Girando sobre su eje
En los cuartetos siempre parece haber alguien sobre el que giran los demás, la referencia. Es curioso, pero en el Alban Berg la voz cantante la ha llevado siempre el primer violín, Günter Pichler, pero la mirada a seguir ha sido la del viola Thomas Kakuska, irónica, zumbona, más lista que el hambre. Por algo se ha desempeñado, desde que se incorporó a él en 1981, como portavoz del cuarteto. El gigantesco -por cuerpo y por expresión- segundo viola, Gerhard Schulz, y el siempre tranquilo violonchelo Valentin Erben completaban con su discreción ese magnífico combinado que ha colocado al cuarteto vienés en la cumbre del género. Pero el miércoles faltó Kakuska, convaleciente de una grave operación. Todo el poder, pues, para Pichler, sin competencia de mirada distinta a la suya y eje único del giro de este astro singular de cuatro caras. A Kakuska le sustituyó la joven alemana Isabel Charisius, toda una agradable sorpresa por sonoridad y empaste con sus compañeros de ocasión y digna discípula, sin duda, de un maestro único.
Liceo de Cámara
Cuarteto Alban Berg. Obras de Haydn, Shostakóvich y Brahms. Auditorio Nacional. 19 de mayo.
El Alban Berg volvió a dictar lección de sabiduría. Muy alta lección en la primera parte de su concierto y altísima en la segunda, por lo que vivimos con ellos, una vez más, un par de horas cerca del cielo. La versión del Cuarteto en do menor de Brahms fue, simplemente, sensacional. Clarísima, sentida desde dentro pero como con todo el autor en la cabeza, como una síntesis de su escritura y de su mundo. Fue uno de los grandes momentos de este Liceo de Cámara como lo sería, inmediatamente después, la propina concedida: un Allegro molto final -con ese episodio fugado, lleno de humor, engañoso también- del Cuarteto K387 de Mozart que no pudo decirse mejor, de verdadero ensueño. Pocas veces un encore cumplía mejor su propósito, dejaba con un sabor de boca más dulce.
Brillo y hondura
Así concluía un concierto cuya primera parte fue excelente pero que no alcanzó -no era fácil- la gloria de la segunda, con todo y oírse cosas estupendas. El Cuarteto 'La aurora' de Haydn fue tratado con brillo, con esa delectación tan del gusto de Pichler, que hacía pensar, por contraste, en la mesura más matizada de las versiones haydianas de, por ejemplo, el Prazák, huésped asiduo también de este ciclo. Al tremendo Cuarteto número 11 de Shostakóvich -un músico nada habitual en los programas del Alban Berg- le faltó el punto último de hondura, de drama, de mezcla de resignación y dolor que parece serle connatural y que tantas veces nos ha transmitido el Borodin.
En fin, que para la plenitud hubo que esperar a ese Brahms, bien centrado sobre su eje este Alban Berg de casi siempre que, una vez más, fue fiel a sí mismo. Aunque faltara uno. Le esperamos por aquí, el año que viene, con los tres de siempre, aunque la señora Charisius sea tan buena.
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