Un nuevo holandés
En 1992 hubo otro "Holandés errante" en el Palau, con una especie de velas desplegadas por el hall, y unas gaviotas virtuales revoloteando y gritando sobre los asistentes, en una escenografía "previa"que pretendía evocar los mares del Norte. Eran los tiempos de Manuel Ángel Conejero, quien proyectaba su ambición teatral a la mínima ocasión. Dentro ya de la sala, aquel día, la Orquesta de Valencia no tuvo uno de sus mejores momentos. Tampoco las voces solistas.
El recuerdo viene a cuento porque subyace, sin duda, en la memoria de los aficionados. A falta de versiones escénicas, son las de concierto las que, en Valencia, se plantean como referentes. Mientras tanto, la gigantesca estructura del Palau de les Arts va creciendo -así como la deuda que genera-, a la vez que se cuestiona la necesidad de una orquesta para poder programar óperas en dicho Palau, y se colapsa (el por qué no se hace público) la firma de contratos con directores y cantantes. Dentro de un par de años nos encontraremos con un inmenso buque fantasma (es éste el otro nombre que recibe El holandés errante) navegando por el antiguo lecho del Turia. Un lecho que, hace poco, acogió, subterráneamente, otro despropósito millonario: las nuevas salas de ensayos y oficinas del Palau de la Música
El holandés errante
(versión de concierto) De Richard Wagner. Orquesta y Coro de la Ópera Nacional de Noruega. Solistas: Carsten Stabell, Turid Karlsen, Ivar Gilhuus, Hege Hoisaeter, Svein Eric Sagbraten, Terje Stensvold. Director: Olaf Henzold. Palau de la Música. Valencia, 2 de junio de 2004
Sigamos, mientras tanto, con las versiones de concierto. La que ofreció, de El holandés errante, la Ópera Nacional de Noruega, tuvo, como denominador común, un sincero esfuerzo de traducir, con más vigor que sutileza, la hermosa leyenda de ese marinero condenado a navegar eternamente. La otra cara de la historia, -que nos restituye la obsesión wagneriana de la redención por el amor-, se plasmó con menos fuerza. Las potentes voces de los solistas masculinos sedujeron al público, aunque la afinación no fuera exacta en todos los casos. A destacar la presencia escénica de Terje Stensvold (el holandés), capaz de transmitir, desde los primeros minutos, la inquietante angustia de una condena sin fin. Turid Karlsen, como Senta, fraseó y utilizó la media voz con gusto, pero un vibrato excesivo y unos agudos estridentes afearon su prestación. Estuvo también convincente Svein Eric Sagbraten como Dalland, a pesar de ciertas oscilaciones en la afinación. Los coros, reducidos a 22 marineros y 18 muchachas -no hace falta más- se escucharon empastados y con un punto de rudeza en las voces masculinas que, en este caso, le cuadraba bien al colectivo representado. La orquesta subrayó con idiomatismo todo el poso de la hermosa leyenda, aunque no parecía muy proclive a la orfebrería sonora. En definitiva: un "Holandés" vigoroso, rudo, legendario, encantador.
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