Que se casen de una vez
Entre celebraciones deportivas y la parafernalia anticipada de unas felices bodas reales, aquí no hay quien descanse esta primavera ante el tumulto de tanta festividad tutelada por tierra, mar y aire
Emoción sustitutiva
No se ve la necesidad de convertir la boda real en uno más de los programas del corazón, salvo por el hecho de que existe la todopoderosa televisión. Es uno de esos acontecimientos que se saturan antes de consumarse, aunque la boda, en el sentido más estricto, parece consumada desde hace ya algún tiempo. Las terminales de la cosa televisiva, temblarán de gozo ajeno el día en que por fin se den el sí bajo las espantosas quiquerías de La Almudena, en una especie de sustitutivo de la no celebración tumultuosa de la victoria del Real Madrid en el Campeonato de Liga. Cabe esperar del buen sentido del Príncipe Felipe y de Doña Letizia que se abstengan de convocar a los aficionados en Cibeles para celebrar su magnífico enlace. Tanta desproporción informativa no es buena para nadie, ni para los contrayentes ni para los millones de mirones del asunto.
Otro reto apasionado
Nada que añadir a la poderosa columna de Adolf Beltrán del lunes pasado en esta misma página sobre el irresistible descenso de Consuelo Ciscar. Y, sin embargo, a la constatación del por qué de ese por qué habría que sumar los numerosos interrogantes que se abren ante tanta contumacia. El consejero de Cultura será lo que será, pero bastante tiene con destejer la tupida tela de araña con que se encontró en su departamento, tan lleno de esos agujeros inexplicables que llevan al titular a hacer durante un tiempo el engorroso papel de defensa escoba. Y aunque hay quien considere lo contrario, después de la estupenda gestión de Kosme de Barañano, no es precipitado aventurar que los peores años del IVAM están por llegar. Su nueva directora depositó un ramo de florecillas en la incineración de la terrible escultura de uno de sus protegidos. Los ex amigos del IVAM podrían inaugurar este despropósito arrojando en la misma explanada una mortuoria corona de flores.
La ciudad de la matraca
Que once estupendos muchachos muy bien pagados según la renta media de las personas físicas sepan qué hacer con un balón hasta el punto de alzarse con el título de Liga dos jornadas antes de que se de por concluido el Campeonato, es sin duda una noticia excelente, aunque no esté del todo claro qué tiene que ver esa feliz epifanía con lo valenciano, el valencianismo o el valencianerismo. Los caminos de la identificación ilusoria son inextricables, y hasta en los coles de muy primaria salen los críos coreando consignas que comparten sin entender. Vale. Lo que no vale es que los seguidores del equipo tomen de nuevo la ciudad, como si las Fallas aquí fueran eternas, atronen la calles con el claxon de sus coches hasta el amanecer y miren con desconfianza al transeúnte sin bandera que trata de refugiarse lo más rápido posible. Para no ver en las teles más que detalles escalofriantes del tumulto que lo recluye en casa.
Ideología pinturera
La decisión, o la condena, de resultar personalmente incorrecto es un engorro siempre que no te lleve a las cumbres de vértigo del gran dinero. Ahí tenemos a Truman Capote, en chanclas, sombrero de paja y calzones de playa haciendo la compra en un supermercado. Pero es que para entonces ya era famoso. O a Salvador Dalí, pintando y diciendo las tonterías más infautadas y aquejado de tendinitis crónica de tanto firmar resmas de papel de barba en blanco. La verdad es que ese gran artista siempre estuvo en blanco, salvo cuando la gran Gala de Eluard contribuía a mantener enhiestos sus bigotes de repostería. Colocar un crustáceo en la zona del sexo de una mujer desnuda es más ocurrencia de adolescente con inquietudes algo mórbidas que destello del genio de un pintor de talento. No es ya su avidez enfermiza por el dólar, sino su pintura de calendario lo que celebra un centenario que más bien parece ya un milenio.
El demonio de la paridad
No está muy claro que la función cree el órgano, pero sí parece equiparar a los géneros. Las fotos de alegres muchachas norteamericanas de uniforme en Irak simulando ametrallar los atributos sexuales de un prisionero desnudo no denotan reivindicación radical feminista alguna, sino la humillante obscenidad del machismo más tabernario y prepotente. La complicidad viril y la camaradería de borrachines parecía algo exclusivamente masculino en el ejercicio normal de sus funciones, pero algo empezó a cambiar, aunque no para mejorar nada, cuando las chicas pasaron a celebrar despedidas de soltera acudiendo a fiestas donde la estrella era el strip-tease masculino. Puestas a hacer cretinadas, las buenas muchachas son tan lanzadas como el más lerdo de los adolescentes con picores. Y como ministras, cabe suponer que harán precisamente de ministras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.