Mujeres y poder político
Ahora que por fin en España el Congreso de Diputados cuenta con un porcentaje de mujeres del 35% y un Gobierno paritario, es importante que los ciudadanos seamos conscientes de que contamos con algo mucho más valioso que lo que teníamos anteriormente y reflexionemos con naturalidad sobre la importancia de la presencia femenina en el poder político.
A veces pensamos que una misma política es válida para todos, como si las tallas únicas fueran la panacea. Pero cuando las estadísticas se desagregan por género, nos muestran que, en la mayoría de los campos (educación, salud, participación económica, salarios, etcétera), las situaciones respectivas de mujeres y hombres, como colectivos, son muy distintas y en general desfavorables a las primeras. Con más mujeres en la política, es más fácil apreciar que los problemas de las mujeres no son sólo de ellas -la violencia de género, por ejemplo-; son de todos. Porque la diferencia fundamental en política no es el género; es la exclusión. Y a nadie se le ocurriría pensar que se puede vivir en democracia sin atender a los problemas, necesidades e intereses de más de la mitad de la población. Por ejemplo, a la hora de buscar soluciones a la violencia contra las mujeres, es difícil acertar si no se hace desde la perspectiva de género, tanto en el Parlamento como en la policía, la justicia o el sistema de asistencia. De la misma manera, una sola mujer en un tribunal, aunque esté en minoría, sin duda influirá en la perspectiva de sus compañeros varones por su capacidad para aportar la visión desde este otro lado de la sociedad.
Sin embargo, y aunque parezca increíble, la mayoría de los países que se consideran avanzados y que reconocen el objetivo de promover la igualdad entre mujeres y hombres no tienen gobiernos igualitarios. Esta situación es ciertamente inexplicable, ya que el esfuerzo social y económico de tener más mujeres en la política es casi indiferente: cuesta igual educar a una niña que a un niño, cuesta lo mismo mantener a una diputada que a un diputado, un juez que una jueza. Afortunadamente, además de algunos países del norte de Europa, también hay países considerados a veces menos relevantes (como, por ejemplo, Costa Rica) e incluso países en situaciones políticas y económicas muy delicadas (como Ruanda), que utilizan las cuotas de género y cuentan con porcentajes de presencia femenina en el Parlamento por encima del 40%.
La experiencia positiva del aumento de la presencia femenina en la última década contribuye a sustentar la idea de que las mujeres mejoran la cultura y la vida política, hasta el punto de que su aportación es esencial para hacer frente a los grandes retos del mundo actual. Éste ha sido el objeto de la Sesión 417 del Seminario de Salzburgo [organización privada sin fines de lucro que desde 1947 reúne a líderes actuales y futuros para promover el libre intercambio de ideas bajo los principios de la reconciliación y el cuestionamiento intelectual] sobre Reforzar la democracia y el buen gobierno: las mujeres y el poder político, dirigido por Kim Campbell, ex primera ministra de Canadá:
1. Las mujeres están contribuyendo como protagonistas a la construcción de la paz en las zonas de conflicto. Y su gran aportación es la insistencia en evitar toda forma de exclusión. Anne Gahongayire, viceministra de la Mujer de Ruanda, donde las mujeres son hoy el 47% del Parlamento, cuenta la experiencia de este país herido por el genocidio. Fueron las mujeres quienes lograron hacer entender a todos que la reconciliación entre las etnias tutsi y hutu sólo era viable si se incorporaba activamente a las mujeres. Los hombres iban a las negociaciones intentando ganar, imponer su posición; las mujeres, buscando el compromiso, en muchas ocasiones previamente trabajado entre mujeres de distintos grupos étnicos.
2. También es importante su aportación desde el punto de vista de la corrupción, ese mal que afecta por todas partes al poder político y económico. En muchos países existen democracias formales, pero la principal barrera para la democracia real es la corrupción. Las mujeres pueden mejorar la situación porque son menos propensas a la corrupción (según John Mathiason, anterior director de la Division for the Advance of Women de la ONU). En parte se explica porque las mujeres parecen tener más aversión al riesgo que implica la corrupción, ya que tienden a proyectar su actividad política a largo plazo, muchas veces con el objetivo de defender a sus comunidades, a sus familias y a sus hijos; asimismo porque, a pesar de su papel esencial en la familia, tienden a separar la actividad privada de la actividad pública en mayor medida que los hombres.
