduras que alimentan el fanatismo y promocionan el terrorismo. Y que actúan, desde hace décadas, en contra de cualquier proceso de paz en la zona. Por supuesto, aman hasta el delirio a ese líder llamado Arafat, pero se inhiben de su condición biográfica violenta, de su corrupción cósmica (hoy, la causa palestina es un buen negocio para algunos) y de su despotismo. Y por el camino de ser solidarios, lo son tanto que practican una solidaridad en función de la geografía. Si la víctima muere bajo balas israelíes o americanas, existe en el mapa del dolor. Si muere en los autobuses de Jerusalén, en las torres de Nueva York, en la Amia de Buenos Aires o bajo la locura del integrismo argelino, ¿a quién le preocupa? Amparados en un paternalismo panarabista ciego y, desde mi punto de vista, profundamente reaccionario, acaban siendo amigos, casi por osmosis, de los postulados islámicos más retrógrados.

Pongamos un ejemplo cercano, a los dos lados del Atlántico. En Santa Fe, un chico llama a una radio y me espeta: "Los terroristas no lo son. Son patriotas que luchan por su causa". Es decir, los millones de dólares desviados por las oligarquías ricas para pagar el fanatismo integrista, la guerra declarada contra los valores democráticos desde hace más de una década (¿o alguien cree que todo empezó en Atocha?), y los miles de muertos acumulados, desde Kenia hasta Bali, desde Estambul hasta Madrid, son puro patriotismo. Buen ejemplo de determinada izquierda tan solidaria y libertaria que acaba aliándose contra la modernidad y la libertad. Al otro lado del Atlántico, leo en la web E-noticies la siguiente información: Montserrat Coll, directora general de asuntos religiosos de la Generalitat, ha invitado a la organización Al Dawa al Islamiya, fundada en 1972 por Muammar el Gaddafi, a celebrar su próxima sesión en Cataluña. Esta linda, democrática y, por supuesto, conciliadora organización tiene como misión extender el islam en África, Asia o allí donde haya comunidades. ¿Nos estamos volviendo locos?, ¿cómo puede confundirse, en nombre de la tolerancia, la necesaria interreligiosidad con los colectivos nacidos al albur de estados y planteamientos terroristas, sin ninguna vocación democrática y con clara aversión a los valores occidentales? Hay una notable diferencia entre luchar por una sociedad de la mezcla y equivocarse rotundamente de interlocutores. Pero es políticamente correcto practicar este tipo de ceguera, de manera que Coll debe de estar contenta de ser tan coherente. Aunque sea la coherencia de la imbecilidad.

Alguien me dice: "Nosotros somos de izquierdas. Pero somos una izquierda genuinamente liberal. Por ello somos los derrotados de los dos grandes animales ideológicos: el estalinismo y el nazismo. Perdimos todas las batallas". Y tiene razón. Una, que es de izquierdas, empieza a convertir en axioma del pensamiento esa frase histórica: "Hay que cuidarse de una derecha muy diestra y de una izquierda muy siniestra".

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