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Crítica:TEATRO | 'Fedra'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Incesto y sangre

Hace casi cuatrocientos años, en Francia se hizo la "tragedia clásica"; una recuperación del teatro griego y romano, una modernización del destino que, según esta misma obra, no se puede vencer. Un teatro contado. El máximo valor, la palabra: suya es la escenografía, el "decorado verbal", y suyo el relato de lo que nunca se verá: la batalla, la muerte, el dolor. La pasión se vuelve verso alejandrino, y el tan majestuoso de Jean Racine sigue siempre rico en la adaptación castellana de Eduardo Mendoza y Gimferrer.

Dicción casi inmóvil, pasos lentos, un hieratismo desconcertante. Algunos estudiosos atribuyen a la costumbre de que la corte se sentase en el escenario esta casi inmovilidad de los actores, que dan la sensación de un recital, de un concierto, más que de una interpretación. Como dicen que la movilidad extrema del teatro español del Siglo de Oro se debe a que los espectadores de pie en los corrales obligaban a una movilidad extrema.

Fedra

De Jean Racine; traducción Rosa Chacel. Adaptación para la escena de Eduardo Mendoza y Pere Gimferrer. Intérpretes; Rosa Novell, Joaquín Hinojosa. Lluís Homar, Angels Poth, Gonzalo Cunill, María Molins, Andrea Montero, Xenia Sevillano. Vestuario: Miriam Compte. Iluminación: Albert Faura. Escenografía: Llorenç Corbella. Dirección: Joan Ollé. Centro Dramático Nacional, teatro Pavón. Madrid.

El director Joan Ollé no sólo ha respetado esta inmovilidad, sino que incluso la ha acentuado. La escena de antecedentes, entre Hipólito, el mal amado, y su confidente, es más que un diálogo un doble monólogo. Todo un mundo de horror se irá diciendo así: Fedra ama con pasión a su hijastro Hipólito, y la desaparición del padre y esposo, Teseo, en la batalla, la lleva a aclarar lo que tiene oculto, aun sin abandonar su espíritu de culpa.

Hay que recordar que casi todos los incestos culpables en el gran teatro son así: difícilmente la carne se enamora de su propia carne, sino del hijo legal y no nacido, o de la madre artificial. O se disfraza con el equívoco: el más famoso del mundo, el de Edipo, se debe más a la ignorancia. La vida real siempre es más dura. Frente a esa pasión está el amor puro de Hipólito por la joven Aricia; tiene ella también su confidente con quien hablar...

Todo se cuenta, nada sucede en escena excepto, en esta versión, la muerte de Fedra. Es, probablemente, el personaje mas móvil de toda la representación, aquel en que más concuerdan pasiones y actitudes, y lo resuelve la actriz Rosa Novell con vitalidad contenida. En Teseo hay más fuerza de verso: no sé cómo sería interpretado por otro que no fuese Joaquín Hinojosa, tan excelente actor.

Vi la obra en lo que se llama el segundo estreno de este teatro; temí al empezar que el aburrimiento de un público tan acostumbrado a la velocidad y al gesto rápido agotase la obra enseguida; no me pareció que fuese así, sino que se siguió con interés, que la palabra magistral -del autor y los versionistas- mostró que su fuerza sigue vigente, y que las demostraciones de satisfacción fueron insistentes y largas.

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