Si aceptamos que hay "esquemas de género", estereotipos que hemos interiorizado y son diferentes para hombres y mujeres, el paso siguiente es preguntarnos qué nos aportan respectivamente unos y otros. Y los de las mujeres pueden aportar valores muy necesarios. Por ejemplo, existe el prejuicio de que las mujeres tardan más en tomar las decisiones. Pero eso tiene grandes ventajas, porque toman decisiones pensando más en el largo plazo (lo que favorece, por ejemplo, la mejora en áreas como la educación, la defensa del medio ambiente o la calidad alimentaria); asimismo, consultan más sus decisiones, construyendo consenso a la manera de las organizaciones internacionales; y las mujeres de diferentes partidos cooperan entre ellas de forma transversal más que los hombres. Éste es el caso de Irlanda del Norte, donde una coalición de mujeres de los distintos partidos, North Ireland Women's Coalition, participa en las negociaciones de paz y concurre a las elecciones con un programa orientado a "cambiar la política" (en su programa electoral de 2003 defienden el derecho de todo ciudadano a vivir sin miedo ni intimidación y trabajan para unir a unionistas, nacionalistas y los demás en una visión compartida del futuro).
En efecto, las mujeres están logrando cambiar la agenda política de los partidos y de los gobiernos, pero muchas veces no lo hacen desde los propios partidos políticos, sino desde las ONG. Desde este ámbito les resulta más fácil lanzar sus propuestas e influir tanto en las acciones de los gobiernos como en los programas de los partidos políticos. Por ejemplo en Ghana, donde, como cuenta la parlamentaria Hanna S. Tetteh-Kpodar, las asociaciones de mujeres se unieron en coalición para defender las reivindicaciones de las mujeres. A los partidos políticos no les quedó más remedio que incluirlas en sus programas.
Sin embargo, es esencial que haya más mujeres en la política porque, cuando son pocas, se tiende a verlas como "mujeres" y les cuesta mucho que se reconozcan sus derechos y la valía de sus políticas. Si tienen éxito, se ironiza con que parecen hombres. Si no tienen éxito, se achaca a que son mujeres y se las neutraliza políticamente, lo que no suele ocurrir con los hombres que se dedican a la política.
Las razones de la presencia todavía escasa de las mujeres en el poder político están más relacionadas con las barreras que han de superar las mujeres para entrar y mantenerse en la carrera que con las preferencias de los propios votantes, ya que, al menos potencialmente, la mayoría de éstos son mujeres. Entre esas barreras, las más importantes son las educativas y las económicas (la participación de las mujeres en el poder político está relacionada con la mejora de su nivel educativo y de su participación económica). Pero también son determinantes el nivel general de consideración de que disfruten las mujeres en cada sociedad y el sistema político. Es decir, a pesar de que las mujeres consigan mejorar individualmente, sólo habrá mujeres en los parlamentos y en los gobiernos si previamente son incluidas en las candidaturas de los partidos. ¿Por qué, entonces, no hay más mujeres? Porque es difícil llegar a candidata. Además de las barreras culturales (religiosas, patriarcales), hay que hacer frente a las barreras estructurales (sistema electoral, estructuras de los partidos, financiación) y al dominio de los medios de comunicación por hombres.
Por ello, las cuotas son una herramienta valiosa. La presencia de mujeres no empieza a consolidarse hasta que se alcanza una masa crítica de mujeres en los parlamentos por encima del 33%. Para ello, es importante que los partidos presenten listas respetando los criterios de que cada sexo no tenga más del 60% ni menos del 40%. Y que esto no sea sólo una decisión de los líderes, sino un compromiso de los partidos. Las cuotas no han de perdurar para siempre, pero sí hasta que se alcancen posiciones más cercanas a la igualdad. Y no temamos que entonces lleguen al Parlamento y a los puestos de responsabilidad personas no preparadas. Por desgracia, eso ocurre con demasiada frecuencia (incluso en las más altas responsabilidades del país más poderoso). Las mujeres saben que se les va a exigir más y se preparan concienzudamente para ello.
Cecilia Castaño Collado es catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.