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Del horror, virtud

Las últimas semanas han vestido de luto a nuestros pueblos, de un extremo al otro del Mediterráneo. Una vez más la tragedia se ha abatido sobre nuestras gentes, de modo feroz sobre los ciudadanos de Madrid. Producto de la intolerancia, genera más intolerancia. Entre gentes que hicimos del diálogo la piedra angular de nuestra relación con los diferentes a lo largo de nuestras historias.

Ahora más que nunca conviene la reflexión serena, y en lugar de ahondar las discrepancias hallar el venero profundo de nuestras relaciones, inevitables por otra parte. Inevitables por cercanía, en el marco físico; inevitables asimismo en virtud de las relaciones económicas, sociales, políticas, de vecindad y de cooperación. Hay que restañar viejas y recientes heridas, porque los pueblos se mueven con independencia de las grandes palabras, de los designios más o menos manifiestos. Y habrá inversiones, y habrá migraciones, que ninguna barrera humana ha conseguido detener a lo largo de siglos y aun de milenios.

La globalización, con sus virtudes y sus defectos, con sus oportunidades y sus amenazas, es un proceso que nada ni nadie podrá detener. Lo hemos visto a través de las nuevas tecnologías de la comunicación, del uso civil de las mismas en fechas bien recientes. La tentación autoritaria, latente o explícita, choca con la accesibilidad comunicacional, y por ahora vence ésta última. Por fortuna, según los casos, que la manipulación también es posible.

Nuestros vecinos de enfrente, "mar por medio" como decían las escrituras notariales del siglo XVIII en Alicante, les permiten saber y conocer cuanto hacemos y proporcionamos, incluso las expectativas de empleo o de ocio y mercado. Es de este lado donde subsiste todavía cierta ignorancia cuando no desdén, y arrogancia respecto de cuanto se ignora, más allá del folklore o de los viejos temores ante el "otro". En grave olvido, además, de tradiciones bien recientes de emigración, acuciadas por la persecución política o religiosa o por el aguijón de la necesidad. Este país de emigrantes exteriores hasta hace bien pocas décadas, es ahora receptor. Y quienes mendigaron, expulsados por los suyos, ahora practican las funestas consecuencias del viejo adagio "ni pidas a quién pidió, ni sirvas a quien sirvió". Una lógica nefasta para las relaciones iguales entre pueblos iguales aunque diferentes.

Cierto que políticas recientes que con benevolencia en lo que se refiere al Mediterráneo y de modo particular al Magreb, podríamos tildar de insensatas no se compadecen con la aspiración al entendimiento de las razones del otro. Ni tampoco a la lógica de los intereses, si se nos apura, como referente de las políticas internacionales de los estados o de las organizaciones supraestatales, tal la Unión Europea. La combinación de la arrogancia con su hermana la ignorancia, ha desperdiciado oportunidades únicas para asentar bases de convivencia, de seguridad común, y de ampliación del bienestar de nuestras poblaciones, sometidas a niveles y ritmos diferentes de crecimiento, las más de las veces compatibles en su aparente contradicción: necesidades de mano de obra, deslocalización oportuna de actividades, o exigencia de un tratamiento conjunto de los problemas medioambientales: la contaminación del espacio común, marítimo por ejemplo, nos concierne a todos, y todos somos interdependientes en la conservación y mejora medioambiental.

Desde este lado del mar común tenemos obligaciones adicionales, en virtud de una prosperidad relativa superior, y si se quiere en razón del desprecio acumulado o los saqueos del pasado aun no demasiado lejano. Y además, como se dijo, nos interesa.

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Valencia, y es ejemplo que puedo aducir como conocido, fue pionera en las relaciones entre las ciudades, entre las ciudadanías en definitiva de un extremo al otro del Mediterráneo. La Mostra de Cinema, el Encuentro de Escritores, la Trobada de la Música; o la firma de los acuerdos entre la Organización de Ciudades árabes y el Consejo de los Municipios y Regiones de Europa, tuvieron sede y escenario en nuestra ciudad.

Barcelona, y es otro ejemplo, pudo acoger la Conferencia que inicia el proceso conocido por la propia ciudad en 1995 porque se dan las circunstancias propicias para el entendimiento. Acaso en sustitución de Valencia, en razón de la inconstancia o de la falta de entendimiento de unas relaciones que además de inevitables, como se viene afirmando, requieren de la tenacidad política para continuarlas. Incluso de la obstinación, cuando los tiempos son menos propicios, y la violencia mayor.

Después del 11-M, y del 14-M, es llegado el momento de la reconstrucción de las relaciones, de poner sobre la mesa los problemas y las oportunidades, desde la evidencia del marco compartido, de las complicidades a restablecer, y de la confianza mutua. Desde una perspectiva realista, que incluya los problemas de las migraciones, de las inversiones y desinversiones, de las transferencias de conocimiento, y siempre sobre la base que la diferencia es enriquecedora, que de todos aprendemos algo cada día.

Lo recordaba de modo entrañable Susana Fortes hace unos días en este mismo diario en un excelente artículo sobre los Balcanes, a propósito de mi misión en Mostar: "tranquilos, tenemos un problema para cada solución", que constituye a mi juicio el mejor antídoto para quienes sólo buscan la confrontación, la bronca, sin atenerse a las propuestas juiciosas, de diálogo y cooperación. El que se puede abrir a partir de ahora mismo, con el "tirón" español hacia el Mediterráneo en colaboración con el no menos lógico "tirón" centroeuropeo hacia el Este.

Los valencianos, sus instituciones políticas, sociales, económicas, civiles, no pueden ser ajenos a un proceso en el que pueden aducir intereses, tradiciones, y voluntad. Sólo así, una vez más en la tradición mediterránea, de las inundaciones o los fuegos a las guerras, haremos del horror, virtud.

Ricard Pérez Casado es presidente de la Comisión Delegada del Instituto Europeo del Mediterráneo.

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