Sting impone su madurez en su actuación en Barcelona
El cantante y compositor británico presenta los temas de 'Sacred love'
Elegante, sobrio y puntual. Eran las 22.00 y las luces del escenario del barcelonés Palau Sant Jordi comenzaban a destellar recibiendo a un caballero sobriamente vestido con pantalón oscuro de lino y camisa de igual tejido, también oscura pero con cuello y puños blancos. Era Sting, uno de los pocos a los que queda bien una camisa con puños y cuello así, quien cantaba seguro la rítmic de Sacred love.
El público vociferaba como sabe hacerlo en el inicio de los conciertos largamente esperados y el grupo, cinco instrumentistas y dos coristas, comenzaba a demostrar porqué era la banda de un artista tan pulcro como Sting. Por delante se abrían dos horas en las que cada asistente llenaba mentalmente los minutos con las canciones que quería escuchar y así, entre pensamiento y realidad, el público se comenzaba a entregar a Sting.
Unas 10.000 fueron las personas que se acercaron a ver al cantante británico, que en esta ocasión redujo su aforo con la disposición en la parte posterior de un gran telón negro que reducía distancias permitiendo afirmar que técnicamente Sting había vuelto a llenar. Lo cierto es que la producción que desplegó el artista no cabría en recintos más pequeños sin perder impacto visual, de todas formas conseguido más mediante un montaje sobrio y elegante que por la vulgaridad de las dimensiones.
Un delicado juego de luces en tonalidades uniformes, ausencia de destellos y flashes y unas pantallas que desde la parte de atrás mostraban proyecciones alusivas a la temática de las canciones fueron los ejes de la puesta en escena de Sting. Él, mandando en el centro, tomaba su bajo, y sin apenas moverse su sola presencia bastaba para dominar al Sant Jordi entero. Sin aspavientos, dejando discurrir tranquilas voz y canciones, sin prisa alguna, con maneras pausadas. En Fragile todo quedó bañado por luz naranja y verde y el público silbó emocionado. Sting en su salsa. Luego llegó Fields of gold, el puente de luces se elevó y el público se hizo palmas mientras las pantallas posteriores se fragmentaban recogiendo un baño de amarillo que contrastaba con el morado que coloreaba a toda la banda.
Exhibiendo aire de modelo para maduros orgullosos, Sting transportó al respetable a un mundo de equidad, clase y distinción en el que los aspectos más feos y desagradables de la existencia fueron barnizados con un ensalmo elaborado a base de pop elegante y pulcro con toques de jazz, aromas de reggae desleído en perfume y evocaciones de música étnica.
Babelia
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