Jerez llora a la reina de la bulería
Cientos de seguidores y muchos artistas despiden a La Paquera entre ovaciones, palmas de tango y un lecho de flores
Una pirámide de dos metros de altura, hecha con 25 coronas de flores, cubrió ayer a las once de la mañana la tumba de Francisca Méndez Garrido, La Paquera de Jerez.
La reina de la bulería fue enterrada en el cementerio de Nuestra Señora de la Merced entre los sollozos y gritos de sus hermanos y sobrinos -era soltera empedernida- y el dolor contenido de cientos de flamencos, gitanos y payos (imposible distinguir a unos de otros) que se echaron a la calle a primera hora para despedir entre ovaciones y palmas por tangos (que aquí llaman por bulerías) a su gran embajadora.
El que fue su más fiel escudero durante 35 años, el fabuloso guitarrista y bailaor Manuel Fernández, Parrilla de Jerez, que no se separó del féretro ni un minuto en toda la mañana, sólo rompió a llorar al final, cuando los enterradores terminaron su faena. "La echaré mucho de menos como persona", dijo Parrilla. "Pero sobre todo me acordaré de esa frase que me decía siempre antes de arrancarse a cantar: '¡Inspírame, Parrilla!'. Eso nadie más me lo decía, mi guitarra está huérfana".
"Siempre me decía: '¡Inspírame, Parrilla!'. Mi guitarra se ha quedado huérfana"
"Era el símbolo de un trabajo y un arte, el sonido de las lonjas y los mercados"
Fue un entierro sobrio y flamenco, no demasiado multitudinario pero largo y sureño, de una hondura sencilla. Las mujeres de la familia vestían de negro riguroso y antiguo, y sus ojeras denotaban el cansancio de casi dos días de velorio; los hombres llevaban el féretro -macizo y con un gran Cristo de bronce en lo alto- con las caras desencajadas por el dolor; y en el silencio siciliano de la plaza de la Asunción, a la salida del ataúd desde la capilla ardiente del Cabildo Viejo, retumbaba la pena, pero la ovación cuando salió el cortejo sonó cálida y verdadera.
Junto a los cuatro coches fúnebres que iban a llevar el cuerpo y las coronas hasta la ermita de San Telmo del barrio de San Miguel -donde nació La Paquera y veneraba desde pequeña su imagen favorita, la del Santísimo (y gitano) Cristo de la Expiración-, estaban desde primera hora Paco Cepero, Moraíto Chico, El Gómez de Jerez, Diego Carrasco... Parecían pinceles. "Se ha ido la bandera de Jerez; la bandera es La Paquera", dijo el genial Carrasco resumiendo el sentimiento general.
La Paquera, que tenía sólo 69 años cuando la diabetes y una trombosis se la llevaron a otro sitio el lunes pasado, era la última cantaora de una estirpe que muere con ella; mujer de un cuajo irrepetible, prodigio de la naturaleza cuyo destino era ser pescadera anónima en la plaza como todos los Méndez -y hasta el último momento, dijo su sobrino Manuel, se preocupó de cómo iba el negocio del pescao-, el arte la convirtió en símbolo de su pueblo, en una de las voces y las personalidades más grandes de su tierra, en la Ella Fitzgerald del compás y el rajo.
Lo dijo mejor el poeta José Luis Ortiz Nuevo, que llegó de Sevilla en el primer tren: "La Paquera es una institución del siglo XX; la valentía y el poder sometidos al imperio del compás. La voz de los pescaderos de Andalucía era en ella un torrente, el símbolo de un trabajo y un arte, el sonido de las lonjas y de los mercados, hecho de poder, de fuerza y de ganas de vender. Y sólo se puede decir que ella lo vendió todo".
Incluso el eremita Agujetas tenía claro eso -"ella se ha ido y para el cante puro ya sólo quedo yo, porque todo lo moderno es basura", decía enseñando sus dientes de oro-, así que acudió en taxi desde su casa de campo, lo cual le permitió realizar exquisitas presentaciones con todo el que se acercaba: "Éste es el taxista que me ha traído".
Desde la plaza de la Asunción hasta la pequeña iglesia de La Plazuela hay unos 500 metros cuesta arriba, y si se va andando se pasa por la Cruz Vieja, donde el Ayuntamiento puso hace poco una expresionista estatua de Lola Flores, gran amiga de La Paquera, a la que ésta cogió un día en brazos con la misma facilidad que si fuera una pescadilla.
Ese honor tardío define bien la actitud perezosa de los munícipes jerezanos con sus estrellas -que forman casi un batallón, las cosas como son-. En el caso de La Paquera, el Ayuntamiento llevaba un tiempo largo gestionando para ella el título de Hija Predilecta. Finalmente, estuvo listo el martes, así que, sólo por unas horas, se le concedió a título póstumo y la alcaldía (coalición entre el PP y los andalucistas regida por María José García-Pelayo) no tuvo más remedio que entregar el pergamino al portavoz de la familia, Rafael Agarrado. "¡Y para qué lo querrá él!", decía ayer un seguidor de La Paquera en el Diario de Jerez.
La entrada y la salida de la ermita fueron quizá los momentos más emotivos. Cuando llegó el cortejo había cientos de personas junto a la puerta y estalló una gran ovación a compás. Los niños del colegio de enfrente se asomaron a las ventanas y aplaudieron también, y el féretro entró en la iglesia como el Cristo de los Gitanos en Semana Santa. Dentro se oían gritos de pena y la voz del cura pidiendo excusas por la falta de aire antes de empezar la misa: "Perdonen las estrecheces, pero era la voluntad de Francisca venir aquí".
La concentración de artistas incluía veteranos y jóvenes y contribuyó a mejorar el ritmo de las palmas de tango que sonaron al final del funeral. Allí estaban, entre otros, Matilde Coral, Rancapino ("fue una de las más grandes"), Antonio El Pipa ("era muy humilde y siempre muy accesible a todos los que empezaban"), Antonio Malena, Ezequiel Benítez ("por La Paquera no puede cantar nadie, hacía lo que quería con la voz, la admiraba mucho y la tengo en mi alma"), El Pele de Navajita Plateá, José de la Tomasa...
El cortejo siguió en coches hasta el cementerio en las afueras. Los Méndez volvieron a cargar el féretro a hombros en la puerta y lo llevaron durante 250 metros hasta la tumba blanca.
Los empleados pusieron la lápida de mármol, sacaron las coronas de los coches para colocarlas y no acababan nunca: Alejandro Sanz, la familia Farruco, la familia Flores, la Junta andaluza, el Ministerio de Cultura...
Parrilla rompió a llorar. "Le gustaba mucho la gracia, el buen comer, el buen vivir, los buenos hoteles, y nunca dejaba pagar a nadie. Era muy buena gente". Y La Macanita remataba: "Era un puntal de Jerez y se nos ha ido. Pero ahora estará en la gloria, de fiesta con la gente que más quería: Tío Borrico, Serna, Caracol, Camarón y Lola".
Babelia
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