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BODA REAL | Banquete en palacio

"Te recibimos con los brazos abiertos"

El Rey pide a los príncipes de Asturias que trabajen por España, en el brindis del banquete nupcial, en el que don Felipe, que se declaró "un hombre feliz", recordó a las víctimas del 11-M

Fue un banquete de bodas casi corriente, de no ser por unos pocos detalles. Desde los tapices de Bruselas que enmarcaban la mesa presidencial, o el centro de mesa Dessert de estuco, orgullo de Patrimonio Nacional, al deslumbrante espacio del Palacio Real. Y de no ser, obviamente, por los contrayentes: el Príncipe de Asturias y su esposa, desde ayer la nueva Princesa de Asturias a la que el Rey dedicó palabras de afecto, en el discurso que pronunció a los postres del banquete nupcial. "Queridísima Letizia, te recibimos con los brazos abiertos y con el mayor cariño en el seno de nuestra familia", dijo el Monarca. Una frase que despejó cualquier malentendido, como el que provocó la llegada del Rey al templo del brazo de su hermana, la infanta doña Pilar y no del de la madre de la novia.

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Antes de que se iniciara el banquete, la nueva pareja real hubo de cumplir el rito de saludar al pueblo desde el balcón de palacio que se abre sobre la Plaza de Oriente. Pero en ese trance los Príncipes de Asturias decepcionaron un poco porque, fuera por pudor o por indecisión, no llegaron a darse en público el beso de amor que ha sellado ante la mirada de medio mundo el matrimonio de muchos otros príncipes.

La hora del brindis, al término del banquete nupcial, se atuvo más a las expectativas, porque tuvo a la vez un carácter solemne y privado. En su intervención, el Rey pidió a los nuevos esposos que piensen "siempre en España", y dediquen lo mejor de sus esfuerzos a los españoles, "para aunar sus esperanzas, compartir sus ilusiones y poderos fundir siempre con sus sentimientos y dificultades". Don Juan Carlos aludió de pasada -"sabeis la enorme ilusión con que he esperado este día", dijo- a la larga soltería de su hijo y heredero de la Corona de España, que ayer tocó a su fin.

Detrás del Rey tomó la palabra el padre de la novia. Jesús Ortiz habló de su hija en términos elogiosos, y engarzó en su discurso a Cenicienta y al Pequeño Príncipe, de Antoine de Saint Exuspery. Intervino finalmente el príncipe Felipe de Borbón, con un discurso que superó lo meramente protocolario en el que se declaró "un hombre feliz" por haberse casado "con la mujer que amo". "Nuestra unión para siempre se la ofrecemos a nuestras familias", dijo, "y sobre todo a nuestro destino, íntimamente ligado al futuro de los españoles". El Príncipe elogió después la tarea de sus padres, en los difíciles años de la transición y, respondiendo a don Juan Carlos, declaró: "Majestad: no tengáis ninguna duda de que siempre pensaremos en España y de que toda nuestra vida estará dedicada al bienestar de los españoles". Por último, recordó a las víctimas de los atentados del 11 de marzo. En otro momento del discurso, el novio agradeció a los abuelos de su esposa, que asistían a la comida un poco cohibidos, la generosidad con que le habían acogido en el seno de esta nueva familia Ortiz-Rocasolano.

Fue la escena final de un banquete marcado por la heterogeneidad de los invitados y por la armonía que envolvía el improvisado comedor. La luz natural que descendía del techo situado a 35 metros de altura creó una atmósfera mágica, que compensó a los invitados de la grisura del cielo madrileño. Antes de que los Reyes y los recién casados abandonaran el deslumbrante salón, la precipitada salida de algunos invitados provocó un pequeño desconcierto. Entre los impacientes que abandonaron las mesas antes de tiempo estaban el príncipe de Gales y el de Mónaco, y el príncipe Moulay Rachid, hermano del Rey de Marruecos.

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Pero el festejo, bajo la carpa que cubría el Patio del Príncipe, convertido en merendero de alcurnia, se desarrolló en el clima acogedor y un poco excesivo de cualquier banquete matrimonial. La prensa no tuvo acceso al salón, si se exceptúa el momento de las fotos de familia y un rápido pasaje de cámaras de televisión, entre las mesas de los convidados. Uno de los temores iniciales, el de la falta de espacio que hubiera puesto en peligro la integridad de las descomunales pamelas lucidas por algunas invitadas, se reveló enseguida injustificado. Bajo el magnífico toldo que cubría el Patio del Príncipe había sitio para un regimiento. Las amplias mesas -en total 122-, decoradas con conjuntos de flores (tulipanes, rosas y fresias, principalmente) en tonos blancos y azulados, permitían total libertad de movimientos a los comensales, sentados en grupos de diez o doce personas. En la mesa presidencial se acomodaron los Príncipes de Asturias, arropados por los Reyes de España y los padres de la novia, y por los reyes de Suecia, de Noruega, de Holanda, de Bélgica, Luxemburgo, y Rania de Jordania, entre otros.

