Sólo el 'glamour' salva al circuito de Montecarlo
Desde el punto de vista de la seguridad, hace ya muchos años que el Gran Premio de Montecarlo debería haber desaparecido del Mundial de la fórmula 1. Es mucho menos seguro de lo que era, en su momento, el circuito catalán de Montjuïc. Pero, mientras la F-1 se fue de la montaña catalana porque los pilotos aprovecharon el accidente de Stommelen en 1975 para clausurarla, nadie se atreve a cuestionar el trazado monegasco. Los pilotos son capaces de pedir que se modifique una curva en Montmeló, como ocurrió el año pasado, pero llegan a Montecarlo con la cabeza baja, sabiendo que cualquier crítica tampoco sería escuchada.
Es verdad que el trazado va mejorando cada año. La historia y la tradición son también importantes. Sin embargo, lo único que aguanta la carrera de Montecarlo es el glamour. No porque las calles se llenen de personajes de Hollywood y del mundo de la moda o acudan las estrellas de más relevancia social o deportistas de prestigio reconocido, sino porque Montecarlo es el lugar ideal para que todos los patrocinadores de la F-1 puedan alardear de su poder económico y social: allí enseñan todo lo que tienen: el mejor yate, el mejor apartamento, el coche más caro y sofisticado... Es el reino del glamour, el lugar al que todos los invitados quieren ir. El gran premio en el que las escuderías suelen tener más compromisos ineludibles. Nadie quiere perdérselo.
Sin embargo, para trabajar y para correr, Montecarlo es el peor lugar del mundo. Ayer hubo muestras muy claras de todo ello. A lo largo de la carrera sólo se produjeron dos adelantamientos y ambos protagonizados por Juan Pablo Montoya. A pesar de ello, la carrera estuvo llena de incidentes, algunos de los cuales se habrían evitado en la mayoría de los circuitos del Mundial. La humareda creada por la rotura del motor del BAR Honda de Takuma Sato en la tercera vuelta se habría dispersado más rápidamente en otros trazados más abiertos y se habría podido evitar el accidente que protagonizaron David Coulthard y Giancarlo Fisichella por falta de visibilidad. Por otra parte, el hecho de que en muchos puntos del circuito sólo valga una trazada fue la causa principal del trompo que sufrió Fernando Alonso y que le obligó a abandonar: el español pisó la zona izquierda de la curva, donde se acumula la goma expulsada por los coches y la pintura de la calzada.
E incluso el toque que le dio Montoya a Schumacher se produjo en el interior del túnel, que es una auténtica trampa, puesto que, de golpe, se pasa de la luz exterior a un punto oscuro y luego se recupera la luz, con la dilatación y contracción de las pupilas y la pérdida de visibilidad momentánea que eso supone. Si eso le ocurre a cualquier conductor cuando va a 100 kilómetros por hora, imagínense lo que puede suponer salir del túnel a 280.
El de Montecarlo no es un circuito de F-1. Pero, al margen del glamour, tiene dos virtudes importantes que lo convierten en algo muy especial: da un gran valor al coraje de los pilotos, tal como ayer demostraron Trulli y Alonso -mientras estuvo en carrera-, y es el trazado donde hay más proximidad entre el público y los coches. Eso también tiene su encanto.
Joan Villadelprat fue director de las escuderías Benetton y Prost y jefe de mecánicos de Ferrari.
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