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VISTO / OÍDO
Columna
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La Real televisión

Mala suerte para la nueva dama de la televisión: estaba aún limpiando su pantalla del servilismo a Aznar y se le vino encima la boda principesca. Una lección continua de humildad. Todas las horas del día no bastaban para servir. "Proveedora de la Real Casa", se decía antes en las tiendas que vendían a Palacio: y era una buena publicidad: la gente creía que allí se comía y se bebía y se usaba lo mejor. La lección no es sólo para la señora Caffarel sino para nosotros: creíamos que al fin tendríamos una pantalla libre, y no puede ser. Siempre ha de haber Urdacis. Me dicen que no es así, sino una noción de la realidad que tienen los egregios programadores; y las mías no lo son. Es la noticia del siglo: como el siglo apenas ha rasgado su himen, puede serlo. Para mí fue la caída universal de la democracia: peco del periodismo peor que toma lo inminente como permanente. La trasmisión de estas bodas, que no desbordó tanto otras emisoras y otros periódicos, y mucha web, tenía esa ambición y esa flaqueza nuestra: creer que la actualidad es la historia futura. Allá emisoras y periódicos: de una democracia auténtica, la que les vota o no cada día. Si se equivocan, lo pagan; los ciudadanos dejan de comprar, se les va la publicidad y han de tomar dinero de otros sitios.

Quizá ver casarse a quien parecía incasable sea una noticia; ver entrar sin pecado sangre roja en la dinastía, unir bajo la lluvia de mayo todo el Gotha, repentizar una pasarela Cibeles de pamelas y trajes largos, mostrar la Almudena feúcha y asombrosamente pintada, hacer oír la voz fanática de Rouco, son noticia. Será la única noticia, piensan la dama y sus consejeros, o quienes les dirijan ahora, y lo hace. Lo hace bien: las chicas y los chicos que se quedaron para vestir otros santos lo dijeron bien; las cámaras superaron el cielo oscuro y el agua republicana. Pero no pudieron estar en los lugares donde volvían los soldados españoles de la guerra canalla, que era la noticia popular. Mi temor es otro y más grave. Es que un extraño viento de locura haya creído que se trata de la historia, creyendo aún que la historia es la de los reyes. Piensa alguien que el Rey está muy cansado, que enfermará o abdicará, que la locutora de cuento de hadas será buena paridora y que cuando el siglo decline habrá un niño, don Como Sea (nacen con el don puesto) y todo será igual. "Sueña el Rey que es rey", decía Calderón, con pena barroca. "Y los sueños, sueños son", terminaba.

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