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Columna
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Lejos de Normandía

Josep Ramoneda

1. Se vanaglorian nuestros políticos de que Cataluña es una región profundamente europeísta, dicen las encuestas que los españoles son los más europeístas de toda Europa, y sin embargo, el domingo por la mañana busqué inútilmente alguna cadena catalana o española que emitiera los actos conmemorativos del desembarco de Normandía. Nada de nada. A nadie se le ocurrió pensar que este acontecimiento fue decisivo para todo lo que vino después: la derrota del nazismo y la lenta construcción europea que consagra la reconciliación sobre el tabú de la guerra.

Esta conmemoración era una acto profundamente europeísta. Por primera vez, estaba allí el canciller alemán Schröder, para afirmar que "los alemanes asumen las responsabilidades de la historia". El 60º aniversario llegaba, además, pocas semanas después de que Europa cerrara una nueva ampliación. La Europa de los 25 incorpora a los países del Este, sellando de este modo la penúltima herida del continente. La última, todavía pendiente, está en los Balcanes. De algún modo Europa agradecía a sus aliados -Estados Unidos, Canadá, Australia- la acción decisiva sin la cual hoy no estaríamos donde estamos.

Y España estuvo ausente. De cuerpo -olvidada por los organizadores- y de espíritu -nadie pensó en acercar el acontecimiento a los ciudadanos-, como si el desembarco de Normandía fuera algo ajeno a nuestra cultura. Cierto que siempre se podrá reprochar a los americanos que no estuviéramos en el mapa del desembarco en Europa, que no formáramos parte de los países con derecho a liberación. Seguro que incluso entre los antifranquistas hay algún soberanista dogmático que se opondría a una acción de este tipo, yo personalmente lamento que los americanos se pararan en los Pirineos. Nos habríamos ahorrado muchos años de dictadura y habríamos tenido una mucho más rápida inserción en el espacio económico y cultural europeo.

Pero la actitud de los americanos con Franco -al que no quisieron echar en 1945 y al que ayudaron a mantener la dictadura desde 1953- no es razón suficiente para que España dé la espalda al desembarco de Normandía. Hubo allí muchos españoles jugándose la vida y defendiendo la libertad. Fueron los perdedores del ensayo general que fue la guerra civil española y siguieron en los frentes de la II Guerra Mundial y en la resistencia francesa su lucha contra el fascismo. Por ellos, merecía la pena acordarse del desembarco. Y no habría sido tan difícil que nuestras autoridades se movieran diplomáticamente con el fin de tener un rinconcito en la ceremonia para rendir homenaje a estos conciudadanos.

Hay otra razón, sin embargo, que reclamaba que España mirase a Normandía: si queremos realmente formar parte de Europa, tenemos que compartir y reconocer sus momentos fundadores. Y el desembarco de Normandía lo es, por mucho que algunos lo hayan aceptado a regañadientes. Francia ha sido rácana siempre en su agradecimiento a quienes la liberaron. Por fin, parece incorporar, sin segundas intenciones, el desembarco a la memoria colectiva. Es una consecuencia de la europeización de la memoria.

2. La política -y más todavía en la sociedad de la imagen- es algo tan frágil que las circunstancias de calendario pueden provocar movimientos y espejismos. Bush, en su peor momento en la presidencia, cuando el escándalo de las torturas había abierto una crisis moral en Estados Unidos y -como ha escrito Soros- los ciudadanos americanos que se consideraban víctimas desde el 11-S se descubrieron como verdugos, se encontró con el 60ºaniversario del desembarco de Normandía y ha tratado de capitalizarlo lo mejor que ha podido. Por si fuera poco, el destino le ha deparado la muerte de Ronald Reagan: Bush intentará por todos los medios que los americanos crean que él es su heredero.

Pero el desarrollo de la gira europea de Bush denota la frágil posición del presidente y de Estados Unidos. Bush ha dejado en casa sus modos de cowboy y ha aceptado los agradecimientos europeos sin caer nunca en el impudor. En ningún momento se ha atrevido a llevar a la conmemoración la osada comparación entre el desembarco de Normandía y la ocupación de Irak que ha sido moneda demagógica corriente en su propio país. Bush tiene elecciones a la vista. Sabe que la sociedad americana está tocada. Y por una vez, es él quien necesita a los europeos y no viceversa.

Todo lo que haga Bush a partir de ahora es provisional: puede cambiar después de noviembre. Ya sea porque gobierne Kerry y haga las cosas de otra manera, ya sea porque Bush resulte reelegido y entienda que la ciudadanía le ha dado licencia para volver a sus políticas de extrema derecha.

Pero la coyuntura electoral aprieta y Bush, poco a poco, va cediendo a las exigencias europeas. El hombre que quiso cargarse las Naciones Unidas, a las que colocó ante el dilema de que o obedecían a Estados Unidos o no tenían ninguna razón de ser, busca ahora en ellas su salvación. Nadie se llamará a engaño. Con lo cual la conclusión es la de siempre: Europa sólo depende de sí misma, de la capacidad que tenga de hacer las cosas con coherencia y bien hechas. Lo dijo Chirac con retórica política: "Una Europa fuerte contribuirá también a la estabilidad del mundo y dará un nuevo impulso a la relación trasatlántica". Lo dijo en Barcelona Michael Walzer: "Ayudaría mucho si hubiera una política más responsable por parte de los europeos. Si los europeos hubieran sido capaces de resolver solos el conflicto yugoslavo, el unilateralismo americano sería muy diferente. Si los europeos se hubieran implicado más en las presiones a Saddam Husein, quizá la guerra no habría empezado. Estados Unidos necesita socios capaces de decir sí y no". Probablemente, ésta es la principal lección que debería quedar del recuerdo del Día D.

3. El masivo apoyo de la opinión pública a la retirada de las tropas españolas de Irak no impedirá que Rodríguez Zapatero se encuentra en una incómoda situación diplomática si, con el voto de España, por supuesto, se aprueba una resolución en las Naciones Unidas que dé cierta autoridad al Gobierno iraquí sobre las decisiones militares americanas. Hay un argumento limpio para justificar la retirada de tropas: España no tenía que haber ido a una guerra que al parecer de muchos era disparatada y que tenía en contra a una amplia mayoría de la opinión pública. Pero Rodríguez Zapatero quiso argumentar las prisas en cumplir su promesa con la imposibilidad de que las Naciones Unidas aprobaran una declaración que diera satisfacción a sus exigencias. El tiempo en política es muy variable. Entre la retirada española y hoy han pasado varias cosas, entre ellas la divulgación de las imágenes de la tortura. Imágenes que, como ha explicado Mary Kaldor en su segundo informe sobre Irak, han sido más impactantes para los ciudadanos americanos que para los propios iraquíes, desgraciadamente acostumbrados por el régimen anterior a estos abusos. Y Bush ha visto, por primera vez, en claro peligro su victoria. Y se ha sentido obligado a hacer concesiones. Quedan todavía puntos importantes que precisar: la legitimidad del Gobierno iraquí sólo puede emanar de las Naciones Unidas, no del Gobierno americano. Pero es perfectamente posible que España vote la resolución que parecía imposible cuando decidió retirar las tropas. Rodríguez Zapatero no tendrá problemas de puertas para dentro -hay satisfacción general por el regreso de las tropas- y los picoteos del PP en este tema están amortizados, pero sí tendrá algún problema de puertas para fuera. ¿La carta que jugar? Coherencia europea y presión para que, más allá de la coyuntura electoral, Estados Unidos, como pide Brzezinski, cambie radicalmente de rumbo. El mundo va muy deprisa, señor presidente.

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