Se vio en una de las mesas a la infanta Elena repartir con el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y con su esposa, Sonsoles Espinosa, con el hombro finalmente descubierto. La infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarín, compartieron mantel con las hermanas Ortiz Rocasolano, mientras el príncipe Naruhito escuchaba muy atento a la infanta Margarita en otra de las mesas, y un poco más lejos, Alberto de Mónaco se chupaba los dedos discretamente, mientras departía con el príncipe Carlos de Inglaterra. La heterogeneidad del banquete era más evidente en la mesa presidencial, donde se mezclaba realeza en grandes dosis con pueblo llano. Todo ello magnificado por los espectaculares adornos, como el Dessert de estuco, compuesto por trece piezas de Patrimonio Nacional, que con sus nueve metros de longitud, con zócalo de guirnaldas de hojas y flores, monopolizaba la mesa.

El resto de los invitados se distribuyó de forma más homogénea. Algunos, en las mesas colocadas en la primera galería del Palacio, donde se acomodaron desde cantaores flamencos a compañeros de estudios del Príncipe o algún conocido de la nueva Princesa. El resto se colocó en el salón principal. Se agruparon escritores junto a directores de medios de comunicación, o estrellas de la radio. Aunque en alguna mesa se intentó una mezcla más variada, como en la que ocupaba el académico y escritor Arturo Pérez Reverte, junto al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y un miembro de la jerarquía católica.

Todo funcionó a la perfección, con los camareros de La Zarzuela dedicados a atender la mesa presidencial, los de Patrimonio Nacional, a los restantes invitados de alcurnia, y los del restaurante Jockey, al resto de los comensales. Una tarea casi rutinaria si se tiene en cuenta que este restaurante lleva 18 años sirviendo las cenas de gala en el Palacio Real. Pero no fue el menú, sino la tarta nupcial, de dos metros de altura, en homenaje al príncipe Felipe, lo que provocó los mayores aplausos. Otro momento estelar lo habían protagonizado los gaiteros asturianos, que saludaron la llegada de los recién casados al Palacio Real.

Podría decirse que los Reyes echaron el palacio por la ventana para festejar la boda -finalmente- del único hijo varón. En la mesa presidencial, rectangular, y espaciosa para acoger sin apreturas a los 30 protagonistas principales, vestida con mantel crudo, todo era de primera. Desde la cubertería de plata maciza de los tiempos de Alfonso XII y Alfonso XIII, a la vajilla de gala, de porcelana de Santa Clara, y la cristalería checa, de la fábrica de Móser. Pero nada comparable a la colección de tapices que colgaban de las paredes y al perfume discreto que desprendían las flores, único toque primaveral del día.

El rey Juan Carlos besa a su hijo, don Felipe, durante el brindis en el banquete celebrado en el Palacio Real.
El rey Juan Carlos besa a su hijo, don Felipe, durante el brindis en el banquete celebrado en el Palacio Real.POOL EFE
Los príncipes de Asturias, don Felipe y doña Letizia, se besan en el momento del brindis en el Palacio Real.
Los príncipes de Asturias, don Felipe y doña Letizia, se besan en el momento del brindis en el Palacio Real.POOL EFE

Tartaleta de marisco y capón

El menú del banquete nupcial, firmado por el restaurante Jockey se atuvo a un esquema sobrio, quizás para contrarrestar el estilo innovativo del propuesto la noche anterior, por los restauradores Ferrán Adriá y José María Arzak, en la cena servida en el palacio de El Pardo. Los 1.700 invitados que compartieron mantel con los príncipes de Asturias pudieron degustar primero aperitivos variados, entre los que no faltó el jamón de Jabugo, queso manchego con regañadas, tartaletas de esqueixada, canapés de gamonedo con manzanas, mousse de pescado de roca, patatas rellenas de changurro, vieiras fritas empanadas, tostas de champiñón, puntas de espárragos verdes fritas y tirabuzones de lenguado.

Todo esto antes de pasar a la comida compuesta por tartaletas de hojaldre con frutos de mar y capón asado en tomillo, frutos secos, tarta y café. Los cocineros, en un alarde de generosidad, hicieron públicas las recetas de ambos platos, no exactamente sencillas.

La exquisitez de la mesa se completó con la de los vinos, rigurosamente españoles, comenzando por un blanco de la denominación de origen Rías Baixas, siguiendo por un tinto Rioja Gran Reserva de 1994 y abundante cava para los brindis. La tarta, de casi dos metros de altura, estaba ideada pensando en el novio.

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