Mil Lubroth, para el placer de los ojos
Mil Lubroth (1926-2004) me dio un buen consejo hace unos años, que es apto para la vida, no sólo para el arte. Tienes que descubrir lo correcto, me dijo, y simplemente seguir haciéndolo.
Recuerdo a Mil por esto y también por varias de sus obras que tenemos en casa, especialmente por una realizada en técnica mixta sobre tela que cuelga en el salón, titulado Piernas de la República. Vemos sobre todo una mujer joven, sólo de la cintura para abajo; en un vestido rosa de encaje hasta sus rodillas, y sobre sus piernas delgadas lleva medias negras con diseños florales, y zapatos rosados de medio tacón. Y todo esto sobre una alfombra de tinte suave naranja. Para mí, la figura tiene mucho estilo, es muy femenina y a la vez libre.
Una perfecta metáfora para la vida de Mil Lubroth, una artista norteamericana que llevaba la mayor parte de sus 78 años en España. Cuando falleció el 4 de mayo, después de una repentina lucha contra el cáncer, fue una sorpresa terrible. Una maestra de la serigrafía y la técnica mixta, fue una trabajadora incesante. Una sola visita a su estudio en el paseo de La Habana, en Madrid, lo confirmaba. Obras expuestas desde el suelo hasta el techo; una cacofonía de placer para las ideas, técnicas, colores que sacaba de sus venas para exponer una vida de tanta felicidad y tanta dificultad. Cada noviembre, por lo menos, dicho estudio estaba abierto para los interesados, siempre con tapas y vinos en una exposición a la venta.
A lo largo de los años, fueron muchos los que adquirieron sus obras: el Museo de Arte Contemporáneo y el Ateneo, los dos de Madrid, y el Banco de España, lo tienen en sus colecciones permanentes. También la Unesco de Nueva York, el Smithsonian Institution de Washington, el Instituto Hamburgo de México DF y el Warsaw Historical Museum de Polonia. Sus obras se han exhibido en los cinco continentes, incluyendo las galerías de Juana Mordó, Vandrés, Kreisler, Tórculo en Madrid y la Galería Rizzoli en Nueva York. Pero Mil solía decir: "He estado pintando el mismo cuadro toda mi vida".
No sin un reto enorme personal. Crió a solas a sus cuatro hijos, sobre todo en Madrid, donde llegó en 1955. Pagó sus facturas trabajando como profesora de arte y humanidades durante dos décadas.
Mucho antes, a los ocho años de edad en su Brooklyn natal, demostró su talento artístico con un mural de los rascacielos de Manhattan. Más tarde, estudió con Willem de Kooning y Josef Albers a lo largo y ancho de Estados Unidos.
Pero sus orígenes familiares de inmigrantes judíos polacos la trajeron finalmente a Europa. Llegó en 1951 con la primera beca Fulbright para estudiar en Viena. Luego pasó por París antes de radicarse en Madrid.
Ahora se ha ido por última vez dejando un legado y una visión muy inusual en el arte español.
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