El arte en las trincheras
Tal vez no haya habido en todo el arte moderno un pintor más belicista, ni tampoco más arrepentido, que Umberto Boccioni. En Sintesi futurista della guerra (1914) el pintor calabrés, en su deseo de unir el fervor nacionalista italiano y la tecnología, intentó persuadir a su entorno intelectual de la necesidad de la entrada de su país en la contienda mundial. Meses más tarde, se alistó en un batallón de voluntarios ciclistas. Vio sangre, matanzas, dolor... El espacio real ya no existía, era "como una calle mojada por la lluvia e iluminada por globos eléctricos que se abisma hacia el centro de la tierra". Y no lo soportó: "La guerra, cuando uno está esperando para luchar, consiste sólo en esto: insectos, tedio, oscuro heroísmo... uno piensa en la vida pasada y en las cosas que están ahora lejos", relató por carta a sus amigos. Meses más tarde, Boccioni volvía a su regimiento. Pero no tuvo que luchar de nuevo. En el curso de unas prácticas, murió tras ser derribado y pisoteado por su caballo.
Si por Boccioni fuera, museos, bibliotecas y academias acabarían arrollados y destruidos por "un automóvil de carreras, rugiendo sobre la metralla". El Reina Sofía, el Prado, la Biblioteca Nacional... ¡convertidos en ruinas! ¿Qué competencias tendría entonces la ministra de Cultura? Desaparecidos los museos, los centros destinados a recobrar la memoria de una cultura tendrían la función que tienen hoy las catedrales. Ahí están el Museo del Muro de Berlín, en Checkpoint Charlie, y el del Holocausto, el Museo del Appartheid de Ciudad del Cabo... ¿el Museo de la Represión Franquista ? (nota: al decir de Unamuno, Don Quijote se vuelve loco para expiar nuestra miserable falta de generosidad espiritual, nuestro miedo a enfrentarnos con nuestros fantasmas).
Una exposición como En
Guerra, en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), extrae su fuerza de la memoria de la más larga y cruel de las enfermedades humanas. Se trata de un recorrido que va más allá de toda oposición entre el horror y la felicidad, entre la necedad y la razón. En Guerra, que recoge más de 400 piezas distribuidas en dos plantas, es ante todo un memorial, pero un memorial universal que evita imponer constricciones morales a los que la visitan, a la vez que permite infinidad de lecturas que sobrepasan de un modo convincente las de cualquier manifiesto oenegé o antiglobalización.
Explicar el amor puede convertirse en un vano ejercicio, tanto como explicar el porqué de la muerte: todo y nada. Pero en el caso de la guerra, la explicación debería plantear una posibilidad racional en relación a la cultura. Uno tiene la sensación, tras visitar esta muestra, de que la desesperación de los individuos, tanto de los que se encuentran en el frente o en un campo de concentración como de los que están lejos de él, no es un sentimiento, porque siempre se está poniendo a prueba.
En Guerra trata de enfatizar la cultura de la guerra, entendida como el entramado de contexto, comportamiento, lógica y valores que los conflictos bélicos producen en su seno, su legado histórico entretejido en la memoria colectiva y sedimentado en artefactos culturales, o su papel en la construcción de la identidad de las naciones. Francesc Torres, Antonio Monegal y J. M. Ridao, comisarios de la exposición, persiguen la tesis del ensayista John Keagan: "Se han de reconocer unas condiciones culturales latentes que anteceden al conflicto y unas secuelas que también se inscriben en la cultura".
Pinturas, fotografías, dibujos, cine, instalaciones, documentos y objetos, firmados por Philip Guston, Alfredo Jaar, Oskar Kokoscha, Barbara Kruger, Norman Rockwell, Agustí Centelles, Mihail Lariònov, Fernand Léger, Francesc Torres, Casimir Malevich, Antoni Miralda, Henry Moore, Robert Morris, Paul Nash, Mayakovsky, Andy Warhol, Gilles Pérez, Gervasio Sánchez, Christopher Nevinson, Robert Capa, Larry Burrows, Simon Norfolk, o los futuristas, como Gino Severini, se distribuyen en cinco apartados que van desde el ámbito que describe la preparación de la guerra y la socialización de la violencia, la construcción del enemigo y las causas del conflicto, hasta la experiencia de soldados y civiles, el momento de la victoria y la derrota, los "urbicidios", los juicios por los crímenes y la memoria de los hechos, reflejada en monumentos y testimonios. La guerra, en fin, como experiencia. Experiencia representada y representación experimentada.
"La guerra", explica Francesc Torres, "es similar al arte, como actividad humana responde a un impulso permanente, pero se encuentra determinada por el cambio histórico y el contexto social y adopta una variedad prácticamente inagotable de formas. Ésta es la razón por la que hemos dado a las artes un papel central en la exposición. Una segunda razón es el reconocimiento de la imposibilidad de asumir la experiencia real de la guerra si no es indirectamente, como representación, a través de la función de un dispositivo mediador".
En este sentido, la muestra
rechaza el aspecto militar; apenas hay armas, medallas, uniformes, y sí objetos significativos -el micrófono de Queipo de Llano, el despacho de Hitler, el "bigote" de Sadam- de muchas guerras de este siglo y del pasado. El visitante encontrará en el campo del entretenimiento, la moda y la publicidad, abundantes muestras de cómo la temática bélica invade el territorio civil (el impactante vídeo de Daniel Reeves o los fotomontajes de Martha Rosler). En otro apartado se exhiben las imágenes tomadas por Roger Fenton en la guerra de Crimea, la primera de la historia que fue fotografiada, imágenes estáticas registradas por cámaras demasiado lentas como para captar cualquier movimiento, que contrastan con las más asertivas de Frank Capa: "Si la foto no es bastante buena, es que no has estado suficientemente cerca", escribió a modo de epinicio el fotógrafo de Magnum.
También son curiosos los dibujos realizados a pie de trinchera durante la Guerra de Secesión de enviados especiales -a la manera de los más populares de Winslow Homer y James O'Neal- publicados en los más importantes diarios norteamericanos. La otra vanguardia en el frente, la de Kokoschka, Lariónov, Léger, Dix, Grosz, Nash y Nevinson, está representada por una completa selección de óleos, dibujos y litografías. La caja de dibujo de Harvey Dunn es uno de los objetos más llamativos de la exposición. Se trata de un ingenioso sistema impermeabilizado que hace correr un rollo de papel para que el artista pueda dibujar secuencialmente, como si se tratase de un story board.
El concepto de "urbicidio" articula el ámbito que relaciona guerra y población civil, a través de una selección de ejemplos de ciudades bombardeadas -Dresde, Beirut, Sarajevo o Kabul- en una escenografía poderosa que contrasta, en otro espacio y a modo de epílogo, con el abandono y el olvido de los campos de batalla, un vacío que retrata magníficamente la cámara de María Bleda y José María Rosa. Aquí, al contrario de los dibujos de Harvey Dunn, el campo de batalla no funciona como un plató cinematográfico (Paul Virilio) incapaz de regenerarse. Aún peor, corre el riesgo de quedar totalmente reducido a cenizas cuando dejamos de contemplarlo.
Lo escribió George Santayana: "Sólo los muertos han visto el fin de la guerra".
En Guerra. CCCB. Montalegre, 3. Barcelona. Hasta el 26 de septiembre.
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