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Columna
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La nueva Europa

Josep Ramoneda

1. "Para asegurarse al menos la posibilidad de llegar a ser un ciudadano más de un mundo liberado del fantasma de la sangre y del hechizo del horror no pudo menos que anticipar la destrucción del mundo existente". Este texto es de Hannah Arendt. El ciudadano, el hombre de buena voluntad al que se refiere, es Franz Kafka. Kafka murió en 1924 y, por tanto, no vio como se cumplía el hundimiento que él presagiaba. Ni tampoco vio el destino que aguardaba a su ciudad, condenada a vivir una prolongación de la agonía del pasado. Ahora que, por fin, Europa empieza a estar entera, con Praga incluida, la evocación de Kafka sirve para recordar que la gran fundación de Europa ha sido el tabú de la guerra civil.

Entre los horrores de la guerra, la guerra civil destaca por encima de todo. La humanidad habita espacios limitados de pertenencia, que se han ido ensanchando poco a poco: la familia, la comunidad, la ciudad, la nación. La guerra civil es aquella que no enfrenta a Estados, sino a miembros de una misma comunidad. Desde el momento en que Europa se hace territorio común, cualquier guerra entre Estados europeos tendría algo de guerra civil. Con la construcción de la Unión Europea se ha hecho impensable la guerra civil en Europa. Para construir este tabú fue necesario el descenso al último salón de los infiernos: los llamados crímenes de lógica, el asesinato organizado desde la burocracia de Estado con criterios industriales de optimización del esfuerzo. Sólo después del genocidio nazi, los europeos entendieron que no podían seguir matándose entre ellos. La Unión Europea es en su origen un gran mercado (y resulta muy laborioso conseguir que sea realmente más que un mercado), pero llevaba consigo, desde el primer momento, un componente moral profundo.

En el siglo XX, Europa rompió la idea de límites. El totalitarismo partía de la creencia de que todo es posible. La razón dejó de ser crítica y se hizo legitimadora de la voluntad de poder, es decir, sinrazón. Y se tocó fondo. Cuando, poco a poco, después de la guerra se fue haciendo visible la realidad del exterminio nazi, cuando se tomó conciencia de las dimensiones de lo que los alemanes no habían querido ver y los demás no podían creer, se empezó a tejer en la conciencia de los ciudadanos la idea de que no se podía repetir. Y si hoy la Unión Europea significa algo, es exactamente esto: el tabú de la guerra civil.

2. Los tiempos no fueron los mismos para toda Europa. En el Este, el descenso a los infiernos tuvo prórroga. Algunos supervivientes pasaron sin solución de continuidad del Lager al Gulag porque el poder, que encuentra su fuerza en la arbitrariedad, decidió que el que había sobrevivido a los campos nazis era sospechoso. Para millones de ciudadanos la liberación no fue más que el paso de un totalitarismo a otro. Ahora vuelven a reunirse con la Europa a la que pertenecieron. El pacífico discurrir de las revoluciones que efectuaron a finales de la década de 1980 demuestra que también ellos habían empezado ya a interiorizar el tabú de la guerra civil. Europa se va completando. Pero quedan todavía algunos puntos negros: el principal de todos, los Balcanes. Allí el tabú de la guerra civil no alcanzó y salieron del comunismo a sangre y fuego, hasta el triunfo de la limpieza étnica como solución validada internacionalmente. Es el fracaso de Europa, que sirve de recordatorio de que nunca nada está adquirido definitivamente: ni siquiera el tabú de la guerra. Y de que cada vez que Europa ha renunciado a su principal arma, la razón crítica que le permitió dar el gran salto a partir del renacimiento, y ha entregado la razón al servicio de la voluntad de poder -sea en nombre de la patria, de la clase, de la etnia, de la religión o de la técnica- se ha abierto el camino a la guerra civil y al desastre. Faltan los Balcanes. No cabe mantenerlos a distancia, como una especie de reserva potencial de las bajas pasiones.

3. Una dialéctica mezquina parece colocar a los países recién incorporados a la Unión Europea ante una prueba de fidelidad: o Europa o Estados Unidos. ¿Qué tiene de extraño que quienes han vivido tantos años con Rusia como amenaza sientan una especial admiración por quien fue el enemigo por excelencia: Estados Unidos? Pero el destino de estos países es Europa, y sólo si ésta fracasara podría ser otro. ¿Qué puede ser el fracaso de Europa? La incapacidad de hacer extensiva a todos la cohesión social adquirida, y por supuesto, la ruptura del tabú de la guerra civil. La Europa a 25 plantea problemas de ajustes económicos y sociales, pero, a largo plazo, su fuerza pasa por un punto central: la educación y la cultura. La capacidad de inventar, de crear y de seducir tiene que ser el sello distintivo de Europa.

Europa se presenta como portadora de los derechos humanos. Pero si, como sostenían los ilustrados, el fundamento de la humanidad es la razón común a todos los hombres, los derechos humanos son universales, no son patrimonio exclusivo de nadie, y sería ciertamente etnocentrismo creer lo contrario. Pero Europa supo desarrollar la curiosidad (principal motor del conocimiento) tanto para la conquista como para la ciencia, y supo desplegar la razón crítica, que le permitió dar grandes zancadas frente a otras civilizaciones encalladas en su propia gloria. Europa se ha arruinado cada vez que ha abandonado la razón crítica. En la sociedad de riesgo en la que estamos metidos, Europa se verá sometida una vez más a la prueba de la razón crítica. Europa no puede seguir prisionera de su propia impotencia en las relaciones internacionales, ni puede responder con la desbandada a los nuevos conflictos. Europa debe definir su modelo sin miedo a ser distinta, sin dejarse arrastrar por los tópicos que aseguran que todo se funda en el crecimiento y lo demás se da por añadidura. Europa debe defender la laicidad como territorio común a todos: los que están y los que vienen, sin menoscabo de las creencias de cada cual. Si abandona la razón crítica y se deja arrastrar por las verdades "que se solidifican en el cerebro" (Coetzee), si se mete por los caminos de la seguridad a cualquier precio, si se entrega a la fragmentación comunitarista en nombre de un falso relativismo por miedo al recién llegado, y si olvida la centralidad del hombre que ha dominado su cultura desde el Renacimiento, Europa empequeñecerá.

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Los países que ahora se incorporan vienen de una experiencia distinta de la modernidad y con energías renovadas después de un gran cambio. Todo esto debe sumar en Europa, a la vez más abierta y más densa. Algunos destacan la debilidad económica de los recién llegados. Me parece más inteligente subrayar el potencial educativo y creativo, que es muy alto. Mal empezaría Europa ampliada si los tratara con displicencia, con recelo y con paternalismo.

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